En la estación del tren se encuentra una “pequeña” corte imperial, solo la suficiente gente para recibir al príncipe de su viaje diplomático.
Está la emperatriz, tan bella y radiante como siempre, rodeada por su fiel escolta; algunos integrantes de la corte, sólo los más allegados, con sus esposas, y la líder del Clan Kukri, acompañada por su segunda al mando.
El tren arriba a la estación justo a la hora prevista, danzando libre y elegantemente a escasos centímetros de los rieles, ya que el sistema anti gravitacional permite que el tren viaje a mayor velocidad y por regiones prácticamente imposibles de allanar.
Al abrirse las puertas del vagón del tren, el primero en salir es el alabado primogénito de la emperatriz Olivia. Un hombre alto, mulato, delgado, pero con los músculos marcados, labios gruesos, nariz ancha, ojos hermosos y tan negros como la noche misma, vistiendo un austero uniforme del mismo color que el de las cazadoras del clan kukri y con el escudo imperial bordado en la espalda, en su cabeza, inundada por una compleja red de chinos cerrados, descansa una corona de acero inoxidable con una serie de piedras semipreciosas de color azul en el borde del forjado de la circunferencia. La primera en recibirlo con los brazos abiertos es la gran emperatriz madre.
- Príncipe Aron, hijo. – dice ceremoniosa y empalagosamente, mientras abraza con efusividad a su hijo.
- Madre. – el príncipe, aunque renuente a esa clase de manifestaciones de afecto y a los engorrosos protocolos de la nobleza, corresponde el abrazo de su madre. – Me alegra estar en casa.
La emperatriz se aparta y despeja el paso para que los demás miembros de la corte le den la bienvenida al príncipe.
Desde el final de la aglomeración de servilismo, Cobra observa con su familia como el príncipe es alabado y rodeado de la opulencia que tanto le desagrada, lo cual le parece irónico, el príncipe Aron ha sido un dirigente admirado, respetado y muy temido, por ende, las personas que le rodean por lo regular se desviven en atenciones.
Detrás del príncipe mayor, se encuentra una escolta de guardias imperiales custodiando a otras dos personas, una de ellas es una mujer muy joven, casi una niña, con el escudo de Frolentania grabado en las mangas; y la otra persona es el hermano menor del príncipe mayor, el príncipe Felipe, completamente diferente a cualquier integrante de la familia real, algo bajo de estatura, cabello lacio y rubio platinado, heterocromía en los ojos, tiñéndolos de color vino y dorado al mismo tiempo, piel blanca, casi tan blanca como la de Cobra, se dice que es la viva imagen del rey, quien murió hace mucho tiempo. El príncipe Felipe acompaña a la joven dama y saluda a su madre con una efusividad mesurada y protocolaria.
Al saludar a su madre, la mirada de Cobra coincide con la del príncipe Felipe, más no hay mayor interacción, ambos concentran su atención en las presentaciones pertinentes.
La corte se acerca hacia la familia de Cobra se encuentra y se ve en la necesidad de comenzar a interactuar con los nobles. Aunque Cobra es la prometida del príncipe Aron prácticamente desde su nacimiento, la nobleza se muestra renuente a convivir con personas provenientes del Clan Kukri debido a las historias y creencias que rodean dicho clan, esto provoca que, hasta que la líder del clan sucede el trono, se marque una especie de barrera entre los miembros de la corte y la prometida real.
El príncipe Aron se abre camino hasta Cobra y la observa detenidamente.
- ¿No te gusta la ropa que te regale? – pregunta el príncipe Aron con aire autoritario.
- No va con mi personalidad, majestad. – contesta sin que la mirada penetrante del príncipe la inmute. – Los colores son demasiado… pastel.
El príncipe tuerce la boca, dibujando una débil sonrisa.
- Se me olvida que, si no es negro cuervo, mi amada prometida no se siente cómoda con la vestimenta.
Las risas de las personas en la estación invaden el ambiente, menos la de una persona que no encontró divertido el comentario con el que el príncipe saludó a su prometida.
El príncipe da el brazo a Cobra y esta, después de vacilar unos segundos, pasa su mano sobre el antebrazo del príncipe y se coloca a su lado, la corte abre paso para que el príncipe con su prometida pueda comenzar a caminar hacia las naves reales.
Lo que la reina describió como una comida familiar, se convirtió en una especie de fiesta privada para la élite del reino, quien esperaba ansiosamente el regreso del príncipe Arón, ya que las noticias que trajeran definirían muchas decisiones sobre el rumbo del desarrollo del imperio.
En el salón de fiestas del palacio real se colocaron varias mesas con fastuosos manjares, frutas exóticas y los meseros servían licor a granel, en el centro del salón, danzan las mujeres con sus maridos, los niños pequeños, que no fueron a la estación pero que estaban considerados para la comida, corren de un lado al otro del salón, y los nobles de edad avanzada están la terraza fumando de unas elegantes shishas de cerámica hindú y acabados de oro.