En el centro de una pradera perfectamente despejada, hay un grupo de tres cazadoras del clan Kukri custodiando una figura central, que se encuentra en sentada en un tronco, la figura central también tiene una capucha, por ende, es imposible ver de quien se trata.
Las cazadoras usan su uniforme clásico de gabardina verde oscuro con capucha, guantes de batalla y máscaras industriales que esconden sus rasgos físicos del resto del mundo. Lo único que las diferencia una de la otra es que el tipo de arma que porta cada miembro. Una de las cazadoras usa un par de espadas de gancho, la otra empuña una espada akrafena y la última porta una espada zulfiqar, cada una de las armas agrega un factor atemorizante a la imagen de sus portadoras.
- No es seguro que estemos aquí. – dice la cazadora de mayor estatura a las demás, mientras revisa atentamente su alrededor. – Estamos muy descubiertas. Podría ser una trampa.
- La contraparte también queda al descubierto. No se te olvide que tenemos refuerzos en los árboles. – contesta serenamente la que empuña la akrafena.
- Aun así, esto no me gusta.
- Ella tiene razón, esto está mal. – dice la de las espadas de gancho. - ¿Qué pasa si Cobra se entera?
- Cobra no está aquí… - espeta la que empuña la akrafena. - …y no tiene porqué enterarse.
- Silencio. – ordena la figura central, levantándose del tronco con solemnidad. – Ya vienen.
Del otro lado del borde del bosque oscuro aparecen tres personas, caminando con seguridad y aire victorioso hacia dónde se encuentra el grupo de cazadoras. Son dos hombres y una mujer, la cual trae en la espalda a un niño dormido.
- Atención, traen un infante. – avisa la portadora de la zulfiqar a las demás por medio del comunicador dental.
- Que artimaña tan sucia. – contesta la de las espadas de gancho.
Mientras más se acercan las personas del bosque al grupo, ellas se colocan en una línea recta detrás de la figura central, custodiándola y vigilando que no haya algún truco en la reunión.
- No lo olviden, si hay algún riesgo o se pone en peligro la misión, maten a todos, incluyendo al infante. – dice la figura central sin titubeos ni consideraciones.
Las cazadoras asienten.
Al estar frente a frente, el hombre más alto que lleva cargando una especie de saco de terciopelo se detiene enfrente de la figura encapuchada central.
- Buenas noches, señorita. – dice el hombre haciendo una reverencia. – Veo que aun trae a sus perritas a nuestras reuniones. – comenta mientras se incorpora y ve a las guardianas. - ¿Acaso no confía en mí?
Este hombre tiene una apariencia bastante ordinaria, pero lo que destaca en él, es una cicatriz que atraviesa su rostro desde la ceja derecha hasta la barbilla.
- No confío ni en mi propia sombra. – contesta la figura central. – ¿Los conseguiste?
- Claro que sí. – contesta el hombre, bajando el saco para asentarlo sobre el crecido pasto de la llanura, pero antes de que lo abriera, la mujer lo interrumpe.
- ¿Seguiste mis instrucciones?
- Al pie de la letra. – contesta un joven de unos 25 años, el cual está parado detrás del individuo que cargaba el saco. – Al norte, 25 km después de la Aldea de Mercantes, encontramos la cueva y al guardián del lago. Se los robamos cuando estaba dormido.
- Perfecto. – dice la figura. – Déjame verlos.
El hombre abre el saco y le muestra el contenido a la figura, dentro del envoltorio de terciopelo purpura hay tres enormes ovoides que parecen estar hechos de hierro en el núcleo cubiertos por una gruesa capa de agua.
- Estupendo. – vuelve a decir persona central que, por lo agudo de la voz, se puede adivinar que se trata de una mujer.
El hombre cierra el saco y está a punto de entregárselo a la mujer, cuando esta retrocede.
- ¿Qué estás haciendo?
- Pensé que quería…
- Claro que no. Manténgalos escondidos es su casa hasta que les ordene lo contrario. – ordena la mujer, dándose la vuelta y caminando hacia su lado del bosque. – Denles el dinero.
La cazadora de la akrafena se adelanta al grupo para lanzarle a la mujer que carga al infante en la espalda una diminuta bolsa, la cual hace ruidos metálicos al caer en las manos de la mercante. En cuanto la bolsa descansa por completo en sus manos, la mujer abre la bolsa y comienza a contar las monedas imperiales.
- Al menos, tenga el buen gusto de esperar a que nos vayamos para mostrar tal descortesía y ofensa a nuestra palabra. – comenta la cazadora de la zulfiqar.