Valeria se despertó esa mañana con la misma inquietud que la había acompañado desde la noche anterior. Los recuerdos de la incómoda cena con Miguel y su madre aún le pesaban en la mente. Aunque ella intentaba seguir adelante, no podía ignorar el tumulto emocional que esa reunión había provocado. Sabía que, en algún punto, tendría que tomar una decisión, pero por ahora, su único deseo era concentrarse en algo que la hiciera sentir más en control: su novela.
Tras tomar una ducha y vestirse, decidió salir a la pequeña cafetería de siempre para trabajar. Mientras caminaba hacia su mesa habitual junto a la ventana, un rostro familiar apareció frente a ella. Al principio, su cerebro tardó un segundo en procesarlo, pero cuando sus ojos se encontraron con los de él, un torrente de recuerdos infantiles la golpeó.
—¡Mateo! —exclamó con una mezcla de sorpresa y emoción. Ahí estaba, sentado con una taza de café en las manos y una expresión de asombro en su rostro.
Mateo era un amigo de la infancia, alguien que había compartido con ella los años escolares, los recreos y los sueños de juventud. Si bien habían perdido el contacto con el tiempo, la chica siempre había tenido buenos recuerdos de él. Aunque nunca fue el chico que destacaba en medio de las multitudes como Miguel, siempre había sido amable, con una sonrisa honesta que lo hacía destacar de forma diferente.
—Valeria, cuánto tiempo —dijo él al ponerse de pie para saludarla con un cálido abrazo—. No puedo creer que seas tú. ¿Cómo has estado?
El tono de su voz era suave, casi protector, y al instante la chica se sintió envuelta en la misma comodidad que recordaba de sus años escolares.
—He estado bien, ocupada con mi… vida y mis proyectos —dudó antes de mencionar la palabra “novela”. Desde aquella apuesta con su padre, hablar de su libro la hacía sentir extraña. Aunque Mateo había sido uno de los pocos que siempre apoyaba sus sueños, no sabía cómo él lo recibiría ahora—. ¿Y tú? ¿Cómo estás? Supe que trabajabas en una editorial importante, pero… no he sabido mucho de ti desde entonces.
El chico sonrió para quitarle importancia a sus logros con un ademán molesto.
—Estoy trabajando como editor, es algo que siempre quise hacer. No esperaba encontrarte aquí, es una agradable sorpresa.
Después de una breve charla de cortesía, se sentaron a tomar un café juntos. Valeria sintió una especie de alivio. A diferencia de la tensión que había sentido con Miguel, hablar con Mateo era fácil. Él no buscaba impresionarla, ni medirla con expectativas. Era simplemente él, sincero y amable, como siempre había sido.
A medida que la conversación avanzaba, el chico mencionó su interés en los libros y cómo había estado siguiendo algunos trabajos emergentes. Fue entonces cuando la joven, sin pensarlo demasiado, dejó escapar la razón por la cual había estado tan ocupada últimamente.
—Estoy escribiendo una novela —confesó, un poco avergonzada—. Aunque, para ser honesta, siento que estoy un poco estancada.
—¿De verdad? Me encantaría saber más. ¿Sobre qué trata? —el muchacho la miró con interés genuino.
La reacción de Mateo la sorprendió, pero también la animó. Comenzó a contarle sobre su proyecto, la trama, los personajes y cómo había estado luchando para darle coherencia y mantener el ritmo narrativo. El chico escuchaba atentamente, interrumpiendo de vez en cuando con preguntas que demostraban su comprensión del proceso creativo.
—Si quieres, podría echarle un vistazo —sugirió él con una sonrisa—. No como un editor formal, sino como un amigo que quiere ayudarte a hacer realidad tu sueño.
Valeria sintió una chispa de emoción ante la oferta. Sabía que Mateo tenía una gran experiencia y, aunque la idea de exponer su trabajo a alguien cercano la ponía nerviosa, también sabía que necesitaba un ojo crítico que no estuviera nublado por la presión familiar o el interés financiero.
—Me encantaría —respondió al fin—. La verdad, estoy un poco perdida, y necesito una perspectiva externa.