Kendall Y Mi Secreto

22: ÉL

No sé qué me pasó.

No sé si fue la llamada de Cora antes de jugar.

No sé si fue el recuerdo de mi hermano.

No sé si es solo mi cerebro traicionándome una vez más.

Lo que sé es que desde que la carrera empezó, todos los recuerdos llegaron y pasaban tan rápido como el auto que estaba conduciendo en el videojuego. Seguían pasando, en desorden cronológico y luego, pensé en mi futuro.

Todo me dio vueltas y pensé, si realmente estuviera conduciendo un auto así, haría lo que hice. Lo llevaría directamente a un muro y finalmente dejaría de sentir, de pensar, de recordar, de vivir una y otra vez esos momentos que quiero que desaparezcan.

El silencio me está matando y entonces, me di cuenta de algo. Que tengo a mi lado a una persona extraña, distinta, que no me ha juzgado por todo lo poco que ha visto de mí y eso que ha visto mucho hasta ahora.

Y me pregunté, ¿Y si lo digo? Tal vez no todo, tal vez solo unas partes. Un poco.

Ese día estaba llorando en la escuela por una razón, una de muchas. Una de tantas que quiero olvidar.

Y lo hice. Perdí porque quiero probar, quiero ser estúpido y confiar en alguien que no conozco muy bien pero que tampoco me conoce y eso la ha alejado de cualquier estereotipo sobre mí.

— ¿Estás bien? —pregunta.

Trago saliva. —Eh, sí… sí, yo estoy bien. Solo estaba… yo…

No sé qué decir, no sé cómo explicarlo.

Ella toma el control otra vez y mueve el auto hasta donde dejé el mío. El reloj del videojuego sigue avanzando pero nosotros hemos quedado ahí, ninguno se mueve.

—Tienes que jugar —pide—. No es divertido cuando me dejas ganar.

Sonrío a medias. —No tienes que decirme nada si no quieres. No voy a preguntarte si no quieres que lo sepa.

Hace una mueca. — ¿Ahora no quieres husmear en mi vida?

Me encojo de hombros. —Lo siento, estos días han sido raros para mí.

Ella suspira, deja el control a un lado para tomar el de la televisión y la apaga. —Entonces ambos perdimos.

—Supongo —digo, llevo mi mano a mi cabeza para masajear ese punto que está doliéndome.

—Entonces, ¿Qué quieres preguntarme? —ella me mira con los ojos entornados.

Me sorprende que esté dispuesta a responderme, ella pudo ganar el juego. Ella puede hacer cualquier pregunta.

Bajo el rostro. —No lo sé, no quiero… mira, yo no sé qué… —exhalo frustrado—. Lo siento, lo siento.

Ella y yo permanecemos en silencio, me recuesto en el respaldo y cierro los ojos. El dolor de cabeza solo sigue en aumento, las imágenes de todo me hunden con una fuerza inexplicable.

—Mi hermano se suicidó —confieso, aun con los ojos cerrados—. Eso fue hace cinco años. Ayer fui a visitarlo a su tumba con mamá, fue su aniversario.

Kendall no me responde nada, solo escucho el sonido estático de la mini refri, sonidos opacos del exterior y la sangre en mis oídos. Es como si el mundo se estuviera apagando luego de esa confesión.

Cora no sabe esto. Mis amigos no saben esto. Solo un puñado de gente lo sabe y ahora, es ella quien lo sabe también.

Abro los ojos para descubrir que me está viendo. Por varios segundos mantenemos el contacto visual. — ¿Qué? —rompo el silencio.

Lame sus labios. — ¿Ayer?

Asiento.

Suspira. — ¿Cómo se llamaba? —pregunta.

—Kevin —contesto, pronunciar ese nombre es tan poco frecuente ahora—. Era mayor, diez años mayor que yo.

Aprieto los puños porque las emociones están abarcándome de nuevo. No quiero llorar, ya no debería llorar. Debería superarlo.

—Kevin —repite.

Este silencio es igual al que he escuchado tantas veces en mi vida. El silencio después que papá escuchara mi confesión. El silencio cuando mamá recibió la llamada telefónica. El silencio cuando Kevin me vio después de todo el caos.

El silencio que más odio es el que tiene que llenarse de tantas emociones pero nadie las expresa, las embotellan con gasolina para que exploten en otras partes y las secuelas sean peores.

—Escribí eso en la carta —ella habla en voz baja—, porque hice algo estúpido hace más de un año. Algo que fue tan ilógico y muy, muy idiota de mi parte.

La veo, está mordiéndose la uña del pulgar.

—Es una historia… tan larga…

—No tienes que decirme —afirmo—. No tienes que hacerlo.

Levanta la mano para detenerme. —No tengo que decirte pero, no lo he dicho jamás. Nunca. Debí decirlo, pero no lo hice y tal vez eres mi única oportunidad de decirlo.

Asiento. —Hazlo si quieres, puedes confiar en mí.

No sé si lo siente así pero yo al menos, siento que sí puedo confiar en esta chica. ¿Por qué? No lo sé. Solo sé que Kendall no me ha dado motivos para querer alejarla, sino todo lo contrario.

Exhala lentamente antes de comenzar. —Bueno, te dije que mamá hace videos en internet y pues, ahora solo son de ella y sus viajes y compras y lo que hace en el día a día —explica—. Pero antes yo también aparecía, hubo un tiempo donde las personas me conocían, las personas que la veían.

Asiento.

—Entre ellas había un grupo que se hacía llamar “mis fans” solían contactarme por redes sociales y hablábamos, pensaba que… eran mis amigos —aclara la garganta—. Muchas cosas pasaron pero, bueno, una de ellas es que conocí a un chico ahí que me decía que era muy linda y nos hablábamos por mensajes todo el tiempo. Poco a poco él comenzó a gustarme.

—Entiendo —digo.

Se acomoda sobre el asiento, baja el rostro. —Él era como mi mejor amigo pero también me coqueteaba, me hace sentir diferente y eh…

Puedo notar que todo esto la está haciendo sentir mal. Aunque no la conozco de hace mucho tiempo la he visto lo suficiente para notar que siempre se mueve con seriedad y su mirada es firme. Ahora no, ahora incluso parece más joven, como si fuera una niña desprotegida.

Tengo que resistir el impulso de acercarme. No quiero que malinterprete mis acciones.

—Bueno, quedamos de vernos un día. Una noche. Era para el baile de la escuela anterior donde estaba, era el baile de primavera también. Pensé que iba a ser genial porque lo iba a ver y…




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