Kendall Y Mi Secreto

12: ÉL

Terminamos de comer, Kennie deja las orillas de la pizza en la caja y yo no, a mí me gustan.

Está recostada en una de las paredes de la casa del árbol, con las piernas estiradas. Yo estoy al frente, nuestros pies están a una corta distancia.

—Dime algo de ti —pido.

Cierra los ojos. —No hay nada que decir.

Eso es mentira. Esta chica es como un montón de piezas de rompecabezas que todas se parecen y es difícil empezar a unirlas. — ¿Nada? Bien, haré preguntas. ¿Tienes mascotas?

—No —abre los ojos—. Mamá tenía un chihuahua blanco.

— ¿Tenía? ¿Qué le pasó?

Mira la lata de refresco. —Lo regaló a alguien, una vecina. Ya no quería seguir cuidándolo y yo no podía hacerlo por la escuela.

—No tengo mascotas —digo—. Mamá es alérgica. Bien, siguiente pregunta, ¿Quién es tu cantante favorito?

Hace una mueca. —No tengo. Solo escucho la música y ya, no me importa de quien es.

Vuelvo a sonreír. —Ya veo, me imagino que tu color favorito es el negro, odias los lunes, los niños te estresan y amas las películas de terror.

Eleva una ceja. —No. Mi color favorito es el azul, como el cielo. No solo odio los lunes, los niños no me estresan, me estresan sus padres que actúan como idiotas y no amo las películas de terror pero no las odio.

—Bueno, al menos sé un poco más de ti —digo.

Suspira. — ¿Por qué rayos quieres saber más de mí?

Tomo mi soda y le doy un trago. —Pues porque eres la chica que escribió una carta muy agresiva.

Rueda los ojos. — ¿Es eso? ¿Es porque quieres saber por qué escribí eso que me has invitado aquí?

—No —doblo mis piernas para sentarme sobre ellas—. No pero quiero saberlo porque cuando lo leí me preocupé, parecía que alguien estaba amenazando a una persona llamada Kendall.

Entorna los ojos. — ¿Quieres saberlo? Entonces tú dime por qué estabas llorando.

Oh, ahora estamos entrando en ese terreno.

—Pensé que no lo ibas a mencionar —digo.

Cuando lo recuerdo me siento avergonzado. Ese día solo busqué un lugar alejado de todos y pensé que nadie me encontraría hasta que ella llegó.

— ¿Yo? Tú estás mencionando lo de la carta —afirma.

Trago saliva. —Yo sé, pero es distinto.

—No lo es —se cruza de brazos—. Así que, ¿Quién va a hablar primero?

Ella me sostiene la mirada, permanecemos así por mucho tiempo hasta que suspiro. — ¿Te gustan los videojuegos?

Bufa. — ¿Qué?

—Que tengo videojuegos y quien pierda tiene que confesar algo, tal vez no todo pero algo —yo no voy a decirle mis secretos pero quizás pueda explicarle una parte.

Aunque no voy a perder.

—No sé jugar —admite.

Sonrío de lado. —Pero puedes aprender, te enseño y cuando ya seas una jugadora decente, competimos para ganarse una pregunta con una respuesta honesta.

Exhala lentamente. — ¿Por qué eres raro?

Sonrío. —Tú eres la rara, Kennie.

—Kennie —repite, haciendo una mueca—. ¿Qué tipo de videojuegos?

Empiezo a enumerar con mis dedos. —Tengo de autos, de deportes, de guerra, ¿Cuál te interesa?

—Ninguno —aclara la garganta—. Supongo que el de autos suena fácil.

—No es tan fácil como crees —le digo.

Bosteza, cubre su boca con ambas manos. —Entonces hagámoslo, pero si pierdes no hay revancha y tienes que decirme la verdad.

Estiro la mano hacia ella. —Trato, tú también. Sé honesta.

Estira su brazo y estrechamos las manos. Su mano es suave y fría, contraria a la mía que tiene algunas partes lastimadas. —Muy bien, entonces, ¿vamos?

Se encoje de hombros, estoy notando que eso es algo que hace muy seguido. —Vamos.

Me levanto para salir de la casa primero. Bajo y la espero, ella se toma su tiempo, me mantengo un poco cerca en caso se resbale pero no lo necesitó, bajó sin problemas.

— ¿No deberías bajar la caja de pizza? —pregunta.

Sacudo la mano. —Lo haré después, primero hagamos esto.

Le hago una señal para que me siga y así entrar por la puerta de atrás. Creo que es mejor que sea así, en la sala de estar tenemos la fotografía con mi hermano y no quiero responder a esas preguntas.

Le doy un vistazo. Realmente tengo que ganarle, no quiero responderle nada y estoy seguro que lo que sea que tenga para contarme no es tan malo como lo que me pasó.

Aunque no debería pensar así. Eso mismo solían decir de mí.

“No es tan malo”

Ellos no saben nada.

Dejo que pase primero al pasillo que conduce a la cocina. Sus ojos exploran las paredes vacías color salmón, luego vamos a la cocina y sigue viendo todo.

—Abajo —digo, señalando la puerta del fondo—. En el sótano está mis consolas.

— ¿Sótano? ¿Eres un asesino?

Mi corazón se detiene por un segundo. Ella no sabe nada, ¿no? Ella solo está bromeando. —Claro que no, juro que está ahí.

Se toca la coleta. —Um, ve tu primero.

Esta chica es desconfiada pero no la juzgo por ello. Siendo realistas, no nos conocemos y está en la casa de un chico que apenas conoce. Es inteligente por no confiar ciegamente en mí aunque no hay forma que yo haga algo contra ella. No seré como las personas que me han arruinado.

Abro la puerta y enciendo el interruptor, volteo para asegurarme que esté siguiendo. Bajamos las escaleras y una vez llegamos, enciendo el otro interruptor que enciende las luces blancas iluminando el sótano.

— ¿Te parece esto el lugar de un asesino? —pregunto.

Sonríe. —No, parece un lugar donde tú y tus amigos se emborrachan.

Suelto una carcajada. —Créeme, nunca podría hacer eso. El novio de mamá vive aquí y es policía.

— ¿De verdad? ¿Te llevas bien con él? —camina por el lugar, pasa por el sofá largo frente a la televisión y el mueble donde están las consolas y los videojuegos.

Me muevo al equipo de sonido y lo enciendo. —Sí, me llevo bien con él —conecto mi teléfono y busco una lista de reproducción—. Bien, es hora de jugar.




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