—Entonces —dice—. ¿No quieres hablar sobre ello para que lo arresten?
Limpio mi rostro. —No. Además, es difícil porque, pues… no sé si fue una casualidad o una señal pero al siguiente día vi un video de una chica que contaba una experiencia donde intentaron abusarla y todas las personas en los comentarios decían que “no era para tanto” “que exageraba” “que no se puede comparar con un abuso real” entonces, solo supe que así me iban a tratar.
Él me observa en silencio y se mueve para acercarse un poco más. —Aun así, nada de lo que ellos digan es importante. Ellos no saben lo que tú viviste, lo que tú sientes. Nadie tiene derecho a decirte que lo que tú viviste no fue traumático.
Entorno los ojos. Kendall no es como los demás, él tiene empatía y una muy grande. Incluso es como si sabe qué decir.
—Creo que ahora es tarde para hablar, él desapareció del internet —respiro profundo—. Solo espero que jamás haya hecho eso con otra chica. Espero que nadie sea tan estúpida como para creerle a un hombre adulto que es un adolescente.
—No eres estúpida —afirma—. En realidad, eres una persona que merece mucho más de lo que piensas. El único estúpido es él, solo él. No tú, no fuiste estúpida, eras una chica de quince cuando lo querías conocer, antes de eso eras una niña confiando en él. Él es el problema, él es el único culpable, no tú. Basta de eso.
Lo miro y él me da una pequeña sonrisa. Mi corazón se salta un latido. Es la primera vez que le digo a alguien lo que me pasó y la reacción que obtuve fue mucho mejor de lo que pensé.
Odio admitir que Kendall es sin duda, especial.
Muy especial.
—Oye —lamo mis labios—. Sé que ya me dijiste algo, sobre tu hermano, pero, ¿Puedo hacerte otra pregunta?
Asiente dos veces.
Carraspeo. — ¿Por qué estás con esa chica? Digo, no parece ser la relación más sana.
Hace una mueca. —Es complicado.
—No estoy diciendo que deberías terminar con ella pero, mira, te conozco unos días y ya me haces creer que eres mejor que muchas personas. No la conozco pero leí esa carta y algo no se ve bien, sé que las relaciones a esta edad deben ser un desastre entre dramas y hormonas pero, no sé.
Mira hacia abajo. —Es que, conocí a Cora cuando la necesitaba. Ella me necesita también.
— ¿La necesitabas?
Pasa la mano por su rostro. —Es… cuando mi hermano se suicidó, nos mudamos y yo era un chico nuevo y solitario, ella se acercó a mí.
— ¿Fue por lo de tu hermano? —pegunto.
Niega. —No. Esto es, más complicado, es difícil.
Toco las puntas de mi cabello. —Está bien, lo siento. No debo entrometerme en tu vida.
Me sonríe de lado.
Ambos nos quedamos en silencio, solo podemos escuchar nuestras respiraciones. Él sigue cerca, sus rodillas y las mías casi se topan. Aunque trato de no hacer, solo pienso en que si su novia nos encontrar así podría pensar muchas cosas y nada de eso está ocurriendo.
Lejos de si esa chica es buena para él o no, creo que Kendall está aferrado a ella y no hay mucho que se puede hacer en esos casos. Lo sé porque lo vi con mis padres, papá aguantó mucho de mi madre hasta esa última vez donde mama le lanzó un adorno de cerámica a papá y casi lo golpea. Creo que fue la última gota.
— ¿Trajiste el libro? —él pregunta de pronto.
Elevo una ceja. — ¿Qué?
—Íbamos a hacer un club de lectura, ¿no?
Sonrío. —Bueno, lo tengo en mi teléfono.
Bufa. — ¿Qué? No, no, los libros se leen en papel. No me digas que piensas que los libros digitales son mejores.
Me encojo de hombros. —Es más fácil, los llevas a todos lados.
Mueve su dedo en el aire. —Pues no. Me rehúso a caer en las garras de la tecnología. Nada es tuyo, si pierdes el teléfono, pierdes el libro.
—Si pierdes el libro, pierdes el libro —digo.
Él se levanta. —Vamos a leer, compañera. Para tu suerte, hay dos copias de ese libro, te daré una y seremos un club de lectura real.
Me levanto también. — ¿Prepararás té y galletas?
—Podría hacerlo —sigue sonriendo—. Incluso después podríamos tejer o hacer bordados.
Resoplo. — ¿Sabes tejer?
Muerde su labio inferior. —En realidad sí.
— ¿Si? —Inclino mi cabeza—. Tú, chico deportista y popular, ¿Sabes tejer?
Me da una mirada. —Cuando era niño fui a algo relacionado con la terapia y tejíamos.
— ¿Terapia? —repito.
Y él solamente asiente antes de bajar de la casa del árbol.
Cuando regresamos a la casa él me guía a través de los pasillos hacia una habitación que tiene estanterías llenas de libros y un escritorio de madera lleno de hojas y bolígrafos.
Él se mueve a una de las estanterías, toma un libro de portada negra y de la parte de abajo, toma otro.
Los levanta con ambas manos. —Los tengo.
Miro alrededor. Hay una ventana con persianas, es larga y eso permite que entre mucha luz del exterior. — ¿De quién son todos estos libros?
Me entrega uno, el de portada negra con el título en letras doradas. —Son de mamá, mayormente. Ella es editora y correctora de libros, ama los libros, ama ayudar a publicarlos.
—Entiendo —digo.
—Ven, vamos, ¿en dónde quieres leer? —Salimos de la habitación—. Tus opciones son el sótano, la casa del árbol, el jardín, la sala de estar. Incluso la cocina, si quieres.
Me encojo de hombros. —No sé, ¿Dónde quieres tú?
Pasamos al área que conecta con la sala de estar y la cocina. —Pues hoy hay nubes, si quieres vamos afuera. El clima está bien.
—Claro —digo, siguiéndolo otra vez al exterior.
Pasamos los siguientes treinta minutos sentados sobre el pasto leyendo. Acordamos que cada media hora íbamos a conversar sobre lo que habíamos leído pero cuando le pregunto por qué parte va, sigue en las primeras.
—Lo siento, la letra de este es muy pequeña y me estoy distrayendo —afirma.
Ruedo los ojos. —Así jamás vas a avanzar, ¿quieres cambiar de libro?
Bosteza, recostándose de lado, apoyando su cuerpo sobre un brazo. —No. Vamos a tomarnos un descanso.