Es el tercer día que llevo conviviendo con este chico.
No me gusta la idea de hacer amigos y no creo que Kendall sea mi amigo pero esto no se siente tan mal. En realidad, cuando no estamos discutiendo, me llevo bien con él.
No quiero llevarme bien con él.
Hoy estamos preparando hamburguesas caseras luego de pasar mucho tiempo jugando videojuegos en el sótano. Antes pensaban que eran aburridos, ahora estoy comenzando a disfrutarlos.
Mientras él le da vuelta a la carne, reviso mi teléfono. Mamá me envió un mensaje con fotografías de la vista que tiene en el cuarto del hotel. No le respondo.
— ¿Te gusta el tocino? —pregunta.
Sí me gusta pero no debería comerlo. Mamá se aseguró de dejar comida sin muchas calorías antes de irse, el tocino podría hacer algo en mi cuerpo que lo delate.
Pero no quiero limitarme solo porque mamá considera que cien calorías extras pueden arruinar tu vida. —Sí.
Sonríe. —Genial, le agregaremos tocino también.
Me recuesto en la encimera. — ¿No es malo para los deportistas comer cosas así?
Se encoje de hombros, moviendo la carne en el sartén. —Tal vez sí pero no es como si como esto siempre, además estamos en vacaciones.
Luego de terminar con la carne y el tocino, empezamos a tomar todos los ingredientes para preparar nuestras propias hamburguesas. Queso, lechuga, aderezos, tocino, carne y otra rodaja de queso.
—Mira, se ven perfectas —levanta un dedo—. Necesitamos sodas, ¿Cuál quieres? ¿Uva o limón?
—Limón —respondo.
Él saca del refrigerador dos latas, una morada y otra verde. Las coloca a un lado de donde están nuestros platos.
—Espera —sonríe lentamente—. Tengo una idea, vamos a comer en la casa del árbol.
Suelto una carcajada. — ¿Por qué te gusta tanto estar ahí?
—Porque sí, es divertido, es mejor que sentarnos aquí y comer como personas ordinarias.
Ruedo los ojos pero me levanto de la silla. Él envuelve las hamburguesas en papel aluminio y las gurda en una bolsa, toma las latas para colocarlas adentro también.
—Todo listo, vamos —la levanta frente a mi rostro.
Suspiro, lo sigo hasta la puerta para llegar a las escaleras de la casa del árbol.
Señala hacia arriba. —Voy a subir y luego me las pasas —me entrega la bolsa antes de moverse hacia el interior de la casa del árbol, luego se inclina hacia donde estoy estirando el brazo.
Le entrego la bolsa y luego sigo yo, subo a este pequeño espacio que nos ha tenido aquí por tres días seguidos.
—Es como un día de campo —afirma, sacando todo.
Ruedo los ojos. —No estamos en el campo.
—No es literal —me entrega una hamburguesa.
Me recojo el cabello en un moño mal hecho y recuesto la espalda en una de las paredes. Ambos comenzamos a comer en silencio, Kendall mira por la ventana mientras mastica y traga.
— ¿Tienes tu teléfono? —pregunta, volteando hacia mí.
Doy un sorbo a mi soda. —Sí.
—Pongamos música —pide—. A ver, muéstrame cuál es tu estilo.
Me encojo de hombros, voy a la aplicación para encontrar la lista de reproducción de las canciones que más he escuchado últimamente. Presiono la opción de “reproducción aleatoria” y se empieza a escuchar una voz femenina con sonidos ochenteros, aunque la canción es de este año.
—Súbele todo —pide.
Lo hago, dejo que el volumen llegue hasta arriba. Sigo comienzo mientras la canción canta sobre el amor, un verano inolvidable, la emoción de ser joven y todo eso que desconozco.
Él termina de comer, hace una bolita con el papel aluminio. —Hoy hace mucho calor.
—Lo sé —digo, abanicando mi rostro con la mano—. Es primavera, no debería sentirse así todavía.
—Es el cambio climático, ¿no?
Resoplo. —Creo que ya no le dicen así.
La canción llega al puente donde hay un solo de guitarra, mezclado con sonidos electrónicos. Él asiente, mueve los dedos contra su rodilla. —Esa canción me gusta, ¿Cómo se llama?
—Eres Como Un Sueño —respondo.
Eleva una ceja. — ¿Lo soy?
Ruedo los ojos. —Claro que no. Ese es el nombre de la canción.
Se levanta y estira los brazos hacia el frente. —Lo sé, te estoy molestando. No tienes tan malos gustos, pensé que escucharías algo como rap europeo con mezclas de rock oscuro.
Frunzo el ceño. —No creo que eso exista.
—Debería —contesta, sonriendo.
Termino de comer, froto las manos un par de veces. — ¿Y ahora qué quieres hacer, Clon?
Se recuesta en la pared, con una pierna cruzada frente a la otra. —Pues por ahora, solo quiero descansar. Luego podremos continuar con los videojuegos, para que practiques.
—Bien —respondo.
La canción ahora es distinta, un chico con voz suave y lenta. Me gusta mucho esta canción aunque es también sobre situaciones que nunca he vivido.
— ¿Sabes que hay un baile dos semanas después que regresemos?
Levanto la mirada hacia él. — ¿Un baile? No, no sabía.
De todas formas no voy a esas cosas. No tendré con quien ir, ni siquiera un grupo de amigos o amigas. Sería una estúpida si voy a eso.
—No pareces muy emocionada por ello —inclina la cabeza.
Me encojo de hombros. —No es lo mío, imagino que tu iras con tu novia.
Siente, haciendo una mueca. —Es el plan, siempre es el plan.
Mis ojos se pasean por la pequeña estructura. Ya no hablamos, solo dejamos que la canción pase y es hasta la siguiente cuando él aclara la garganta.
— ¿Alguna vez has ido a un baile?
Mi cerebro me lleva de vuelta a esa noche. Esa noche donde todo pudo cambiar, donde en realidad, todo cambió. Donde una versión de mi murió. Se fue para siempre.
Y todo fue mi culpa.
Suspiro sin evitarlo. —No.
Odio que sueno triste y no es necesariamente porque quisiera ir a un baile, es por lo que pasó, por lo que nadie sabe y por todas esas ilusiones que se enterraron en la tumba que casi fue para mí.
¿Cómo explicar lo que me sucedió sin que me culpen?