La apuesta del corazón

Capítulo 1

Valeria Fernández siempre había vivido a la sombra de grandes expectativas. Era la hija única de Carlos Fernández, un magnate de los negocios, dueño de una de las multinacionales más poderosas del país. Desde pequeña, el mundo a su alrededor giraba en torno a contratos, juntas directivas, balances financieros y expectativas de expansión. Sin embargo, la chica no compartía el mismo entusiasmo por ese mundo frío y calculador que a su padre tanto le fascinaba. Su corazón estaba en otra parte, en las páginas de los libros que leía y las historias que escribía desde que tenía memoria.

Le fascinaban las novelas de aventuras: viajes a lugares exóticos, protagonistas valientes que cruzaban selvas, océanos y montañas, buscando tesoros o enfrentándose a enemigos imposibles. Su escritorio, siempre lleno de cuadernos y lápices, estaba mucho más cerca de su alma que cualquier sala de juntas. Ella soñaba con ser escritora de novelas de aventuras, con llenar las vidas de sus lectores de emociones, peligros y amores apasionados, pero la realidad era muy diferente.

—Valeria, tu lugar está en la empresa —le decía su padre casi a diario, con la voz grave y firme de un hombre que nunca aceptaba un “no” por respuesta—. Eres mi única heredera y, cuando yo ya no esté, serás tú quien dirija todo esto.

Aquella tarde, la joven se encontraba sentada en el estudio de su padre, una imponente sala decorada con muebles de caoba y cuadros de artistas famosos. Los ventanales ofrecían una vista espectacular de la ciudad, pero no importaba cuán impresionante fuera la vista, la muchacha solo podía sentir el peso de la conversación que sabía que estaba por venir.

—Papá, ya hemos hablado de esto —dijo ella, con un tono que intentaba ser firme, aunque la traicionaba una ligera inseguridad. Había tenido esta misma conversación una y otra vez, y siempre terminaba igual.

—No lo suficiente —respondió su padre mirándola por encima de las gafas que llevaba puestas solo cuando leía informes financieros—. Ya tienes veinticinco años, hija. No te quedan muchos años antes de que debas asumir la responsabilidad que te corresponde.

La muchacha apretó los puños sobre su regazo. ¿Por qué no podía simplemente entenderlo? Ella no quería esa vida. Su padre, claro, siempre había sido un hombre práctico. Para él, todo era cuestión de lógica y de resultados. Dirigir una empresa era una tarea mecánica, casi matemática. Pero para Valeria, era lo opuesto: un trabajo sin alma.

—Quiero escribir —espetó ella por fin, con la voz un poco más fuerte, mirando directamente a su progenitor—. Siempre he querido escribir.

Carlos suspiró, como lo hacía cada vez que ese tema salía a la superficie. Parecía incapaz de comprender que alguien pudiera renunciar a una vida de riquezas y éxito seguro por algo tan intangible como las palabras.

—Lo sé, hija, pero eso no es una carrera. Es un pasatiempo. No puedes vivir de sueños.

Valeria sintió una punzada de frustración, una familiar y dolorosa sensación que siempre aparecía cuando su padre hablaba así de su pasión. Aunque no era solo eso. Estaba claro que él nunca la había visto como algo más que una extensión de sí mismo. En su mente, la chica no era una persona con sus propios deseos y metas; era simplemente la sucesora natural de su imperio.

—Papá… —empezó a decir, sin embargo, su padre levantó una mano para cortar el aire entre ellos.

—Escúchame bien, Valeria. No tengo todo el tiempo del mundo para esperar que tomes una decisión sobre tu vida. La empresa necesita una líder y no puedo seguir posponiendo esto.

El silencio que siguió fue tan espeso que casi se podía tocar. Carlos Fernández era conocido por su determinación y dureza en el mundo empresarial. Muy pocas veces concedía algo y ella lo sabía. Aún así, se resistía a la idea de pasar el resto de su vida atrapada en la jaula dorada que su padre había creado para ella.

—He estado pensando en algo —comentó su padre. Sus palabras hicieron que la chica se tensara. Cada vez que su progenitor decía esas palabras, significaba que estaba a punto de proponer una solución que le favorecería únicamente a él.

Carlos dejó el informe que estaba leyendo sobre la mesa y se recostó en su silla de cuero negro, entrelazando los dedos sobre su estómago. Su expresión se suavizó, pero la muchacha sabía que aquello era solo una táctica.

—Te gusta mucho tu vida de escritora soñadora, ¿verdad? —preguntó él con un tono algo burlón—. Muy bien, entonces hagamos una apuesta.

Valeria levantó una ceja, confundida:

—¿Una apuesta?

Carlos asintió, con un leve destello en los ojos que siempre indicaba que estaba planeando algo.

—Así es. Vamos a resolver esto de una vez por todas.

La chica frunció el ceño, pero estaba intrigada. Su padre no era el tipo de hombre que solía hacer apuestas. Todo en su vida estaba cuidadosamente calculado y planificado. Aún así, no podía negar que algo en su tono de voz despertaba su curiosidad, y si había una oportunidad de escapar del destino que le había sido asignado, estaba dispuesta a escuchar.

—Estoy escuchando —habló finalmente, cruzando los brazos, intentando mantener una fachada de indiferencia.

—Es simple —empezó a explicar su padre mientras se inclinaba un poco hacia adelante en el escritorio—. Si te casas y tienes un hijo antes de cumplir los treinta, entonces podrás seguir con tu vida de escritora. No interferiré y podrás vivir de tus palabras. No tendrás que tocar ni un solo papel de la empresa.




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