- ¿Por qué la trajiste aquí? – dice la mujer, paseándose intranquilamente de un lado al otro, sacudiendo negativamente la maraña de cabello amarillento, dedicando su mirada más profunda de desaprobación.
- No se me ocurrió un mejor lugar para llevarla. – contesta el hombre.
La escena es un tanto conmovedora y un tanto espeluznante.
Es un cuarto oscuro muy amplio, iluminado por la luz que emana de la gran “chimenea” redonda que está en el centro de la habitación y por los rayos lunares que se cuelan débilmente por los vitrales redondos opacos. Hay muchos muebles en la habitación, descuidados, con polvo y telarañas, montañas de libros desordenados, desbordando la capacidad de los libreros que los albergan, escritorios destartalados, una gran mesa con cinco sillas, una gran alacena y una montaña de trastes sucios en lo que se podría pensar que es el fregadero.
La inquieta rubia artificial se pasea enfrente del fuego, sin siquiera acercarse a la cama que está a un lado del ventanal más grande de la habitación, donde su compañero está sentado, revisando a la mujer que se encontró inconsciente en la acera.
- ¿En serio? Habiendo tantos hospitales en la ciudad, ¿decidiste traerla aquí? – dice en tono de reproche, acomodándose el largo cabello en una coleta, dejando ver las raíces oscuras de su ente capilar.
La figura sentada en la cama mueve con sus manos la cabeza de la mujer durmiente hacia un lado y hacia al otro para poder ver ambos lados del cuello. La “paciente” está recostada, prácticamente desnuda, cubierta únicamente por vendajes en todo el cuerpo y una gruesa manta de algodón. Las grietas que estaban exclusivamente en los brazos ahora cubren gran parte de la espalda, el cuello y el pecho.
- Lo que tiene no es sencillo, en los hospitales solo la matarán más rápido. – El hombre coloca la palma de la mano derecha sobre la frente de la mujer, la cual tiembla sin cesar y mueve los ojos sin abrirlos. – Tiene fiebre.
El hombre se levanta de la cama y camina hacia una de las vitrinas. La figura del hombre se confunde con la oscuridad que hay en la habitación, parece una sombra más moviéndose silenciosamente por la habitación, lo único que se puede ver y que permite ubicarlo en la penumbra, son los filos dorados de una máscara negra que brillan cuando los rayos de la luna rebotan sobre su superficie.
El hombre toma unas hierbas de los botes de madera tallada que descansan en los diferentes estantes de la vitrina y las coloca en un mortero de porcelana blanca, junto con un aceite de color violeta que surge de una maceta colgante a un lado de la fogata.
- ¿Podrías pasarme uno de los crisoles de esa vitrina, por favor? – pide amablemente mientras tritura las hierbas en el mortero.
- ¿Qué vas a hacer? – pregunta la mujer, tomando una especie de tazón de porcelana de la parte del fondo de un mueble desvencijado. - No pensarás en ayudarla, ¿verdad?
- Lo que yo haga, no te incumbe, Daniela. – contesta ásperamente el hombre, tomando el crisol con unas tenazas, le pone un cubo de color rosa en el fondo y lo coloca directo en el fuego de la chimenea.
- ¿Estás bromeando? Mira todas las cosas que trae en la mochila y en su ropa, ninguna persona promedio tiene toda esa tecnología a su disposición… - debate la mujer, tratando de hacer que su compañero cambie de opinión. – Eso sin contar los tatuajes que tiene en su cuerpo… - la expresión de asco en el rostro de la mujer es tan evidente, que ni la penumbra de la habitación puede difuminar las líneas de sus facciones torcidas. – Nadie que tenga tatuajes puede considerarse valioso, y mucho menos con uno como el que tiene en el cuello.
- Está sufriendo, y mucho. – contesta el hombre, vertiendo el contenido del mortero en el crisol caliente. – Además, ¿desde cuándo juzgas con esa dureza a mis pacientes?
- Mira bien el tatuaje de la nuca, es el símbolo imperial. – discute la mujer con los brazos cruzados. – No conozco los símbolos que tiene en el dorso de las manos, pero el de la nuca es inconfundible.
Ante esta observación, el hombre se detiene enfrente de ella, viéndola directamente a la cara.
- ¿Qué quieres decir con eso?
- ¿Y si es un miembro del Clan Kukri? – suelta sin tapujos la mujer. – Y si la mujer que tienes ahí acostada es un miembro del clan que nos está cazando. Obsérvala bien, ¿crees que es inocente e inofensiva?
- Bueno, ¿entonces qué sugieres que haga? ¿Qué la deje morir?
- Propongo que la ayudes a bien morir. – contesta con la misma intensidad que el hombre. – Es peligrosa, no sabemos quién es y no podemos acceder a su mente, es una bomba que en cualquier momento nos va a explotar en las manos.