Aunque técnicamente ya es una habitante de la casa, Cobra no puede bajar la guardia, aun siente desconfianza por el hombre que la acaba de hacer su aprendiz.
Sentada en el suelo a un lado del ventanal, con el té de hierbas medicinales que el mago le da como tratamiento contra el dolor de las grietas, repasa en su mente una y otra vez lo que acaba de suceder.
- Ésta será tu habitación de ahora en adelante, tienes libertad de hacer en ella lo que quieras. - dijo el mago cuando le mostró una habitación vacía con una cama, un librero y un ropero.
Esa habitación está en una de las torres del castillo, así que por privacidad no sufre, su único inconveniente son las escaleras, pero le sirven para no perder condición física.
- Este fin de semana estarás libre de cualquier obligación en lo que te instalas y te acostumbras al castillo. - el mago continúa con su capacitación exprés. - Pasados esos tres días, te asignaré tus deberes. Esos son los libros con los que empezarás tus estudios.
Los libros a los que el mago se refiere son una pila de 7 encuadernados de cuero violeta que están en el escritorio de Cobra, esperando ansiosos porque alguien vuelva a abrir sus páginas.
- Por tu propia seguridad y por la de los demás, mientras aún no hayas encontrado el equilibrio de tus poderes, no hagas magia sin mi supervisión.
Cobra, como si fuera una niña perdida, asintió ante la orden del mago sin chistar, mientras revisaba con la mirada la enorme habitación circular que se le había asignado, incluso tiene una chimenea, baño con tina y regadera, y terraza independiente.
- Puedes andar con libertad por todo el castillo, solo no te acerques al lado norte… no es seguro para ti.
Por el contrario, a las acciones de dicha princesa a la que le fue advertido lo mismo en un viejo cuento popular, Cobra sabe que esa clase de advertencias, aunque sean una invitación muy tentadora, no se deben ignorar, en especial cuando entró al castillo con varios secretos.
El mago estaba a punto de irse, cuando se regresó sobre sus pasos para decirle una cosa que alteró completamente los pensamientos de la mujer.
- Por cierto, mi nombre es Peter Woods, pero llámame Maestro de ahora en adelante. Ella solo pudo asentir y esperar pacientemente a que el mago se alejara.
Una vez que se aseguró de estar completamente sola, se deja caer sobre sus rodillas, quedando hincada sobre el suelo de madera, con una expresión de angustia y temor.
- Cobra… - su semblante estaba pálido. - … ¿en dónde te acabas de meter?
A la mañana siguiente, el castillo parece parcialmente restaurado, los pixis están haciendo su trabajo a la perfección. Las escaleras ya no rechinan al pasar, los cuadros no tienen esa gruesa capa de polvo adherido a los marcos, y no quedan rastros de las gigantescas telarañas que se habían formados en las esquinas.
- Buenos días. - saluda Cobra, retomando el papel de Samara.
- Buenos días, señorita. - contesta el saludo Logan amablemente, siendo el único en la habitación.
- ¿Y los demás? - pregunta Samara, mientras revisa con la mirada la habitación principal.
- El amo a salido, los pixis deben estar en la biblioteca y los gemelos han de estar en alguna parte, jugando, nunca se sabe a ciencia cierta dónde están esos niños.
- ¿También son magos? - pregunta Samara.
- No precisamente. - contesta Logan.
- Oye, ¿dónde guardan la comida en este castillo? - aunque esté en el papel de una persona diferente, Cobra y todos sus personajes en cubierto tienen algo en común: no pueden pensar claramente si tienen hambre.
El hombre del cuadro ríe ante la expresión infantil de la mujer.
- La guiaré hasta la cocina. - dice el cuadro, despegándose ligeramente de la pared y deslizándose sobre la misma hasta llegar a las escaleras, con la mirada de sorpresa de Samara.
“Este lugar nunca va a dejar de sorprenderme…”, piensa Cobra caminando hacia donde está el cuadro.
- Entonces, ¿usted es la nueva aprendiz? - inicia amablemente la conversación el hombre del traje victoriano.
- Sí, esa soy yo. - sonríe forzadamente, tratando de actuar tierna e infantil.
El cuadro vuelve a reír.
- Señorita, no tiene que forzarse para caerme bien.
- ¿Quién dice que me estoy esforzando? - pregunta Samara, usando un tono más agudo en su voz.
- Señorita, no creo que usted sea una de esas “jovencitas pastel”. - comenta Logan, acariciando con la parte trasera del cuadro dos vigas suspendidas encima del barandal, que recorren el mismo camino que el pasillo formado por la escalinata. - Y honestamente, sería un buen cambio. Tanto el amo como yo, ya estamos cansados de esas mujeres.