La apuesta del corazón

Capítulo 2

Valeria despertó esa mañana con una mezcla de determinación y temor. La apuesta que había hecho con su padre la había dejado en un dilema extraño y, aunque no era algo que deseaba enfrentar, tampoco podía permitirse perder la oportunidad de cumplir su sueño de ser escritora. «Solo cinco años para encontrar un marido y tener un hijo», pensó mientras se vestía. Parecía una locura y, en el fondo, lo era. Pero no podía dar marcha atrás.

Sabía que no podría hacer esto sola, así que llamó a Sara, su mejor amiga y confidente desde que ambas compartían clases de arte en la escuela. Si había alguien que podía ayudarla a encontrar un marido —o al menos, sobrevivir en el proceso-–, era Sara.

En el bullicioso café de siempre, donde los olores a café recién hecho y croissants frescos llenaban el aire, las dos féminas se encontraron. Sara ya la estaba esperando, con su característica sonrisa, siempre dispuesta a escuchar las últimas noticias en la vida de Valeria.

—¿Cuál es el problema? —quiso saber Sara mientras movía el café y la miraba con ojos expectantes.

Su amiga suspiró con pesar antes de contarle lo que había pasado la noche anterior. Mientras hablaba, los ojos de la chica se abrieron como platos, incapaz de creer lo que estaba escuchando.

—¿Es en serio? ¿Tu padre te pidió que te casaras para dejarte ser escritora? —exclamó Sara casi atragantada con su café—. ¡Eso es…! No tengo palabras.

—Lo sé —Valeria se encogió de hombros—. Pero, de alguna manera, creo que puedo hacerlo.

La chica dejó la taza sobre la mesa y la miró fijamente antes de decir:

—Claro que puedes, pero… ¿quieres hacerlo? Porque eso es una locura. ¡Estamos hablando de encontrar a alguien y tener un bebé en cinco años!

Su amiga rio suavemente, más por nervios que por diversión.

—No es como si pudiera hacer otra cosa, Sara. Si no lo hago, tendré que encargarme de la empresa. Eso significaría abandonar por completo mi sueño.

La aludida la observó en silencio por unos segundos y, luego, su expresión cambió a una de determinación.

—Bien. Si vas a hacer esto, yo estaré contigo en cada paso del camino —Sara sonrió ampliamente—. Vamos a empezar a buscar a ese príncipe azul. ¿Dónde quieres que comencemos?

La primera idea de Sara fue sencilla: las aplicaciones de citas. Valeria nunca había usado una, pero bajo la insistencia de su amiga, descargó una de las más populares y comenzó a navegar entre perfiles. Hombres sonriendo en fotos de vacaciones, otros posando con sus mascotas y algunos, claramente, intentando impresionar con autos deportivos. La mayoría de las conversaciones no iban a ninguna parte, aunque al tercer día, alguien capturó su atención: Rodrigo, un banquero de treinta y dos años, amante de los libros de aventuras.

«Podría ser interesante», pensó la chica, animada por su amiga.

El encuentro fue en un restaurante elegante en el centro de la ciudad. Valeria llegó unos minutos antes, siempre puntual. Estaba nerviosa, pero con expectativas moderadas. Rodrigo parecía educado y bien parecido en sus fotos, mas en persona era… diferente. En lugar de charlar sobre libros o aventuras, como ella esperaba, el muchacho pasó la primera hora hablando de su trabajo en el banco, detallando cifras y estadísticas. Su tono monótono hizo que la chica luchara por no bostezar.

—Bueno, ¿qué piensas de la situación financiera global? —preguntó el chico con aire serio, tomando un sorbo de su vino.

Valeria, forzando una sonrisa, respondió:

—Oh, ya sabes… complicada —pero en su mente solo podía pensar: «Esto es un desastre».

A medida que la conversación avanzaba, la joven comenzó a perder la paciencia. Rodrigo no parecía tener interés en conocerla realmente y sus intentos de sacar temas más ligeros o divertidos eran rápidamente desviados de vuelta a gráficos y análisis de mercado.

—Quizá la próxima vez podríamos ir a un museo o hacer algo más relajado —sugirió ella, tratando de ser amable.

El chico solo sonrió y asintió.

—Podemos visitar la Bolsa de Valores. Es fascinante, te lo aseguro.

Para cuando la cena terminó, Valeria tenía claro que el muchacho no era el indicado. Sara rio hasta las lágrimas cuando su amiga le contó la anécdota esa misma noche.

—Bueno, al menos no perdiste dinero en acciones —bromeó Sara, lo que solo hizo que su amiga sacudiera la cabeza entre risas.

Las semanas siguientes estuvieron llenas de encuentros igualmente fallidos. Hubo un actor que solo hablaba de su último casting, un influencer obsesionado con las fotos, y un instructor de yoga que insistió en hacer respiraciones profundas en mitad de la cena.

Cada cita era un recordatorio de lo complicado que era encontrar a alguien con quien realmente conectar. Pero, en lugar de rendirse, Valeria y Sara comenzaron a ver el lado divertido de todo. Las citas desastrosas se convirtieron en historias que compartían entre carcajadas en el café.

—Tienes que admitir que tu vida ahora es mucho más emocionante —le dijo Sara entre risas, después de que Valeria relatara cómo uno de sus pretendientes insistió en llevar su loro a la cita.

—Eso seguro —admitió la chica—. Pero no estoy más cerca de ganar la apuesta.




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