La apuesta del corazón

Capítulo 5

La cena había terminado hacía apenas un par de días, pero para la madre de Miguel, doña Isabel, las cosas no podían haber ido peor. Su hijo había sido completamente indiferente hacia Valeria y lo que más temía empezaba a parecer inevitable: su empresa familiar, aquella que tanto le había costado mantener a flote, estaba al borde del colapso. Sabía que sin el apoyo financiero de la familia Fernández, la ruina sería inminente. No podía permitir que la vida de sacrificios que había construido se desmoronara por la obstinación de su hijo.

Isabel paseaba de un lado a otro en su elegante sala de estar con sus zapatos resonando en el suelo de mármol mientras trazaba planes en su mente. Tenía que hacer algo, algo que forzara la situación. Miguel no iba a moverse por voluntad propia, eso lo sabía bien. Su obsesión con esa bailarina de ballet, Laura, lo cegaba, y lo hacía ignorar lo que era más importante: la supervivencia de su legado familiar. Necesitaba a Valeria o, más bien, necesitaba lo que su matrimonio con la chica podía asegurarle.

Un golpecito suave en la puerta interrumpió sus pensamientos.

—Adelante —dijo al saber perfectamente quién era.

La puerta se abrió y la figura pequeña y discreta de Mercedes, el ama de llaves de la familia, entró con la misma silenciosa presencia que siempre la caracterizaba. La mujer había estado al servicio de la familia desde hacía décadas y, más que una empleada, era una confidente leal y astuta. Sabía mucho más de lo que cualquiera imaginaría y, en más de una ocasión, había sido cómplice en los planes más retorcidos de Isabel.

—¿Me ha llamado, señora? —preguntó con una leve inclinación de cabeza, siempre respetuosa.

La señora Montiel se detuvo, observando por un momento a su empleada frente a ella. Sabía que ella era la única persona en la que podía confiar para llevar a cabo lo que estaba a punto de sugerir.

—Mercedes, creo que es momento de tomar medidas más… drásticas —dijo Isabel con una mirada determinada—. No puedo permitir que la ceguera de mi hijo lo arruine todo. Necesitamos asegurar el matrimonio entre Miguel y Valeria, y creo que sé cómo hacerlo.

La aludida la observó atentamente, sus ojos oscuros sin revelar emoción alguna, pero detrás de esa apariencia imperturbable, su mente ya trabajaba a toda velocidad. Conocía bien a su señora y cuando mencionaba “medidas drásticas”, sabía que la situación estaba a punto de tomar un giro inesperado.

—¿Y qué tiene en mente, señora?

Isabel esbozó una pequeña sonrisa, más fría que dulce.

—Organizaremos una cena, algo íntimo. Invitaré a Valeria y a Miguel. Todo será muy sencillo… hasta que caigan bajo el efecto de los somníferos —hizo una pausa para observar la reacción de su empleada—. Una vez estén inconscientes, los llevaremos a una habitación de hotel y, cuando despierten… estarán en una situación imposible de explicar. No tendrán más remedio que casarse para evitar el escándalo.

Mercedes asintió lentamente, sin inmutarse. Sabía que su señora era capaz de cualquier cosa cuando se trataba de proteger sus intereses.

—Puedo encargarme de todo, señora —respondió con calma—. La cena, los somníferos, y… los detalles del hotel. Pero necesitaré saber qué día planea llevar a cabo el encuentro.

—Este fin de semana —contestó con un suspiro lleno de alivio. Caminó hacia la ventana y observó el jardín exterior—. Para entonces, todo estará en su lugar. Miguel y Valeria no tendrán opción.

Mercedes se inclinó ligeramente para asentir.

—Como usted diga, señora. Todo estará listo.

Valeria se sorprendió cuando recibió la invitación para cenar nuevamente con la señora Montiel y Miguel. Después de la tensa y extraña cena anterior, no esperaba ser llamada tan pronto. Sin embargo, la amable insistencia de Isabel la hizo aceptar. «Quizá esta vez las cosas serían diferentes», se decía a sí misma. Tal vez Miguel finalmente comenzaría a mostrar algún interés. A pesar de todo, una parte de ella aún anhelaba ese vínculo con él, aquel chico que había sido su primer amor.

Cuando llegó la noche de la cena, la chica eligió un elegante vestido rojo, con una mezcla de nerviosismo y expectativa en su pecho. No podía negar que la situación con Miguel la tenía en un constante vaivén emocional. No quería aferrarse a una fantasía, pero tampoco podía ignorar los sentimientos que aún albergaba hacia él.

La cena se desarrollaba sin incidentes al principio. Isabel estaba radiante, mostrando una amabilidad excesiva, mientras que Miguel seguía distante, respondiendo a las preguntas con monosílabos y manteniéndose en su propio mundo. Valeria hizo su mejor esfuerzo por mantener la conversación viva, aunque sentía la frialdad en el aire.

—¿Te gustaría un poco más de vino, Valeria? —le preguntó la señora Montiel con una sonrisa—. Este es uno de mis favoritos. Deberías probarlo.

La chica aceptó el ofrecimiento, sin notar la rápida mirada de complicidad entre su anfitriona y el ama de llaves, quien se movía en silencio por la habitación sirviendo las copas y platos. Mercedes, discreta como siempre, vertió el vino en la copa de la muchacha y luego en la de Miguel. Las gotas de somnífero que habían sido añadidas eran completamente invisibles y no tenían ningún sabor detectable.

Poco a poco, a medida que la noche avanzaba, la joven comenzó a sentir un leve mareo. Primero pensó que era el vino, pero pronto se dio cuenta de que algo estaba mal. Sus párpados se sentían pesados y su mente, nublada. Intentó levantarse de la mesa, mas sus piernas no respondieron como deberían.




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