Al siguiente día presto más atención a las personas a mí alrededor.
Estudio a cualquiera que haga contacto visual intentando averiguar si ellos saben algo más de mí de lo que muestro, si uno de ellos leyó mi carta pero nadie parece hacerlo.
Todos me tratan como siempre, me ignoran como siempre.
No hay risas, no hay burlas, no hay nada.
La carta que no es para mí está en mi bolsa. No sé porque la tengo aquí, ¿a quién se la voy a dar?
Lo que no entiendo es esa parte del nombre. Al parecer en la escuela también hay otra persona llamada “Kendall” y su apellido también empieza con un B.
Si me hiciera una cuenta en Socialz podría buscarlo pero ni siquiera me atrevo a descargar esa aplicación otra vez. No puedo, es como volver a esos momentos oscuros.
Algo en la carta me rebeló que es un chico, un chico con una novia extraña. Le dice que lo mataría y luego le dice que lo ama. Esas palabras me recuerdan a tantas personas que he visto en internet, personas que no conozco pero que siempre las recuerdo.
Tal vez debería volver a leerla. No recuerdo si la carta incluía el nombre de la chica, tal vez sí. Tal vez si descubro quien es la novia sabré quien es el chico. Pero, ¿Para qué quiero hacer eso? ¿Y si mejor no le entrego la carta jamás?
Pero el problema no es su carta, es la mía. Alguien en esta escuela leyó mi secreto. No lo escribí literalmente pero lo expliqué y si alguien en esta escuela se toma un segundo para conectar los puntos puede que descubran más de mí de lo que quiero.
De nuevo me arde el estómago. Necesito agua ahora mismo.
Voy a la máquina expendedora de siempre y busco la mejor opción para beber. No tienen de la soda sin azúcar hoy, así que escojo una botella de agua.
Kendall B.
Miro a mí alrededor, a las personas que pasan sin notarme e intento recordar sus nombres. Me sé algunos, sé que hay un chico llamado Ramiro y otro llamado Clay, lo sé porque sus nombres me recuerdan a un libro que leí hace un tiempo.
También sé que hay un chico llamado Francisco y lo recuerdo porque su nombre se parece al nombre que he querido eliminar de mi cerebro.
Voy hasta el salón de clases y todo es ordinario. Sigo esperando que algún chico haga algo significativo que me muestre que es el otro Kendall.
Me termino toda la botella de agua, la guardo dentro de mi mochila al mismo tiempo que un dolor de cabeza me ha comenzado.
Las clases siguen su aburrido curso, profesores que tienen la monótona labor de hablarnos sobre historia del pasado, números y fórmulas que muy pocos de nosotros volveremos a usar en la vida y explicaciones sobre cosas que fácilmente podríamos encontrar en internet.
Me pregunto cuanto tiempo falta para que los profesores sean remplazados por robots, estoy segura que muy poco tiempo. Todos tenemos tan poco tiempo para tantas cosas y no nos damos cuenta.
Un día te despiertas y ese día será el peor día de tu vida.
Durante el receso iba a comerme la manzana que traje de casa pero me di cuenta que tiene una mancha rara y no sirve. No tengo nada que comer por hoy.
Me levanto con la mochila y camino por los pasillos vacíos. Todos los demás deben de estar en el área de la cafetería y las mesas así que voy al lado contrario. Por suerte esta escuela es grande y hay muchos lugares donde encontrar soledad.
Llego al lugar que encontré hace unos días. Al fondo de la escuela hay una de esas fuentes en la pared y pasto. No sé porque esta así, donde nadie lo ve pero no importa porque es un buen lugar para estar sola y no hacer nada más que escuchar música.
Sin embargo, cuando ya estoy por sentarme en el borde de la fuerte, veo que al fondo del lado contrario, en la esquina hay alguien. Un chico.
Un chico que está sentado, con la cabeza enterrada entre los brazos que rodean sus piernas.
Un chico que suelta un sollozo.
¿Está llorando?
Veo hacia el lado del pasillo de donde entre esperando que alguien venga por él a ayudarlo pero no aparece la ayuda, nunca llegan a tiempo, nunca ayudan. Lo sé.
Estudio su apariencia. Su camiseta es de un amarillo suave, de manga cortas y muestran sus brazos más musculosos que el de muchos de mis compañeros. Su cabello es de un tono marrón muy claro pero no es rubio. Sus zapatillas deportivas no parecen baratas.
¿Quién es él?
Respiro profundo. El sonido de la fuente quizás ocultó mis pasos pero puedo escucharlo llorar. Es una experiencia rara estar aquí, presenciando a alguien en dolor y no hacer nada.
Pero, ¿Qué puedo hacer?
Veo de nuevo hacia el pasillo y confirmo que solo estamos él y yo. Tal vez no quiere ayuda, tal vez se merece estar llorando así. Tal vez se peleó con su novia o novio y ahora está arrepentido. Tal vez se le murió su hámster o gato o perro o pez dorado.
Pero algo dentro de mí me hace imaginarme a la chica que fui hace un año y lo mucho que me hubiera gustado que alguien me hubiera ayudado antes de lo que ocurrió.
Digo, recibí ayuda pero después del daño.
Lamo mis labios y me levanto. Tengo que aplastarme el cabello por el viento y voy hasta donde está. No me nota todavía, sigue en sus sollozos y temblores.
Me inclino y con cuidado, toco su brazo. Él pega un salto pero no levanta el rostro, solo lo mueve lo suficiente para ver qué fue lo que sintió. Me inclino hasta sentarme sobre mis rodillas y nuestros ojos se encuentran. Los suyos están rojos y húmedos, los míos están observando el azul más azul que he visto jamás.
Todos hemos visto ojos azules, algunos parecen casi grises pero los de él me recuerdan a esas tardes de verano cuando las noches son demasiado claras y la tarde se mezcla con la oscuridad. Un azul que parece pintado o genéticamente modificado.
— ¿Estás bien? —es una pregunta estúpida pero tengo que hacerla.
No contesta, solo me mira y parpadea.
Suspiro. —Oye, um, no quiero interrumpirte pero no se supone que no haga algo si veo a alguien llorar, ¿verdad?