Kendall Y Mi Secreto

16: ÉL

Volteo a ver a Kennie luego de terminar de jugar baloncesto. No puedo decir que es la peor jugadora pero no es muy buena. Es divertido verla fallar pues ahí es cuando veo otras expresiones en su rostro. Deja de ser fría, sarcástica, gruñona y se convierte en alguien apenada y tímida.

Ambos estamos sudando y ahora mismo tengo mucha sed. — ¿Limonada?

Asiente, respirando profundo.

Le pido que me siga hasta la cocina y le señalo una silla para que se siente mientras sirvo la limonada con un poco de hielo. Le entrego el vaso y lo levanto para que los choquemos.

Ella lo hace y le da un trago largo. —Odio hacer ejercicio.

Sonrío de lado, limpiándome los labios con el dorso de la mano. —Tienes que mejorar tu tiro, así nunca vas a encestar.

Le da otro trago. —No es como si quiero hacerlo.

Me siento a un lado de ella, recuesto los codos sobre el mármol. —Oye, si quieres puedes quedarte a comer. Podemos pedir algo, mamá me deja que lo haga durante las vacaciones, comer de afuera todos los días.

Toma su cabello y lo dobla, como si lo estuviera enrollando. — ¿Vas a volver a pagar?

Intento no sonreír demasiado. —Solo si comemos en la casa del árbol.

Junta las cejas. — ¿Por qué quieres estar ahí? No me digas que estas compensando algo de tu infancia. Mírate, tienes la vida perfecta.

Mientras tragaba la limonada escucho lo que dice y comienzo a ahogarme. Toso varias veces hasta que finalmente dejo de sentir la sensación en mi garganta.

— ¿Qué dijiste?

Ella me observa confundida. — ¿Qué dije? Nada, ¿estás bien?

Carraspeo. —Dijiste que tengo la vida perfecta.

Endereza la espalda. — ¿Y no es así? digo, no es que no tengas problemas pero tu mamá te quiere, su novio es una buena persona tú mismo lo dijiste, tienes esta casa grande y en la escuela eres el señor popularidad.

Dejo el vaso a un lado, me giro para verla de frente, nuestras rodillas casi se tocan. — ¿Y crees que eso es tener la vida perfecta?

Se encoje de hombros.

— ¿Qué? ¿Quieres mi vida? —Resoplo—. Claro, te la regalo si la quieres. No sabes nada, así que no me digas eso de nuevo.

Chasquea la lengua. —Oye, ¿Qué te pasa? ¿Por qué te ofendes tanto? Mira, perdón, ¿Bien? Pero no seas grosero.

Sale de la silla, yo me levanto también.

—Mejor me voy —entorna los ojos—. No sé porque querías que viniera pero me alegro que aquí termina todo esto. Si tienes problemas, resuélvelos antes de tirarlos a otras personas.

Eso provoca algo en mí, algo que sube desde mi estómago, por mi pecho a mi garganta. — ¿Yo? ¿Quién es la que va por la vida con la expresión de apatía?

— ¿Ahora se trata de mí? —rueda los ojos—. Déjame en paz, ¿sí? Olvida esto, eres raro y tienes una novia toxica. Si no te gusta algo de tu vida, cámbialo.

Ella empieza a caminar hacia la puerta pero yo la sigo. — ¿Crees que es así de fácil, eh? Vaya, que buena eres dando consejos.

No se detiene, va hacia la puerta. —Llama a tu novia y cuéntale que has estado conmigo, ¿Veamos cómo reacciona?

Ella sale de la casa, yo también, ni siquiera cierro la puerta. — ¿Qué tienes contra Cora?

Finalmente gira y me mira. — ¿Qué tengo? Nada. Esa chica es una extraña para mí pero… no importa, ¿sabes? No importa, tú no me importas. No me importa nada, solo déjame en paz.

No sé cómo pasamos de divertirnos en el jardín a esto. —Kendall —hablo—. Sé que nada te importa, lo dejas claro y puede que creas que eres mejor que todos, ¿no? Por eso te gusta la soledad.

Ríe molesta. —Por favor. No sabes nada de mi ni yo de ti. Estamos siendo ridículos actuando como si… esto es una pérdida de tiempo.

La veo a los ojos y ella a mí. Es como un reto silencioso, quien aparte la mirada pierde. — ¿Por qué escribiste eso en la carta? —pregunto, bajando el tono de voz.

Bufa. — ¿Por qué estabas llorando, Kendall?

Sin apartar la mirada, respondo: —Porque mi vida no es perfecta.

El silencio es tan pesado en este momento, ella respira profundo y gira. Pensé que iba a caminar hacia la puerta para alejarse de aquí pero vuelve a girar conmigo.

—Olvidé mi bolsa —confiesa.

Volvemos a quedarnos en silencio, ninguno se mueve. La miro y ahora es como si toda la furia en mí estuviera deshaciéndose.

Me paso la mano por el cabello. —Oye, lamento todo lo que dije. Lo siento, sé que no te importo y no nos conocemos pero me agradas.

Suaviza la expresión. —Ni nos conocemos, no te puedo agradar.

Subo y bajo la ceja derecha. —Pero estamos conociéndonos, ¿no?

—Yo no lamento lo que dije —eleva el mentón—. Y si no te gusta mi personalidad, es tu problema.

Resoplo. —Me estoy acostumbrando.

—Tengo que ir por mi bolsa —dice.

Me encojo de hombros. —Claro.

Ambos entramos de nuevo a la casa y nos movemos hasta el sótano, permanezco en las escaleras mientras que ella se acerca al sofá, toma la bolsa para colocársela.

Cuando empieza subir las escaleras, yo hablo: —No te vayas.

Me mira con las cejas elevadas. — ¿Por qué?

Juego con el borde de mii camiseta. —Porque… —porque hay algo distinto en ti, hay algo distinto en mí cuando está cerca—, quiero que seamos amigos.

Tuerce los labios. — ¿Y si yo no quiero ser tu amiga?

Rasco mi mentón. — ¿Hay alguna razón especial porque no quieras serlo?

Mira hacia el lado contrario. — ¿No crees que es raro que estemos aquí?

— ¿En el sótano? —junto las cejas.

—No —me mira—. Es como… no lo sé, no entiendo porque me hablas, nadie lo hace.

Respiro profundo. — ¿Por qué nadie te habla?

Bufa. —Yo que sé. Tampoco es como si yo quiero hablar con las personas, prefiero estar sola.

—No estás sola ahora —digo, viéndola a los ojos.

Ella asiente varias veces. —No, ahora no.

Sonrío. —Entonces, ¿te vas a quedar o tengo que pasar el resto del día solo, pensando en mi casi nueva amiga?

Rueda los ojos pero sonríe.




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