Kendall Y Mi Secreto

34: ÉL

—Kendall —ella se acerca a mí.

Sus palabras dan vuelta en mi cabeza. No puedo ser abusado. No tengo que ser otra vez abusado. No voy a serlo. Me lo juré, me prometí nunca dejar que alguien lo hiciera.

Pero lo hicieron. Lo hizo, Cora.

No así, no como esa vez, pero de otras formas. Es cierto y lo odio, me odio. ¿Por qué lo permití? ¿Por qué no me alejé? ¿Por qué no terminé con ella antes? ¿Cómo pude dejar que esto pasara? ¿Por qué? Que estúpido he sido. Que idiota.

—Kendall —coloca la mano en mi espalda—. Por favor, mírame.

Aprieto los ojos pero no importa si lo hago porque las lágrimas se escabullen por donde pueden.

—Por favor —susurra.

Me despego de la pared y niego. — ¿Por qué dejo que me veas así todo el tiempo? —Paso la mano de manera brusca por mi cabello—. ¿Por qué no te has ido? ¿Por qué no te burlas? ¿Por qué no? ¿Por qué tú puedes ver a través de mí, Kendall?

Sus ojos se llenan de lágrimas mientras que los míos siguen soltándolas sin parar. Me siento tan ridículo por llorar frente a ella, ¿Cuántas veces me ha visto de esta manera? ¿Cómo es que con ella no me siento en peligro? ¿Por qué no quiero ocultarme?

Sube la mano a mi rostro y limpia las lágrimas de mi mejilla izquierda. —No haría eso.

Exacto. Ella no lo haría, pero el mundo sí y el mundo no es como ella pero debería serlo. —Tú eres tan diferente —digo.

Sube la otra mano para limpiar mi otra mejilla. —Tú también —sonríe con tristeza—. Kendall, estoy aquí y puedes hablar conmigo.

Respiro profundo. —No sé qué decirte.

Ella sigue secándome las mejillas con sus dedos suaves. —Entonces no digas nada, pero aquí estoy.

Entre la tristeza, puedo sentir algo más en mi pecho. —Mi papá… sí, él estuvo en la cárcel —digo, sorbiendo por la nariz—. Pero ya no está ahí.

Asiente. —Entiendo.

Respiro profundo y tomo sus muñecas pero no aparto sus manos de mi rostro. Quiero seguir sintiéndola. — ¿Por qué me haces querer contarte todo?

Sonríe de lado. —Así me siento contigo.

—Quiero contarte más —digo—. ¿Quieres escucharme?

Afirma con un gesto. —Solo si realmente quieres hacerlo.

Ella es así, nunca me presiona a nada. —Kendall —bajo sus manos y las mías aun sostienen sus muñecas—. Me alegra que se hayan confundido las cartas.

Eso la hace soltar una pequeña risa. — ¿Ah, sí?

Muevo las manos y ahora estoy tocando las suyas, no se aparta y tampoco lo hace cuando entrelazamos los dedos.

Cualquiera diría que estoy siendo malo por moverme tan rápido de Cora pero no es así, no es tan fácil. Nadie sabe nada, nadie me entenderá.

—No sé ni por dónde empezar —confieso—. Pero… creo que será mejor si voy hacia atrás. El jueves fue que Cora me confesó eso pero porque yo descubrí mensajes en su teléfono, no porque quería ser honesta.

Asiente.

—Y el viernes, el día de tu cumpleaños fui a una fiesta donde estaban mis amigos y ella obviamente —respiro profundo—. Pero, ahí sucedió algo.

Eleva las cejas. — ¿Qué?

Siento nauseas cuando lo recuerdo. —Veras yo… ella y yo… nunca lo hemos hecho y esa vez ella quería pero yo no.

—Está bien —dice.

Respiro profundo. —Pero me dijo que si no lo hacíamos terminaría conmigo y diría todo lo de mi padre.

Inclina el rostro. — ¿Te amenazó? ¿Te estaba amenazando para acostarse contigo?

Si lo dice de esa forma suena muy mal. —Básicamente, sí.

— ¿Qué? ¿Qué le pasa? Eso no está bien, eso no…

—Pero no lo hicimos —digo—. Aunque… sí pasaron otras cosas, ella… bueno, no importa.

Niega con un rostro lleno de molestia.

—Suena horrible de mi parte pero yo no creo que realmente la amo. Tal vez sí lo hice en algún momento pero no lo he hecho en un tiempo, no sé pero, era tan difícil porque ella siempre estaba conmigo pero me sentía asfixiado y luego sentía culpa porque pensaba que era un mal novio y solo la estaba lastimando.

Respiro profundo.

—Cuando la conocí yo pensé que ella era buena, digo, tal vez sí lo era antes pero no sé qué pasó —admito—. Primero me revisaba el teléfono pero eso es algo normal entre parejas o eso pensaba. Luego se molestaba si le hablaba a mis compañeras, me exigía que le dijera lo que estaba haciendo, no sé, todo estaba bajo su control y de pronto no estaba con una novia sino con un jefe o algo así.

Tuerce los labios. — ¿Tú le dijiste lo de tu padre?

—Más o menos —digo—. Al principio de la relación yo creía que podía confiar en ella y le dije que mi padre estaba en la cárcel, en ese momento todavía no había salido y ella me dijo que no importaba pero unos días después me empezó a insistir para que le contara por qué estaba ahí.

—Y lo hiciste.

Afirmo. —Me sentí obligado a hacerlo aunque no volvimos a hablar del tema. Pensé que lo olvidaría porque no lo mencionó de nuevo hasta que tuvimos nuestra primera pelea a los tres meses y me digo que nadie iba a querer al hijo de un asesino.

Arruga la nariz. — ¿Qué le pasa?

Me encojo de hombros. —No sé pero funcionó. Mira, todo este tiempo con ella y yo solo le hacía caso en todo, pensaba que estaba siendo un novio normal y bueno, pero después… las cosas solo fueron peor.

Me da un apretón suave en las manos. — ¿Entonces siempre te amenazaba?

—Si pero creo que esos mensajes fueron la última gota. Ella insistía e insistía para que nos acostáramos y cuando los leí me di cuenta que no era ella sintiendo el deseo natural de estar con tu novio sino era, usarme. Ella no me quería, tal vez nunca lo hizo. Yo jamás la engañé, intenté hacerla feliz, hacer todo lo que quería y exigía de mí.

—Aunque ella diga eso de ti, no creo que le vayan a creer —afirma—. Después de todo tú tienes las pruebas, tu si puedes demostrar qué es la verdad.

En eso tiene razón. Tengo todos los mensajes que me ha enviado. —Aunque no sé qué decir sobre lo de mi padre. Si buscan en internet… espero que no lo hagan.

Suspira. —No sé qué decir.




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