La Albañil | En FÍsico

Capítulo dos

El hombre se sacó las prendas, poniéndose de nuevo el traje que siguió sacudiendo al intentar alejar las manchas de la arena anterior mientras la chica miraba al techo, teniendo una mano apretando su pecho.

El terror la estaba atravesando como nunca. Su corazón iba a mil por segundo, enredándola en un abismo de pánico al que tuvo que dejar de lado con una bocanada de aire, regresando a la realidad por el modo en que todo se congeló.

¿Qué rayos fue lo que notó en ese movimiento? Nunca había sentido tanto en su vida. Ese corrientazo no pareció nada normal, en realidad, la espantó de igual modo que el rebote en su pecho al tenerlo tan cerca.

Le desagradaba, lo repelía como a los demás, pero esos nunca hicieron algo así con ella. ¿Qué estaba mal? ¿Qué?

Parpadeó, tomando el pomo de la puerta, girándolo con la calma sin volver a su sistema, solo que necesitaba volver sin nada encima para al menos disimular sus sensaciones, tomando lo que él tuvo puesto, colocándolo contra uno de los estantes al volver a su escritorio.

—No era mi intención incomodarla—pasó de sus palabras, mirando el material blanco—. Usted tampoco me dijo que no era necesario sacarme el pantalón.

—¿Acaso me vio desnuda?—Ladeó la cabeza, sin comprenderla.

—Está claro que no iba a salir mostrando su braga a todo ese personal, ¿no?—Ella lo miró.

—¿Entonces usted sí puede hacerlo?—Volvió a verla, confundido.

—Ya me disculpé, no nos vamos a llevar ninguno—ella resopló, guardando silencio al moverse en la silla.

El silencio reinó en la estancia sin que los dos se vieran o hicieran algo distinto a permanecer en el lugar, rompiendo sus tensiones en el ambiente a pesar del presente girarse a ver por el pequeño ventanal lo que iban haciendo los presentes, quienes lo observaron un momento, antes de regresar a sus labores definitivas.

Esperó, tal vez, que ella hablara, aunque nada sucedió. No hubo cuestiones, ni quejas, tampoco reviró ante sus últimas palabras, lo que le hizo pensar en lo mucho que soltó cuando iban haciendo el camino por esa construcción.

Cada piso llevaba una información, el entusiasmo era palpable en el aire como la incomodidad del momento en ambos, habiendo reducido aquello a una guerra interna a la que ninguno iba a ceder. No a menos que llegara quien él esperaba.

Negó, mirando que se acercaba el medio día, regresando al escritorio por el documento que leía por encima, sin atención, tan solo para no ser más idiota de lo que había sustentado en el día al momento de llegar allí, quedándose a ver las letras, lejos de entenderlas, intentando hacer parte de sí la serenidad.

El proceso de batalla era cansado. No sabía si peleaba con una versión suya en femenino o con un muro que no caería al suelo por más golpes que recibiera.

La presente no cedería, de hecho, seguro esperaba con oraciones al cielo a que se fuera de allí, evitando ver atrás. ¿Lo haría? No. Sus negocios estaban primero. Fue por ello a ese lugar, irse pasaba de ser su primer y último plan. Tendría que plantarse de ser necesario, porque no cedería. No importaba lo que ella pudo decirle, lo que habló con tanta avidez.

Pronto eso sería pedazos, cenizas sobre otras cenizas para convertirse en lo que quería. Su confianza no lo traicionaría, ni el dinero tampoco. Eso jamás.

—¿Cuándo llega su jefe?—inquirió, buscando los puntos refutables, esos que le parecían tener entrada para un avistamiento monetario fácil.

Ese emplazamiento sería suyo, costara lo que le costara. Invertir en él era su meta, llenar los oídos de miel con sus inversionistas, se trataba de su trabajo. Llevar lo que tenía en manos les haría reír hasta el cansancio y el número en la oferta se replicaría, de eso no existía duda.

—Ya vimos todo, ¿cierto?—siguió. El silencio fue la respuesta. La mujer parecía estar viendo a otro lado, oír otras cosas, atender su trabajo desde su espacio al mirar que él no le quitaba toda la vista de sus trabajadores, quienes seguían esperando alguna respuesta favorable de su jefa.

Exhaló, a lo que él notaba cómo la armonía se retornaba en el público. Algunos se saludaban a la llegada, al cambio de rol, distribuyéndose de un lado a otro, enviando a un archivo eso puesto que no duraría para siempre, ni tendrían que seguir con esas fachadas falsas de buena voluntad.

En cuanto todos tuvieran su ganancia, iban a olvidarse de lo que hacían, así eran los negocios. A él le iba a tocar ver una nueva estructura convertida en un extravagante y accesible centro comercial, dispuesto a ser consumido por los ciudadanos de su alrededor.

Ya era demasiado con tener que leer sobre beneficios, lidiar con obras del bienestar y un montón de boberías que ciertamente no le interesaban, ni a los demás de su equipo tampoco. El consumismo estaba primero, en definitiva.

¿Por qué alguien se empeñaría tanto en algo que era imposible retener? Era fácil perder todo y si esa mujer fuese su secretaria, le pagaría su sueldo solo para que pusiera la misma dedicación a ese trabajo que al que tenía por lo que veía. Eso, si es que aceptaba, porque su actitud le dejaba en claro lo mucho que detestaba a las mujeres como ella, al menos las alérgicas que lo hacían estornudar.

—Me interesa conversar con él—emitió, girándose al encararla.




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