Kendall Y Mi Secreto

41: ELLA

—Ahí están los vasos —Alana me señala.

Asiento y me acerco para tomar uno, siento la boca muy seca. No he bebido tanto, no sé si eso tiene algo que ver con cómo me siento. Me acerco al gabinete y subo la mirada por la ventana.

Mis ojos se detienen en lo que está allá afuera.

Es Kendall besando a alguien. No solo “alguien” es Cora.

Ellos se están besando.

Rápidamente aparto la mirada y siento como mi corazón late con fuerza contra mí. Contengo la respiración por un momento.

Alana se acerca. — ¿Qué pasa?

Otra de las chicas entra, no recuerdo su nombre. Se acerca a Alana para susurrarle algo que escucho: —Cora y Ken regresaron.

Aprieto los dientes. Ahora me siento tan ridícula y tan estúpida por tener la mínima esperanza que algo pudiera estar sucediendo entre nosotros. Quería alejar esos sentimientos pero no hizo falta, para él nunca hubo nada.

Pero entonces, ¿Por qué todo eso?

Mientras Alana y la chica me llevan de regreso a la sala de estar y alguien me pasa un vaso con algo transparente que pensé primero era agua y a mitad de tragar me di cuenta que no, mientras eso ocurría, yo quería ir con Kendall y preguntarle por qué jugó conmigo.

—Bebe más —Alana me inclina el vaso.

¿Por qué me dijo que me veía bien?

—Ven aquí, tenemos más —dice uno de los chicos con cabello rubio, casi plateado y muy corto—. Prueba esto, tequila —me da un vaso.

Las chicas están a mi alrededor y yo solo repito ese beso que vi en mi cabeza una y otra vez.

Por supuesto, ¿Qué pensaba? ¿Qué si traía un vestido yo iba a ganarme a Kendall? ¿Qué Kendall dejaría a la chica que fue su novia por dos años? ¿Qué Kendall podría salir así de rápido de una relación?

— ¡Salud! —ellas me pasan otro vaso más y los chocan con los suyos.

Aquí es donde yo dejo de recordar qué pasó exactamente.

Recuerdo que la cabeza me empezó a doler antes que me diera vueltas y que la música aumentaba más y más, tanto que era insoportable. Sentí manos en mi cintura y risas en mis oídos.

Me golpeo la pierna con algo de madera, algo que no puedo ver porque tengo la mirada borrosa. Mi respiración se agita más y más.

Alguien me toma de las manos y otras personas me empujan de la espalda, presiono los ojos con fuerza y me siento en algo como una plataforma. No hay mucha luz, no hay nada de luz solo música y voces.

Y esto moviéndome, estoy riendo y sonriendo pero no me siento así. Quiero irme pero no sé cómo hacerlo.

En este momento ya no sentía que era yo, sentí que otra chica había tomado mi cuerpo y esta chica estaba actuando diferente a mí.

— ¡Kendall! —Es como una voz en la otra parte de un túnel—. Baja de ahí.

Escucho a personas responder y luego de apretar mis ojos logro enfocarlos hacia alguien. Hacia él.

Él está viéndome desde abajo, tiene una expresión molesta. ¿Está molesto conmigo? Yo debería ser la enojada aquí.

—Ven, vámonos —estira las manos hacia mí.

Se las aparto, riendo junto con los demás. Me están viendo y lo estoy disfrutando.

—Kendall —toma mi brazo—. Baja o voy a cargarte.

—No soy una niña —balbuceo.

Él se gira a los demás y les grita algo que se mezcla con la música, escucho que hace preguntas como: ¿Quién le dio eso? ¿Qué le dieron?

¿Qué le dieron?

¿A quién?

¿A mí?

A mí no me dieron nada, solo bebidas. Bebidas que sabían horrible y amargas, otras que me recordaban a la vez que me lastimé el dedo y mi abuelo me aplicó alcohol etílico y por error lo llevé a mi boca. Otras no estaban tan mal pero no me gustaban.

—Ven aquí —sin darme opción a apartarlo, él me toma de la cintura para bajarme de donde sea que estaba, no me suelta y casi me lleva cargada hasta la puerta donde siento el aire frio contra mi rostro y mis piernas—. Te llevaré a casa.

— ¡No! —digo, empujándolo.

—Por favor —pide—. Mira, no sé porque estas así.

Retrocedo unos pasos y todo me da vueltas, caigo sentada sobre el pavimento.

Él se inclina hacia mí, sentándose a cuclillas. —Kennie, por favor, vámonos —aparta el cabello de mi rostro—. Por favor, mira como estas.

Y ya no siento esas ganas raras de reír, ahora solo quiero ocultarme para siempre. Cierro los ojos y sostengo mi cabeza entre las manos.

Me duele la cabeza pero me duele más el corazón.

—Kennie…

—No me digas así —pido, con la voz entrecortada—. No… yo me voy, tú quédate. Quédate con tus amigos y tu novia, yo puedo irme sola. ¿Qué es lo peor que pueda pasar? ¿Qué me maten?

— ¿Qué? —Toma mis manos para apartarlas de mí—. Ven, vámonos. Déjame ayudarte.

— ¡Vete allá! Es tu cumpleaños, tu fiesta y tu novia te espera —las lágrimas comienzan a salir—. Yo no debo estar aquí.

Me toma de los hombros. — ¿Mi novia? ¿Hablas de Cora? Eso no… mira, no creo que tengamos que hablar de esto ahora, en especial porque estás tirada en el pavimento. Ven, vamos.

Kendall me toma de las manos para que nos levantemos. Él me ayuda a estabilizarme y me acerca a su cuerpo para caminar hasta su auto sin que me caiga otra vez.

Abre la puerta del copiloto, me ayuda a entrar y cuando se inclina para colocarme el cinturón de seguridad, hago algo estúpido, yo digo: —Eres muy lindo.

Él voltea su rostro sonriéndome. —Tu sí estás borracha y por eso lo dices.

Cierro los ojos porque mantenerlos abiertos es difícil. —Sí.

Escucho que él se mueve, también escucho la música de la casa y el motor del auto. Pensé que solo iba a cerrar los ojos unos segundos pero no fue así, cuando los abrí de nuevo ya estábamos por la calle de mi casa.

Me toco el rostro, estoy sudando.

Él me da un vistazo. —Ah, ya despertaste.

—Um… —es todo lo que puedo decir ahora.

—Oye, voy a tener que explicarle a tu madre esto, no quiero que…

—Mamá no está —las palabras suenan como un balbuceo—. Ella… tal vez está en París o en Japón —suelto una carcajada—. Ella no está.




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