Ella se ha quedado dormida.
No sé qué pasó esta noche, no debí alejarme de ella. No sé qué pensar, lo único que sé es que cuando regresé dentro de la casa Kennie estaba bailando junto con Marlon en una mesa.
No quiero sacar mis conclusiones pero creo que las amigas de Cora hicieron algo. Creo que están involucradas en el hecho que ella llegó a mi fiesta y en todo lo demás.
Pero no sé cómo probarlo y no sé qué hacer con Kennie.
La veo, de lado en el sofá, con la expresión de calma y tranquilidad. Su cabello está despeinado, su vestido arrugado y sus mejillas mojadas. Me siento culpable por todo. No debió ser así.
Me levanto para buscar algo como una manta pero no hay nada. La veo de nuevo y me pregunto si es buena idea subirla a su habitación. Tal vez no, no quiero que me malinterprete.
Pero yo si voy a su habitación para tomar una almohada y una manta, cuando regreso con ella la muevo asegurándome que su cabeza esté elevada y cubro sus piernas con la manta, le coloco mi chaqueta sobre los brazos ya que no logré cubrirla toda.
Ella me ha confesado cosas y no sé si cuando despierte, lo vaya a recordar pero yo sí. Ella ha dicho tanto que me ha roto el corazón. Hay personas malas en este mundo que merecen pasarla mal pero hay personas como ella que no, que merecen ser felices.
Toco su mejilla y la acaricio suavemente. No sé qué pasó pero ojala pudiera regresar el tiempo.
Me siento en el suelo, a un lado del sofá y la veo con los ojos cerrados. Desde esta cercanía puedo notar en color en sus raíces, ella es rubia. También puedo ver esa cicatriz.
Se mueve y su brazo sale del sofá, estiro la mano y toco sus dedos. Son delgados, fríos y suaves.
—Kennie —digo tan bajo que cuesta escucharme—. Kennie, nunca vas a saber que te dije esto pero, creo que me gustas. Creo que me estoy enamorando de ti y me asusta pero cuando dijiste eso sobre ser mi novia, yo también lo he pensado.
Le subo el brazo de nuevo y lo cubro.
—Te quiero, Kennie. Nunca lo sabrás, ¿verdad? no sé qué hacer ahora contigo. Nos encontramos en el peor momento, ojala te hubiera conocido antes, ojala hubiera estado contigo para evitar que ese enfermo te hubiera mentido, ojala pudiera contarte todo lo que yo he vivido.
La veo al rostro una vez más y mi corazón pega un salto. Veo sus labios, están un poco secos pero eso no elimina mi deseo de besarla.
—Quiero besarte —digo, luego sonrío para mí—. No lo haré, ahora, no te preocupes. Solo espero que sí, algún día poder hacerlo.
Niego, con los ojos cerrados.
—Estoy hablando conmigo —digo—. Estoy mal.
Ella se mueve y me asusto, no ha podido escucharme, ¿verdad?
Se mueve otra vez y abre los ojos, bostezando.
Mi corazón late muy rápido. No pudo escucharme, estaba dómida. — ¿Ya despertaste?
— ¿Qué? —Aprieta un ojo—. Um… yo…
— ¿Quieres ir a tu cama? —pregunto, aun nervioso.
Vuelve a bostezar. —Sí —susurra.
Me levanto de un salto y la ayudo a ponerse de pie. Ahora está más despeinada que antes y aun así, pienso que es muy linda. En realidad, pienso que es adorable y tan hermosa.
—Ven —digo, tomando su mano.
Vamos a las escaleras y las subimos despacio para que no se caiga. La sigo sosteniendo hasta llegar a su habitación, enciendo la luz y dejo que ella camine hasta la cama en donde se sienta y se arranca los zapatos con la ayuda de sus pies.
Se deja caer en la cama y me acerco rápidamente para cubrirla con la sabana. Ella se gira quedando de lado y acomoda su cabeza sobre la almohada que quedó aquí.
—Kennie, me voy a ir —digo—. Pero llámame si necesitas algo.
—Sí, está bien —balbucea.
Me inclino hacia ella y sin pensarlo, le beso la frente. Al sepárame me está viendo con los ojos entrecerrados. —Kendall…
— ¿Sí? —pregunto.
—Kendall… me gustas mucho —balbucea antes de cerrar los ojos y ya no abrirlos.
Repito esas palabras en mi mente una y otra vez. Yo le gusto. Le gusto a esta chica que me gusta. Que me hace sentir tan diferente a como me siento con los demás.
Respiro profundo y la veo.
No sé qué haremos después de esta noche, pero sin duda, algo ha cambiado para siempre.
~
— ¿Por qué vienes tan temprano? —Kennie pregunta, recostándose en el marco de la puerta de entrada.
Yo sostengo dos cafés en las manos y una bolsa cuelga de mi antebrazo. —Oye, no es temprano, son las once de la mañana.
Bosteza. —Siento que un tren con elefantes me pasó encima —afirma.
Ya no lleva el vestido, está usando unos pantalones negros sueltos y una camiseta gris, el cabello recogido en un moño alto. Tiene ojeras y los ojos un tanto rojos pero luce mejor.
—Traje el desayuno —digo, sabiendo que su madre no está aquí.
Se hace a un lado para dejarme pasar y luego cierra la puerta. Se da un masaje en los hombros. —Oye, yo no… no sé qué pasó anoche pero cuando desperté tenía mi vestido y recuerdo como volví.
Dejo todo sobre la mesa. —Pues yo te traje —empiezo a sacar la comida, muchas cosas con grasa—. Y, um, entonces, ¿no recuerdas nada?
Anoche ella hizo confesiones y yo también, cosas que solo alguien bajo efectos del alcohol diría y palabras que solo podía decirle si ella realmente no estuviera escuchando.
—No —se deja caer en el sofá del frente—. No recuerdo nada, solo sé que… oh…
Levanto una ceja. — ¿Qué?
Mira hacia la comida. —Um, yo… creo que ti vi, con… Cora.
Me siento en el sofá, le paso un café. —Hay mucho qué hablar sobre anoche. Primero, ella llegó, sí pero no es lo que crees. Cuando llegó solo estaba tratando de volver conmigo.
Me señala, arrugando la frente. —Eso también, recuerdo que una de sus amigas le dijo a esa chica Alana que ustedes habían vuelto.
Bufo. — ¿Qué? ¡No! ¡Claro que no! Ella llegó sin ser invitada y de pronto me besó. No sé qué estaba pensando pero no quería besarla y no quiero estar con ella.