Cuando despierto me duele la cabeza.
Veo hacia la ventana y a través de las cortinas puedo notar que hoy será uno de esos días con el sol intenso y brillante, cielo azul, el verde de las hojas resaltando, los pájaros cantando por todo el lugar.
Y eso me hace enfurecer.
No entiendo como mi mundo puede estar cayendo en pedazos y la vida sigue como si nada. No entiendo como nadie puede hacer nada. Nada sirve, nada ayuda.
Pensé que había llorado lo suficiente ayer pero no. Las lágrimas salen inmediatamente y me hundo en la almohada. Mamá y Jordan ya no están en la casa pero aun así, no quiero que nadie escuche mi llanto. Ni los insectos ni los fantasmas ni nadie.
Soy patético. Odio mi vida. La odio tanto.
Todo lo malo que sucede es por mí, por mi culpa. Sé que mamá no lo dice pero me culpa de lo que sucedió con mi hermano y aunque no lo diga no importa porque yo me culpo.
Me levanto de la cama aun con las lágrimas deslizándose por mis pómulos, mejillas, cuello. Veo que Cora me llamó a las dos de la mañana pero no me importa. No me importa.
Pienso en Cora y aunque la quiero también pienso en que no la amo. No creo que pueda ser capaz de amar a nadie. Para amar tienes que ser honesto y jamás podría contarle a ella lo que pasó antes de conocernos. No puedo permitir que nadie sepa.
Una de las razones por las que estoy con Cora es porque no sentía la presión de hacer lo que todos mis amigos ya han hecho. Ella va a la iglesia y es una miembro activa ahí, ella cree en esperar hasta el matrimonio y todo eso. Yo nunca tuve la opción de decidir.
Limpio mis lágrimas y bajo las escaleras. Mi ropa está arrugada, mis ojos hinchados, mi cabello revuelto. Soy un desastre pero esto solo demuestra cómo me siento por dentro.
Voy a prepararme un café, le pongo doble porque quiero creer que esto me ayudara a apagar lo que estoy sintiendo. Tomo mi taza, sirvo el líquido caliente y lo dejo en la encimera. Me iba a mover para tomar una servilleta del miedo pero no calculo y empujo la taza, cae de lado y el líquido va directamente a mis piernas.
Suelto un insulto, me levanto de golpe, el banco cae detrás de mí y eso es todo lo que necesito para perder el control.
He estado soportando como un cachorro bien portado, he estado esperando, esperando, esperando. Esperando sin que nada pase. He querido que algo pase. Pero nada sirve.
Pateo el banco con fuerza, tomo la taza y la lanzo contra el suelo. Se quiebra en pedazos como yo. Mis lágrimas salen como cataratas y mis gritos dejan de ser ahogados.
Estoy llorando como nunca me había permitido hacer.
Me doblo en el suelo, abrazo mis piernas y hundo mi rostro entre mis rodillas. Yo solo quiero saber por qué me pasó eso a mí. Por qué no puedo superarlo. Por qué me duele tanto. Por qué mi padre y mi hermano. Por qué.
Sigo llorando y gritando. Me ahogo entre sollozos y todo mi rostro está húmedo, hinchado y lloro sin parar. Lloro como si de nuevo, tuviera ocho y nueve años.
Como si tuviera diez, con esa persona que ahora está planeando vivir en libertad mientras que yo sigo encerrado en una jaula de la cual nadie tiene llaves.
Luego de una media hora en el suelo, me levanto. El dolor de cabeza se ha agrandado. Subo de nuevo a mi habitación para cambiarme de ropa y lavarme la cara.
Cuando estoy ahí, mi teléfono suena. Me acerco para ver quien está llamándome y es Cora.
Sorbo fuerte por la nariz antes de contestar: — ¿Hola?
— ¿¡Porque no me contestaste antes!? Te he llamado tres veces, ¿Qué estabas haciendo? ¿Con quién estas? ¿Crees que soy tonta? ¿Crees que puedes engañarme?
Respiro profundo. —Estaba ocupado.
Suelta una carcajada. —Claro, ocupado. ¿Con quién? Te voy a llamar ahora mismo por video y si no estás en tu casa, si hay alguien ahí…
—No… —no puedo dejar que me vea así, me hará preguntas y no quiero contestarlas.
Antes que pueda hacer algo, ella cambia la llamada a una de video y me aparece la opción de aceptar. Pero no puedo hacerlo, la rechazo.
Inmediatamente me llama de nuevo. Le cuelgo y la llamo, cuando contesta me grita: — ¿Por qué no me contestas? ¿Con quién estas? ¿ES con Amanda, no? Esa estúpida siempre está buscándote, te voy a matar Kendall si me estas engañando. ¿Quién te crees que eres? ¿Te olvidas que yo soy quien sabe tu secreto? ¿Quieres ver como nadie te querrá si lo digo?
Trago saliva con dificultad. —Cora, escúchame, no estoy haciendo nada malo, pero ahora mismo no puedo. Tengo que…
— ¡Eres un idiota! Todos los hombres son iguales, ¿quieres engañarme? Hazlo, pero te arrepentirás.
—Por favor —elevo la voz—. Cora, escúchame. No estoy engañándote, estoy en mi habitación. Estoy solo.
—Dime algo —habla con fuerza—. ¿Me amas? Porque no creo que lo hagas. Eres un mentiroso, eres igual que tu padre.
La mandíbula se me tensa. Estoy apretando el teléfono con mis dedos. —Cora… —no puedo creer que haya dicho eso.
Pero ella ríe. — ¿Qué? ¿No lo eres? Demuéstralo, demuéstrame que sí eres bueno. Mira, Kendall, tú no sabes cuantos chicos mueren por estar conmigo pero contigo nadie va a estar si digo lo que yo sé.
Ella no sabe nada.
Ahora la cabeza se siente como s fuera a explotar. Cierro los ojos. —Escucha, no estoy engañándote. ¿Me puedes dejar que termine de hacer lo que estoy haciendo?
—No —dice—. Ahora estaré ocupada, piensa sobre lo que has hecho y espero que me llames en la noche para disculparte. Si no lo haces, ya verás.
Suspiro. —Lo siento. No quiero molestarte, lo lamento Cora. No te enojes, ¿sí? Por favor, sabes que te amo, sabes que no hay nadie más.
—Um, eso espero —aclara la garganta—. Recuerda que te amo, Kendall. Yo te amo, solo a ti.
—Lo sé, Cora. —Solo necesito que cuelgue, me duele el estómago y la cabeza, no quiero seguir hablando. Necesito silencio.
—Adiós —termina la llamada.
Lanzo el teléfono a mi cama y aprieto los ojos. Puedo sentir los latidos de mi corazón contra mi pecho, la respiración rápida y agitada. Tengo que calmarme. Solo tengo que calmarme.