¿Por qué rayos estoy caminando hacia la fuente olvidada de la escuela?
Una parte de mi quiere que ese chico no se aparezca, no quiero volver verlo o que me hable. No quiero relacionarme con nadie, no quiero que nadie me conozca. Solo quiero ser ignorada, olvidada.
Pero cuando llego, él está ahí, en esa misma esquina.
No está llorando, está viendo hacia el cielo y cuando me nota, levanta la mano para saludarme. Veo hacia el pasillo solo asegurándome que nadie esté por aquí y no, estamos solos.
— ¿Trajiste mi carta? —digo, estirando la mano.
Eleva las cejas. — ¿Hola?
Bajo el brazo. —Lo siento. Hola, Kendall Dos.
Suelta una carcajada. —Habíamos acordado que me llamarías por mi segundo nombre.
Me recuesto en la pared con el hombro. El muro está pintado de un amarillo parecido al de la camisa que llevaba ayer solo que por la humedad tiene algunos bordes oscuros. —Suena mejor si te llamo Kendall Dos.
— ¿Por qué Dos? No es justo, ¿Cuándo es tu cumpleaños? —pregunta.
—En mayo, ¿Por qué preguntas?
Se encoje de hombros. —Para ver quien nació antes. Bueno, supongo que sí, tú ganas. Soy Kendall Dos.
— ¿Cuándo es tu cumpleaños? —no sé porque le estoy preguntando esto cuando se supone que solo vine para que me entregara la carta que debe ser destruida.
—En Julio —contesta.
Ahora sí, nos quedamos en silencio. Por unos segundos lo miro y luego desvío la vista hacia mis zapatos. Hay al menos tres tipos de pájaros cantando y silbando por alguna parte y ellos son los únicos que llenan este vacío silencioso.
— ¿Ya me darás mi carta? —pregunto.
—Ah, sí —se levanta y saca del bolsillo de su chaqueta la carta doblada por la mitad—. Lo lamento, está así toda arrugada pero bueno.
—No importa —digo, tomándola y sin pensarlo, la rasgo por la mitad.
— ¿Qué? —susurra—. Lo siento, es tuya. No importa.
No, no importa.
—Gracias por traerla. Nos vemos —la vuelvo a romper, haciendo más pedacitos.
—Espera —estira el brazo aunque no me toca—. No te vayas todavía, por favor.
Frunzo el ceño. — ¿No? ¿Por qué no?
Se encoje de hombros. —Porque no. ¿No quieres hablar de algo? No sobre las cartas pero, bueno, yo…
Niego. —Mira, no voy a quedarme a solas con un chico que tiene una novia —especialmente como la suya.
— ¿Qué? —Inclina la cabeza—. Pero, solo es para hablar, pasar el rato. Ahora mismo no tengo donde estar y me quedaré aquí, pero sería menos aburrido si te quedas. No hay señal en este punto de la escuela, ni siquiera puedo ver algo para distraerme.
Suspiro. —Puedes ir con alguien allá afuera, no pareces uno de los marginados.
— ¿Por qué lo dices? —entorna los ojos.
Porque es guapo, es carismático y algo me dice que tiene un poco más de dinero que muchos de aquí. Además, tiene una novia, ¿Por qué no está con su novia?
—Porque sí —respondo.
—Kendall Uno —sonríe de lado—. Quédate, por favor.
No lo conozco, es solo un chico. Me repito una y otra vez.
Pero algo dentro de mí me pide de nuevo que me quede. ¿Por qué debería hacerlo?
—Las personas suelen comer en esta hora —le digo, como indirecta para que vaya a hacerlo y me deje en paz.
—Sí, es verdad —se recuesta en la pared como yo, con el hombro y la cabeza en el muro—. ¿Por qué no estás ahí? ¿No te gusta lo que venden? ¿No traes comida de tu casa?
Trago saliva. —Ya comí.
—Yo también, suelo comer mucho en el desayuno —explica.
Volvemos a quedarnos en silencio pero nos estamos viendo a los ojos, como un concurso para descubrir quien apartará la mirada primero. No lo hace, yo tampoco. Nos vemos sin hacer nada más.
¿Será que si compartes nombre con una persona te une de alguna manera cósmica con ella?
No, claro que no. Esa es una estupidez, cosas que leerías en algún poemario virtual escrito por una chica de quince años. Una chica deprimida, sola y abrumada por su vida. Una chica como la que fui.
— ¿Sabes? —Habla—. Estamos actuando como si yo no leí tu carta y tú no me viste llorar ayer.
— ¿Para qué vamos mencionarlo si no podemos hacer nada al respecto? —ni él me ayudará, ni yo a él.
—Pero pasó, uno de nosotros debería contar algo sobre ello. No seré yo, dilo tú —ni loca.
—Puedo solo irme sin decirte algo —le recuerdo.
Sonríe. —Tienes razón, pero no te irás. Creo que quieres saber porque estaba llorando.
—No —sí, pero no preguntaré.
No me interesa nadie, no me interesa la vida de los demás. Solía interesarme mucho por las personas, quería agradarlas pero a nadie le interesó mi vida y no les intereso yo.
Solo quiero estar lejos de las personas.
— ¿Por qué no nos hacemos tres preguntas y tenemos que responderlas? —propone.
Bufo. —Escucha, no voy a responderte nada. No quiero hablar contigo, estoy aquí porque como tú, no tengo nada mejor que hacer. ¿Por qué no solo coexistimos en silencio?
—Porque es aburrido —sonríe de lado—. Sophia.
Ruedo los ojos. —Llámame como quieras.
—Claro, Kendall copia —se mueve para recostar la espalda ahora en el muro.
—Kendall copia, ¿es lo mejor que puedes pensar? —suspiro, moviéndome para recostar la espalda también.
—Si vamos por una calle y alguien grita, ¡Kendall! Ambos voltearíamos —comenta.
Frunzo el ceño. — ¿Qué?
—Si uno de nosotros se gana la lotería y vienen a entregarle el premio a “Kendall B.” uno de nosotros podría ganarlo sin haber jugado a la lotería. —sigue hablando.
— ¿Estas bien? ¿Qué dices?
—Digo que quizás estamos en un programa del gobierno, pusieron dos Kendalls en una escuela. No es una coincidencia —suelta.
Lo miro con el ceño fruncido y él suelta una risa. Este chico es raro pero no raro malo, raro como… bien.
— ¿Para que pondrían dos Kendalls en una escuela? —le sigo el juego.
Él se voltea otra vez para verme de lado. —Pues para que ocurra algo como esos fenómenos cuando el viento muy caliente se encuentra con nubes de lluvia, como para descubrir que pasaría en condiciones muy opuestas.