Valeria se miraba en el espejo, con el vestido de novia recién ajustado, pero todo se sentía como una ilusión, como si ese reflejo perteneciera a otra persona. El satén blanco envolvía su cuerpo a la perfección, las perlas delicadamente cosidas brillaban con la luz que entraba por la venta, pero dentro de ella solo había confusión. Casarse nunca había estado en sus planes inmediatos y menos en estas circunstancias. Sin embargo, allí estaba, aceptando a regañadientes lo que parecía ser su destino.
Los eventos de la última semana parecían un torbellino de emociones y decisiones precipitadas. Después de aquella noche en la que había despertado en una situación comprometida junto a Miguel, la presión fue demasiada. Las familias no dejaron de insistir en lo que debían hacer para evitar el escándalo. Miguel y Valeria, atrapados en una red tejida con mentiras y manipulación, no vieron otra salida más que aceptar. Sin embargo, aquello no significaba que lo harían de buena gana.
Los preparativos par ala boda comenzaron inmediatamente, y ambos, sin ninguna intención de cumplir con aquel compromiso, intentaban sabotearlo en cada oportunidad que tenían.
Desde el principio, Miguel dejó claro que no estaba interesado en la boda, mucho menos en mantener las apariencias. Si tenía que casarse, al menos intentaría hacerlo de la forma más caótica posible. Valeria, por su parte, tampoco iba a rendirse sin luchar. A pesar de la extraña atracción que siempre había sentido hacia él, la idea de casarse con alguien que no la amaba y que, en su lugar, estaba obsesionado con otra mujer, le resultaba insoportable.
El primer intento de sabotaje comenzó con la elección de los invitados. Ambos, sin ponerse de acuerdo, empezaron a invitar a personas que sabían que causarían problemas en la ceremonia. La chica, a modo de broma, invitó a una exnovia celosa de Miguel que no había superado la ruptura. Sabía que la situación sería un desastre si esa mujer aparecía en la boda. El chico, por el contrario, invitó a algunos de sus amigos más ruidosos y descontrolados, quienes siempre lograban convertir un evento formal en un caos absoluto.
—Esto será interesante —comentó Miguel con una sonrisa maliciosa mientras confirmaba la lista de invitados.
No obstante, los problemas no se detuvieron ahí. Durante la primera prueba del pastel de bodas, el muchacho insistió en que el sabor fuera lo más excéntrico posible.
—¿Qué tal un pastel de bodas de wasabi? —preguntó con total seriedad, mirando a la asombrada pastelera, que no sabía si reír o tomarlo en serio.
Valeria, lejos de dejarse intimidar, contrarrestó sugiriendo una mezcla de sabores igualmente raros. El resultado fue una combinación incomible que ninguno de los dos pudo tolerar en la prueba final, pero ambos se sintieron satisfechos de haber conseguido sabotear al menos una pequeña parte del proceso.
Durante las pruebas de vestuario, la situación no mejoró. Miguel llegaba siempre tarde, alegando que se había “olvidado” de la cita o que tenía compromisos más importantes. Cuando finalmente asistía, se probaba trajes estrafalarios que iban desde atuendos de colores chillones hasta disfraces que más parecían sacados de una comedia romántica. Valeria, en su lugar de frustrarse, decidió seguirle el juego y apareció en una de las pruebas con un vestido de novia lleno de plumas y brillos exagerados.
—¡Vaya par de idiotas! —exclamó la señora Montiel cuando vio el vestido—. Esto no es un circo, es una boda.
—Podría ser un circo si lo organizamos bien —respondió la chica con sarcasmo mientras se cruzaba de brazos.
Sin embargo, a pesar de los constantes intentos por arruinar la boda, la maquinaria seguía en marcha. Sus respectivas familias insistían en continuar y el día se acercaba inevitablemente. Mientras tanto, Valeria no dejaba de pensar en Mateo, el otro chico de su pasado, quien recientemente había reaparecido en su vida.
Mateo siempre había sido el chico amable, el que la trataba con respeto y admiración desde que eran niños. A pesar de no haber confesado sus sentimientos cuando eran más jóvenes, ahora que la chica estaba comprometida, parecía que finalmente había decidido actuar. Mateo era editor en una importante editorial y había encontrado la excusa perfecta para pasar tiempo con ella al ofrecer su ayuda con la novela que la muchacha estaba escribiendo.
Cada día, mientras ella intentaba sortear los preparativos de la boda forzada, el chico aparecía en su vida como un respiro. Había algo en él que la hacía sentir valorada, algo que la alejaba del caos emocional en el que estaba sumida con Miguel. En cada reunión para discutir la novela, Mateo se mostraba atento y cariñoso, escuchando cada una de sus ideas y dándole sugerencias para mejorar su historia. No solo era un apoyo profesional, sino que su presencia traía consigo una calidez que Valeria no había sentido en mucho tiempo.
—Sabes que siempre me ha importado lo que piensas —le dijo Mateo una tarde mientras revisaban uno de los capítulos de su novela—. Y no solo me refiero a tu trabajo. Me importas tú.
La chica sintió un escalofrío recorrer su espalda. Él la miraba con una mezcla de afecto y timidez que la hizo recordar los momentos que habían compartido. Era evidente que los sentimientos de él hacia ella no habían desaparecido con el tiempo. Si acaso, se habían intensificado.
—Gracias, Mateo. De verdad, no sabes cuánto significa esto para mí —respondió ella tratando de mantener el control de sus emociones.