Ren dejó escapar un suspiro largo, cargado de cansancio y nostalgia. Se quedó un momento en silencio, observando el interior vacío de la clínica como si aún pudiera escuchar las voces, las risas y los pasos que alguna vez llenaron el lugar. Sabía que el cierre era inevitable… pero eso no aliviaba la punzada de tristeza que le apretaba el pecho.
—La volverás a abrir —dijo Riku en voz baja mientras se acercaba por detrás y la rodeaba con los brazos, apoyando el mentón suavemente sobre su hombro—. Y será mejor que nunca.
Ella cerró los ojos al sentirlo, dejándose envolver por el calor de su abrazo. Sus manos buscaron instintivamente las suyas, entrelazando los dedos con ternura. Entonces se dio la vuelta entre sus brazos, hasta quedar frente a él, y lo miró con una pequeña sonrisa que temblaba en el borde entre la melancolía y la esperanza.
—¿Sabes? —dijo mientras levantaba una mano y le acariciaba el rostro con suavidad, sus dedos rozando la línea de su mandíbula—. En todos estos años aquí, en esta clínica… lo mejor que me pasó no fue el trabajo ni los logros.
Riku le sostuvo la mirada, sin decir nada. Esperando.
—Lo mejor fue conocerlos a ustedes. A Haru, a Kaito, a Shin… —sus ojos brillaron apenas, sostenidos por el recuerdo—. Y a ti. Sobre todo a ti.
Él ladeó la cabeza, una sonrisa leve curvando sus labios, y bajó la mirada por un segundo, como si no supiera qué hacer con la emoción que le hervía en el pecho. Luego la miró de nuevo.
—Fuiste tú la que nos salvaste a todos, Ren. Nos diste un lugar. Un centro cuando todo alrededor era caos.
Ella negó suavemente con la cabeza.
—Nos salvamos juntos.
Se abrazaron otra vez, más fuerte esta vez, como si ambos supieran que no importaba cuántas puertas se cerraran, mientras se tuvieran el uno al otro, siempre habría una nueva por abrir.
Afuera, el viento movía las hojas del árbol frente a la entrada, y el letrero de la clínica oscilaba con un crujido leve, como un último suspiro antes del renacer.
—La próxima vez —susurró Ren contra su pecho—, será más grande. Más fuerte. Para todos los que vienen detrás.
—Y yo estaré ahí —respondió Riku, besándole la frente con ternura—. Siempre.
—Más te vale —rió Ren con suavidad, mirándolo con un brillo travieso en los ojos—, porque habrá mucho trabajo.
Riku alzó una ceja, una sonrisa ladeada dibujándose en su rostro.
—¿Trabajo, eh? —murmuró, acercando su rostro al de ella—. ¿Estás segura de que estamos hablando del mismo tipo de “trabajo”?
Ren fingió pensarlo, mordiéndose el labio inferior sin apartar la mirada de la suya.
—Depende… —susurró, su voz bajando de tono, tornándose más íntima—. ¿De qué tipo hablas tú?
Riku no respondió con palabras. En lugar de eso, deslizó una mano por la curva de su espalda, acercándola aún más a él, hasta que no quedó espacio entre sus cuerpos. Su otra mano se alzó para enredarse en su cabello, sus dedos acariciando con lentitud la nuca de Ren. Ella contuvo el aliento justo antes de que él la besara.
El beso fue primero suave, casi como una pregunta, una promesa. Pero cuando Ren respondió, envolviéndolo con sus brazos y pegando su cuerpo al suyo, el momento se volvió más intenso. El mundo exterior —las luces apagadas de la clínica, los recuerdos, incluso el futuro incierto— se desvaneció.
Sus labios se buscaron con necesidad contenida durante demasiado tiempo, sus cuerpos encajando como piezas de un rompecabezas ya resuelto. Las manos de Riku se deslizaron por su cintura, firmes, delineando cada curva, mientras Ren subía las suyas por la línea de su cuello, acariciando la piel expuesta bajo su camiseta.
Se separaron apenas un instante, respirando el mismo aire, los labios rozándose aún, como si dejar de tocarse fuese impensable.
—No pensé que… —susurró Ren, temblorosa.
—Yo tampoco —respondió Riku, bajando la cabeza para besarla en la clavícula, con lentitud—. Pero si esto es parte del trabajo… entonces quiero horas extras.
Ren rió entre jadeos suaves, pero la risa se deshizo en un suspiro cuando él la alzó con facilidad entre sus brazos y caminó con ella hasta la camilla vacía en el centro de la sala. La depositó allí con una ternura casi reverente, como si ella fuera algo precioso, frágil, irremplazable.
—Aquí empezó todo, ¿no? —murmuró él, acariciando su rostro.
—Sí… —asintió Ren, rodeándolo con sus piernas, atrayéndolo hacia sí—. Pero no será donde termine.
Y esta vez, cuando sus bocas se encontraron de nuevo, no hubo espacio para las dudas ni para las palabras. Solo el calor de los cuerpos reencontrados, la redención silenciosa de dos almas heridas que por fin, después de tanto, se permitían amarse sin miedo.
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Editado: 30.06.2025