CAPÍTULO 24

Cobra despierta en el suelo de la cueva, con las manos vendadas al igual que los pies, y una ligera presión en el pecho como si alguien la agarrara de almohada. Al tratar de levantarse, las sombras que la rodean la vuelven a acostar.

- Auch. – dice al sentir su cabeza estrellarse en el suelo.

La mujer trata de levantarse otra vez y las mismas sombras la vuelven a recostar.

- Si no me hiciste caso para permanecer en el castillo, al menos hazme caso aquí.

Cobra sonríe, acomodándose sobre el suelo.

- Ya extrañaba esos regaños.

Un silencio pesado reina en la habitación.

- ¿Por qué viniste?

- Estaba preocupada. 

- No debiste hacerlo.

- Eso es lo de menos.

El peso en su pecho se desvanece y la respiración de Peter se aleja de ella.

- ¿A dónde vas?

- De regreso al interior de la montaña.

- Bien. Voy contigo.

- ¡Que no! – las sombras la atacan con una ráfaga de viento, pero ella no retrocede ni un centímetro. - ¡Vete de aquí! ¡No estás segura conmigo!

- Eso no me importa, quiero asegurarme de que estés bien.

- ¡¿Por qué eres tan terca?!

- Porque sí. Soy terca con lo que me importa, ¿entendido? Y no me iré de aquí hasta que estés bien y regreses conmigo a casa.

La voz tanto de ella como de él retumban en las paredes hasta que vuelven sobre sí mismas en forma de eco.

Las sombras dispersas por el suelo, las paredes y el techo comienzan a aglomerarse en una sola forma, hasta condensarse en la figura de un hombre. La mano nebulosa del enorme humano se acerca a la cara de Cobra.

- Tu también me importas. – la otra mano se detiene a escasos centímetros del rostro de ella. – No te quiero en esta montaña en estos momentos.

- Peter… escúchame. – las manos de Cobra tomas las muñecas de la sombra. – Puedo ayudarte, ya no soy la misma novata que…

La inoportuna punzada, las odiosas grietas y las implacables voces invaden el cuerpo de Cobra, haciéndola retorcerse en el aire.

- Samara… - las sombras la rodean y ayudan a acomodarse en el suelo de la caverna.

A estas alturas, Cobra solo puede distinguir los ojos de Peter entre las tinieblas, viéndola fijamente, preocupados y con la tristeza más profunda. Por primera vez, ella estaba viendo a Peter expresar sus sentimientos.

- Déjame verte…

- ¿Qué?

- Sin la máscara, sin las sombras, sin la bestia rara que me atacó.

Peter no puede evitar soltar una risa nerviosa.

- Si lo hago, vas a asustarte.

- No me asuste hace un momento, y si estabas feo. – contesta Cobra, escondiendo su dolor debajo de una sonrisa.

- Saliste corriendo.

- Porque me atacaste con las cosas esas puntiagudas.

- ¿Acaso nunca dejas de repelar?

La risa desganada de ambos recorre el túnel. Cobra está mirándolo insistentemente. Después de soltar un gran suspiro, las sombras comienzan a disiparse.

Ante la fatigada Cobra se descubre el hombre más temido en todo el imperio, hincado frente a ella y con la mirada baja. Es un hombre tan blanco que parece brillar en la oscuridad, muy alto, delgado, con los músculos apenas marcados, pero lo que hace que su apariencia de miedo son las costuras de sus miembros; gruesos hilos de metal zurcen la carne profundamente, uniendo cada parte hasta formar un cuerpo completo. Los hilos que atraviesan el rostro del hombre son más delgados y, aun así, el negro contrasta con el dejo amarillento alrededor de los puntos. La cazadora pasa las yemas de los dedos por encima de las puntadas.

- ¿Duele?

- No. – contesta el mago. – ¿No tienes miedo?

La mirada del mago se cruza con la de la cazadora.

- Eres lo más hermoso que he visto en mi vida.

La mano del mago se posa en la de ella, y esboza una tímida sonrisa.

- Cobra… - dice el mago con la voz suave.

La cazadora siente un balde de agua helada caer sobre su cabeza. La idea de hacer volar la montaña, con ella y Peter adentro, vuelve a su cabeza, cuando la otra mano del mago se posa en su mejilla.

- Ese nombre si te queda. – dice el hombre.

- ¿Sabes… quien…? – la voz de Cobra refleja más pánico que otro sentimiento. El mago asiente. - ¿Y por qué me ayudaste? Si sabías quien era, ¿por qué…?