La apuesta del corazón

Capítulo 3

Valeria ajustó nerviosamente el espejo retrovisor mientras conducía por las calles residenciales que llevaban a la casa de los Montiel. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que estuvo allí y, aunque la mujer la había recibido con entusiasmo en la gala, la idea de reencontrarse con Miguel después de tantos años la llenaba de una mezcla de ansiedad y curiosidad. No era solo la incógnita de cómo sería él ahora, sino también la presión de la apuesta que había hecho con su padre. El reloj no se detenía, y necesitaba encontrar a alguien con quien compartir su vida si quería ganar su libertad como escritora.

Llegó frente a la imponente casa de los Montiel. El jardín estaba perfectamente cuidado, tal como lo recordaba de su infancia, pero todo lo demás parecía cambiado. Se estacionó, respiró hondo y salió del coche, sintiendo la fresca brisa de la noche acariciando su piel.

Al acercarse a la puerta, ésta se abrió antes de que pudiera tocar el timbre. La señora Montiel la recibió con una amplia sonrisa y los brazos abiertos, como si no hubieran pasado más de doce años desde la última vez que se vieron.

—¡Valeria, querida! ¡Qué alegría verte! —exclamó la mujer mientras la envolvía en un cálido abrazo.

—Igualmente, señora Montiel —contestó la muchacha con una sonrisa, aunque no pudo evitar sentirse un poco abrumada por el entusiasmo de su anfitriona.

—Vamos, pasa. Miguel está en el salón. Estoy segura de que se alegrará de verte.

Las palabras de la señora resonaron en los oídos de la joven mientras la guiaba por la casa. El sonido de risas y conversaciones llegaba desde el comedor, pero en cuanto entraron al salón, un silencio incómodo se apoderó de la habitación.

Miguel estaba de pie junto a una ventana, mirando distraídamente hacia el jardín, pero se volvió al oír el sonido de los tacones de la chica sobre el suelo de mármol. Durante un segundo, sus miradas se encontraron y ella sintió un extraño nudo en el estómago. Había algo en él que la hizo sentir incómoda, tal vez porque no era el niño travieso que recordaba. Miguel, a sus casi treinta años, era ahora un hombre hecho y derecho, no obstante, su mirada era fría y distante.

—Valeria —la saludó él, con una sonrisa que no alcanzó sus ojos—. Ha pasado mucho tiempo.

—Sí, ha sido mucho —respondió ella, intentando mantener la compostura mientras se acercaba a saludarlo—. Estás… diferente.

—Todos cambiamos con el tiempo —comentó con un tono neutro, volviendo la mirada hacia el jardín.

El ambiente en la sala se volvió rápidamente tenso. Valeria intentó romper el hielo, recordando anécdotas de su infancia, mas Miguel apenas respondió con monosílabos, lo que no hacía más que aumentar la incomodidad. Era evidente que no compartía la misma emoción por el reencuentro que su madre.

La señora Montiel, siempre la anfitriona perfecta, intentó aliviar la situación proponiendo que todos se sentaran a cenar. La mesa estaba impecablemente puesta, con una vajilla fina y candelabros que iluminaban suavemente el ambiente. Pero, a pesar del ambiente cálido, la chica no podía sacudirse la sensación de que algo no iba bien.

A medida que la cena avanzaba, la joven se dio cuenta de lo mucho que había cambiado Miguel. Ya no era el chico alegre y despreocupado con el que solía jugar de pequeña. Ahora era un hombre serio, casi impenetrable. Se mantenía al margen de la conversación, respondiendo con frases cortas cuando su madre le hacía preguntas. Sin embargo, lo que realmente incomodaba a la muchacha no era su actitud distante, sino la forma en que evitaba mirarla directamente a los ojos.

Entre bocados de ensalada y sorbos de vino, la señora Montiel, sin embargo, no dejó que el ambiente decayera. Continuaba hablando animadamente, recordando viejos tiempos y contando historias del pasado que a Valeria le costaba seguir, pues su atención estaba fija en los gestos del joven. Observaba cada movimiento, cada expresión que pudiera delatar qué estaba pasando por su mente.

—¿Y entonces, Miguel? ¿A qué te dedicas ahora? —preguntó la chica, intentando sacar algo más de él, aunque la pregunta ya le había sido respondida vagamente antes por su madre.

—Trabajo en la empresa de mi padre —respondió el aludido sin levantar la vista del plato—. Estoy tratando de salvar lo que queda de ella.

Hubo un silencio tenso tras su contestación, y Valeria no supo si debía indagar más. Sin embargo, fue la señora Montiel quien intervino.

—Oh, pero Miguel es muy talentoso. Está haciendo todo lo posible para que la empresa no caiga —la madre sonrió ampliamente, pero la muchacha no pudo evitar notar un brillo de preocupación en sus ojos.

—Parece una gran responsabilidad —comentó Valeria, intentando mantener la conversación a flote.

—Lo es —continuó Miguel, esta vez mirándola directamente, aunque solo por un segundo. Luego, con una leve sonrisa de amargura, añadió—: Y no puedo permitir que nada ni nadie me distraiga de mi objetivo.

La chica sintió que esas palabras iban dirigidas más allá de la empresa. Era como si el chico estuviera cerrando cualquier posibilidad de conexión entre ellos. La incomodidad creció dentro de ella, pero intentó disimularlo con una sonrisa.

Mientras la cena continuaba, fue inevitable que Valeria notara algo más. Miguel, aunque distante, no estaba necesariamente vacío de emociones. Había momentos, pequeños gestos, en los que parecía estar ausente, perdido en sus pensamientos. Fue entonces cuando la señora Montiel soltó, casi como un comentario casual, una revelación que lo explicó todo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.