Kaito llevaba más de veinte minutos frente a aquella puerta. No llovía, pero el aire era tan denso como si lo hiciera. Sus nudillos flotaban a medio camino del golpe que nunca se atrevía a dar. El corazón le latía con fuerza, pero no por adrenalina de combate ni por miedo a un enemigo visible… sino por ella. Por lo que significaba verla otra vez. Por no saber si debía hablar, pedir perdón, quedarse, huir o simplemente mirarla una última vez.
Cerró los ojos. Inspiró. Y justo cuando por fin parecía dispuesto a alzar la mano…
La puerta se abrió.
Y allí estaba Noa. Envuelta en una luz suave que escapaba del interior del apartamento. El cabello revuelto, un suéter grande colgándole del hombro, y esa sonrisa— Esa maldita sonrisa que siempre lo dejaba sin aire. Pero esta vez había algo más en ella. Un brillo peligroso.
—Te tardaste —dijo, sin más.
Y antes de que Kaito pudiera pronunciar una sola palabra, ella se abalanzó. Sus manos fueron directo a sus hombros, y en un solo movimiento se aferró a él, enlazando sus piernas con fuerza alrededor de su cintura. El mundo se tambaleó.
—¡Noa! —balbuceó, sorprendido, atrapando su cuerpo por reflejo.
Pero no hubo tiempo para más. Ella lo besó. Con hambre. Con urgencia. Con todos los silencios y las palabras no dichas que los separaron durante demasiado tiempo. Y Kaito… se perdió.
La espalda de ella era fuego bajo sus dedos. El beso, una descarga eléctrica que lo anclaba al momento, al presente, a ella. Cuando por fin se separaron, ambos respiraban entrecortados, la frente de ella apoyada en la suya.
—No vuelvas a hacerme esperar tanto —susurró Noa, con voz temblorosa pero firme—. Porque la próxima vez… no te voy a abrir la puerta.
Kaito tragó saliva. Sus brazos aún la sostenían como si pudiera desaparecer si la soltaba.
—Noa… yo…
Ella lo interrumpió, rozando sus labios apenas.
—Después. Si vas a hablar, que sea adentro.
Kaito apretó las manos en su cintura con una fuerza contenida, como si temiera que al soltarla todo se desvaneciera en una ilusión. No dijo nada. No la bajó.
En cambio, avanzó hacia el interior del apartamento, sus pasos decididos pero pesados, como si cada uno cargara con el peso de todas las decisiones no tomadas.
Ella seguía aferrada a él, con las piernas enredadas a su alrededor, el rostro enterrado apenas en la curva de su cuello. Su respiración le quemaba la piel.
Cuando llegaron al sofá, Kaito se dejó caer con ella aún sobre él, sentándola a horcajadas en sus piernas. Noa se acomodó como si siempre hubiera pertenecido allí, sus caderas rozando las suyas en un ritmo silencioso que le hizo estremecer el cuerpo.
El silencio era espeso, cortante, eléctrico.
Kaito alzó una mano y le acarició lentamente el cabello, dejando que sus dedos se enredaran en las hebras suaves como si no supiera si era un gesto de ternura o de despedida.
—Noa… —murmuró en un tono grave, bajo, cargado de algo que se sentía a medio camino entre el deseo y la culpa—. Es posible que lo mejor para ti… sea que yo me aleje.
Ella parpadeó, sus ojos fijos en los de él, tan cerca que sus alientos se mezclaban.
—Hay algunos cabos sueltos que podrían alcanzarte —continuó Kaito, la voz más rota a cada palabra—. Y no pienso permitir que algo te pase por mi culpa.
Un segundo de duda.
Y luego Noa levantó ambas manos, firmes, decididas, sujetó el rostro de Kaito entre sus dedos con una intensidad que le robó el aliento. Y lo besó.
No con dulzura.
Sino con hambre.
Con deseo.
El beso fue fuego líquido. Las bocas se encontraron y chocaron, se reconocieron y se buscaron como dos tormentas que finalmente colisionaban. Kaito respondió con la misma desesperación, sus manos bajando por la espalda de ella hasta sujetarla por la cintura, atrayéndola aún más contra sí.
El mundo se contrajo. Ya no había pasado ni futuro, solo el ahora. Solo la presión de sus labios, la fricción de sus cuerpos, el roce de las respiraciones agitadas.
Cuando se separaron, apenas unos milímetros, Noa lo miró con los ojos encendidos.
—¿Vas a seguir hablando… o vas a quedarte?
Kaito tragó saliva, la frente contra la suya, los dedos aferrados aún a su piel.
—No voy a ir a ninguna parte.
Y esta vez, fue él quien la besó.
#1358 en Novela contemporánea
#951 en Joven Adulto
drama amor juvenil, ficcion urbana, novela urbana contemporanea
Editado: 30.06.2025