La apuesta del corazón

Capítulo 10

Valeria se sentó frente a su escritorio, con las manos sobre el teclado, pero la mente muy lejos de las palabras que intentaba escribir. Su novela, que antes la llenaba de entusiasmo, ahora le parecía un recordatorio constante de la confusión que sentía. Entre el vaivén de su matrimonio con Miguel y la creciente cercanía con Mateo, todo parecía un caos emocional del que no sabía cómo salir.

Mateo había sido un apoyo constante en las últimas semanas. Desde que dejaron listo el manuscrito, se encontraban a menudo para hablar de los próximos pasos en la publicación, y esos momentos con él la hacían sentir ligera, comprendida, incluso apreciada. Cada vez que hablaban, cada sonrisa o broma compartida, hacía que la conexión entre ellos se sintiera más natural. Había una facilidad en su trato que contrastaba con la tensa y distante relación que tenía con su marido.

Por otro lado, Miguel había comenzado a cambiar, aunque de manera torpe y a regañadientes. Los celos que sentía cada vez que veía a Mateo con ella eran innegables y, aunque intentaba ocultarlo, Valeria lo notaba en sus gestos, en las miradas que le lanzaba cuando creía que no lo veía. Pero esos momentos eran tan fugaces como insatisfactorios. Miguel parecía dividido, atrapado entre sus propios sentimientos y una barrera emocional que aún no estaba listo para derribar.

La chica suspiró y cerró el portátil. No podía concentrarse en la escritura cuando su vida personal estaba tan enredada. Se levantó de la silla y se acercó a la ventana. Desde allí, podía ver el jardín en la parte trasera de la casa, un lugar que siempre la había tranquilizado. Sin embargo, ahora, incluso ese rincón que antes era su refugio parecía envuelto en incertidumbre.

—Valeria —la voz de Miguel la sorprendió, haciendo que girara rápidamente—. ¿Podemos hablar?

Él estaba de pie en la puerta del estudio, con las manos en los bolsillos y una expresión que parecía luchar entre el orgullo y la incomodidad. No era la primera vez que intentaba abordar el tema, pero cada vez que lo hacía, las conversaciones quedaban a medias, sin llegar a ninguna conclusión real.

—¿Sobre qué? —preguntó ella con un tono más cansado que desafiante.

—Nosotros —respondió él, como si esa sola palabra lo abarcara todo.

La muchacha cruzó los brazos y lo miró, esperando que continuara. Miguel dio un paso más hacia ella, claramente incómodo.

—Sé que no he sido el mejor esposo. No sé… cómo hacerlo —admitió en voz baja y sincera—. Pero estos últimos días… verte con Mateo… me han hecho darme cuenta de que no quiero perderte.

La declaración cayó entre ellos como una verdad a medias, algo que ambos sabían, aunque ninguno había querido admitir antes. La joven lo miró, sintiendo una mezcla de sorpresa y frustración.

—Miguel, ¿te das cuenta de lo contradictorio que es eso? —inquirió, con una risa amarga en sus labios—. Solo reaccionas porque ves a otro hombre interesado en mí. No porque realmente sientas algo.

Él frunció el ceño, como si las palabras de ella lo hubieran golpeado donde más le dolía.

—No es tan simple —respondió al acercarse un poco más—. He estado… confundido. Yo…

—No es suficiente —lo interrumpió ella al levantar una mano—. No puedo vivir esperando que de un día para otro decidas que me amas. No puedo seguir así.

Había un dolor en sus palabras que resonaba con la verdad. Valeria había pasado tanto tiempo esperando, tanto tiempo tratando de que su marido la viera, la aceptara y, ahora, después de todo, se daba cuenta de que ya no podía seguir en esa situación.

La relación con Mateo era todo lo que su matrimonio no era. Era fácil, fluida, sin complicaciones ni expectativas no cumplidas. Con él, Valeria no tenía que esforzarse para ser vista o apreciada. Y esa cercanía solo había crecido a lo largo de los días que pasaban juntos trabajando en su novela.

Unos días después del tenso intercambio con Miguel, la chica se encontró en la oficina de la editorial con su amigo. Él estaba revisando los últimos ajustes del contrato de publicación, y ella observaba su concentración desde el otro lado de la mesa. Había algo tranquilizador en la manera en que él se tomaba en serio cada detalle de su trabajo, como si su libro fuera tan importante para él como para ella.

—Aquí tienes —dijo Mateo mientras le ofrecía un bolígrafo—. Solo falta tu firma.

La chica lo tomó, pero en lugar de firmar, lo miró directamente a los ojos.

—Gracias por todo lo que has hecho por mí —contestó ella en voz baja—. No sé cómo hubiera pasado estos últimos meses sin ti.

El chico sonrió y esa sonrisa la hizo sentir una calidez que no había sentido en mucho tiempo.

—No tienes que agradecerme nada, Valeria. Siempre estaré aquí para lo que necesites —su tono era ligero, pero había un trasfondo de sinceridad que la hizo dudar por un momento si realmente se refería solo a la novela.

Durante semanas, había intentado ignorar los sentimientos que empezaban a surgir entre ellos, tratando de convencerse de que su amistad con Mateo era simplemente eso: una amistad. Pero cada día que pasaba con él, cada conversación, cada gesto, hacía que la línea entre lo profesional y lo personal se difuminara más y más.

Valeria sabía que no podía continuar en esa ambigüedad por mucho tiempo. Había momentos en los que se sentía tentada a dejarse llevar, a abandonar las complicaciones de su matrimonio y seguir adelante con alguien que ya le mostraba afecto abiertamente. Pero entonces recordaba que, a pesar de todo, aún había algo en su marido que la retenía. Un sentimiento que, aunque indefinido, no podía ignorar.




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