La Albañil

EXTRA: Aaron Patrick

Extiendo mis brazos al echar la silla hacia atrás al ver a mi mujer llegar al despacho, acercándose en lo que tiene dos tazas en sus manos, procediendo a sentarse en mis piernas donde la acojo de inmediato al acomodarla, colocando mi taza más lejos de lo usual, quitándole la suya para ponerla en la misma distancia, pero en el extremo izquierdo.

Su cabello cae, cubriéndome al ver lo largo que le ha quedado desde la última vez en que lo vi. Recuerdo lo mucho que me encantaba verla con la proporción por encima de sus hombros, luego cuando casi se lo lleva todo, pero en una presentación que seguía haciéndole bien y ahora, cayendo en ondas que a veces le ayudo a hacerse por las noches para que se las suelte en la mañana, donde luce las muestras igual de preciosas que ella.

Sus ojos me captan al ignorar la computadora, pegándola más a mí en lo que alzo mi rostro, yendo por sus labios que me acogen en lo que me aparto para contemplar su mirada, esa que me mantiene hipnotizado desde el primer encuentro que tuvimos.

Acaricio las ondas de su cabello al echar algunos mechones tras su oreja, acercándola más antes de fundirme en sus labios donde encuentro su esencia completa, quedándonos enfrascados en esta muestra que tanto adoro probar y que es un privilegio para mí el obtener.

Frente a esta mujer, llevo años sintiéndome el menos merecedor de su bondad, de lo bueno en su corazón, en ocasiones preguntándome si ella procederá a vengarse de mí, si esto que ha sucedido desde que regresé, es solo algo de lo que me arrepentiré después por las acciones que empleará en mi contra, sin embargo, me doy cuenta cada día que eso no pasa, que aún tengo esta oportunidad que no dejo de aprovechar cada segundo, sumergido en la Gracia de tenerla a mi lado y de que me esperara.

Imaginé tantos escenarios en el pasado, que creí que Alva no iba a mirar atrás, hacia mí, que no confiaría en alguien que la lastimó de ese modo para quedarse con lo que siempre fue suyo, pero era exactamente eso lo que necesitaba para hundirme, para ver que un hombre como yo, no valía la pena, porque lo estaba perdiendo todo por algo que ni siquiera era parte de mis pertenencias.

El trayecto que pasé lejos de ella, el enterarme cómo se fue sin decir nada, que llegar un día a esa casa me dio la bienvenida alguien más, me redujo a una sensación que apenas puedo explicar. Creí que mi corazón iba a sufrir un infarto, incluso procedí a la escuela de Darian a confirmar si el niño no se hallaba ya en sus documentos y efectivamente, no se había renovado un nuevo semestre para él, ni Melissa se encontraba en la nómina actualizada.

Sentí que todo se me caía encima, que lo que quería hacer ese día cuando fui a buscarla, era completamente vano, no obstante, procedí a vivir con ese dolor, con la misma molestia que me encerró en esa oficina, que me alejó de todos, incluso aquellos que me veían como parte de su familia.

Lo bueno de todo eso es que no bebí, ni utilicé a Laura para que calmara mis penas o me dejara quedarme en su hogar. ¿Cómo? Si no escuché nunca sus palabras ni accedí a tomar sus consejos que realmente pudieron haberme sacado de todo ese aprieto antes de continuar con mis caprichos, con el tremendo egoísta en el que seguía evolucionando al pensar que no merecía nada.

En mi soledad, entendí cómo todo se fue forjando en mi interior, la ausencia de mi padre por sus viajes justificados por el mundo que tanto amaba, el ver a mi madre llorar las noches completas, a veces estar despierta sin pegar un ojo o conformarse con alguien de fuera a quien trataba de ocultar de mí porque no merecía que su hijo supiera que el afecto de su progenitora ya no era el mismo por su papá.

Y en cierto punto tuve que entenderla, porque aunque se amaban, ese sentimiento no era una expresión real y no podías poner tus intereses por encima de los de la persona con la que contraes nupcias en un altar. Quien sabe si al final de todo, lo que ellos tenían era una enorme mentira, si surgió a conveniencia de las familias, si mi padre se inclinaba por un amor que sentía prohibido y por ello, dejó a mamá a cargo de todo.

Parte de esas dudas no se responderían, pero sé que no fui el único que logró que su camino se volcara a una enfermedad que parecía ser mejor que volver a recordar todo, que ansió en su interior, eso acabara con ella, con la tristeza que cargaba dentro de sí al no poder lidiar más con ello.

Si bien tuve personas dispuestas a hablarme sobre el trasfondo de todo eso, mi decisión de pasar la página me hizo bien, puesto que tampoco merecía entenderlo, ni cuestionarme cosas que no iba a entender en el punto en el que me encontraba.

Aún así, la cárcel fue un buen lugar para repasar sobre mis actos, sobre cómo pude haberlo hecho mejor, sobre la forma en que las apariencias terminaban por consumir la humanidad de las personas a la nada misma, pensando en mí, en mi mamá, en mi papá e incluso en mi mejor amigo que no quiso acompañarme en lo que haría.

Comentarle sobre mi acto lo hizo reír a carcajadas, enfrascarse en darme ideas que podían ser mejores, pero terminaban por intensificar mis delitos, los sobornos y estafas que hice solo por continuar con un “legado” que ya no orgullecía a nadie y que de igual modo, dejó de ser eso cuando tomé el poder del imperio familiar.

Tenía por certeza que eso fue lo que mantuvo cuerda a mi madre, que fue la parte en la que más se empeñó por mantener intacta, pulcra, alejada del desastre y los escándalos aunque uno ocurrió en ese lugar. El edificio sin duda formó parte de su escape, lo que calmó los demonios en su cabeza, la culpa por tener un amante, el miedo por ser descubierta, por todo eso que no le contó a mi progenitor y que seguramente a él, no le iba a importar.




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