Kukri

CAPÍTULO 1

Dicen que para una mujer no hay día más anhelado y esperado que el día de su boda. Todas las niñas sueñan con ese día, el momento de caminar por el pasillo central de algún templo, con un ramo de flores en las manos y un velo cubriendo parte del rosto, la liga en la pierna izquierda y las damas de honor vestidas de colores pastel. Un sueño para todas las mujeres, menos para las integrantes del clan.

Es medio día, el sol cae cálidamente sobre las cúpulas de la iglesia minimalista, abriéndose paso entre los vitrales contrastantes con la austeridad del templo. Los familiares del novio y de la novia están esperando a que el sacerdote de la indicación a los padrinos, damas de honor y pajes de comenzar.

Los niños y niñas con sus diminutos trajes de gala corriendo de un lado al otro; los caballeros haciendo bromas sobre el hombre caído y las mujeres criticándose mutuamente los vestidos con una sonrisa de falsa empatía; los suegros vigilando que las personas de las flores no se roben los arreglos; el novio, nervioso por ver llegar a la novia, a la cual le estaban haciendo los últimos arreglos en el velo y dando los últimos consejos. La novia, junto con toda su corte de damas están en un cuarto que el templo tiene destinado para que la novia y sus damas se prepararan para la ceremonia.

La novia se ve nerviosamente en el espejo, arreglándose por doceava vez las flores del peinado que sostienen el velo en la cabeza. Las damas están intercambiando opiniones y datos sobre los diseñadores que les hicieron los vestidos, quejándose de que a una le quedó mejor el maquillaje y a otra se le ve mejor el vestido, alagándose mutuamente y alabando a la novia con su hermoso vestido sirena realizado en tul y encaje. Las damas de honor son llamadas para formarse en la caravana que acompaña a los novios, dejando a la novia con su suegra. Después de una corta y emotiva conversación, la suegra deja a la joven novia en la habitación para unirse al resto de la corte nupcial.

En la habitación solo está la novia, parada frente al espejo, contemplándose una y otra vez, como si no pudiera creer lo que sus ojos presencian. Pasados unos segundos sola, la puerta comienza a cerrarse lentamente, descubriendo una figura que esta parada detrás de ella.

Es una persona encapuchada, que usa una gabardina de piel color verde hoja que le cubre de los brazos hasta las muñecas y de las piernas hasta por debajo de la rodilla. La cara no se le ve, mucho menos en la posición en la que se encuentra. Aun con la mano derecha apoyada en la puerta, la espalda recargada sobre la tablaroca y un pie apoyado en la pared se queda observando a la novia, quien no ha percibido su presencia.

Sin decir una palabra, se despega de la pared y comienza a caminar hacia la inocente mujer que admira la reliquia familiar que le acaban de dar. Los pasos de la figura no hacen ruido, son sigilosos, rápidos y cuidadosos, la figura se desplaza como si fuera un fantasma. Se detiene detrás de la novia, quien, al ver el reflejo de la figura en el espejo, se sobresalta y da la vuelta rápidamente, lanzando un codazo con fuerza y seguridad.

La persona de la capucha detiene el golpe al vuelo, tomando el codo con su mano y ejerciendo la fuerza necesaria para mantenerla quieta, a escasos centímetros de su cabeza. Esto hace que la mirada de la novia se fije en la persona que tiene enfrente de ella.

- ¿Rosa? – pregunta en tono de afirmación la novia.

- Te sienta el castaño, Azucena. – contesta calmadamente la figura encapuchada. 

La novia baja el codo y se le abalanza con los brazos abiertos, envolviéndola en un abrazo constrictor. Del empujón, la capucha de la gabardina cae hacia atrás, descubriendo a la persona que se oculta en las sombras.

Es una mujer igual de joven que la novia, con el cabello casi rapado de los lados y una maraña de cabello en la parte superior de la cabeza, piel blanca, cara afilada y nariz respingada. Pero lo impactante y atemorizante de esta mujer, son sus ojos color rojo escarlata, ardientes como fuego infernal; aunado al hecho de que sus labios difícilmente encarnan una sonrisa.

Ante el gesto de la inocente novia, que le llega a la altura del pecho, no tiene más opción que corresponder el abrazo.    

- Pensé que no te había llegado la invitación. – dice la novia.

- No me llegó la invitación. – contesta Rosa con su acostumbrado rostro impasible, separándose de Azucena y centrando su mirada en su infantil compañera.

- Entonces ¿cómo…? – el rostro de Azucena muestra desconcierto.

La mujer identificada como Rosa, comienza a pasearse por la habitación, sin apartar la mirada de Azucena, buscando una manera de iniciar la conversación.

- No vengo en plan personal, vengo por órdenes imperiales. – dice mirando por la ventana y acomodándose los guantes nerviosamente en las manos.

En el dorso de la mano, los guantes tienen un símbolo bordado con hilos dorados, de dos serpientes entrelazadas, formando un circulo, de origen celta. Mismo símbolo que trae Rosa tatuado en la nuca.




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