Valeria caminaba por el parque, disfrutando del aire fresco de la mañana, mientras intentaba despejar su mente. Las últimas semanas habían sido emocionalmente agotadoras y su corazón estaba dividido entre el cariño que había desarrollado por su amigo y los sentimientos confusos que aún tenía hacia su marido. No podía negar que algo estaba cambiando entre ella y su esposo, pero la duda seguía allí, como una sombra persistente.
El crujido de unas hojas llamó su atención y, al girar la cabeza, vio a Mateo que se acercaba. Su viejo amigo de la infancia, el chico que siempre había estado allí, sonrió con esa calidez familiar que la hacía sentir segura, pero también incómoda últimamente. Desde que había comenzado a pasar más tiempo con Mateo y Miguel había mostrado algunos destellos de interés, el primero se había mantenido a la distancia, pero ahora parecía que algo en él había cambiado.
—¿Puedo acompañarte? —preguntó el chico con una mirada seria que no acostumbraba a tener.
Valeria asintió mientras sentía que algo importante estaba a punto de ocurrir. La chica se levantó del banco, se agarró al brazo de su amigo y caminaron en silencio. La tensión era palpable entre ellos. Después de unos minutos, Mateo se detuvo y, con una profunda inhalación, se giró hacia ella.
—Valeria, hay algo que necesito decirte —su tono era firme y estaba cargado de emoción.
Ella lo miró, sintiendo su corazón latir más rápido.
—¿Qué sucede? —quiso saber, aunque ya tenía una idea de lo que estaba por venir.
Mateo desvió la mirada por un momento, como si buscara las palabras adecuadas, antes de volver a mirarla fijamente a los ojos.
—Sé que estás casada. Sé que las cosas no han sido fáciles para ti y, por eso, he intentado mantenerme al margen —sus manos temblaban ligeramente—. La verdad es que nunca te he olvidado. No importa cuántos años hayan pasado, aún te amo. Y sé que suena egoísta decirlo ahora, pero tenía que decírtelo.
Valeria sintió un nudo en la garganta. Las palabras de su amigo eran las que nunca había imaginado escuchar, al menos no en ese momento de su vida.
—Mateo… —empezó a decir sin saber cómo continuar.
—No estoy aquí para ponerte en una situación difícil —la interrumpió—. Solo quiero que sepas que si decides que tu matrimonio no es lo que quieres, si decides que mereces algo mejor… yo estaré aquí, esperándote. Siempre lo he estado.
La muchacha se quedó en silencio, sintiendo el peso de sus palabras. Era todo tan confuso. Su corazón estaba lleno de dudas, de emociones contradictorias. Por un lado, estaba su marido, quien había empezado a mostrar interés en ella. Por otro lado, estaba Mateo, con quien compartía una conexión que se sentía cada vez más natural y cercana. Y ahora él, su amigo de la infancia, le confesaba que todavía la amaba, que la esperaría, añadiendo otra capa de complejidad a sus sentimientos.
—No tienes que decidir ahora —le dijo él con una leve sonrisa—. Solo quería ser honesto contigo. Sea cual sea tu decisión, te apoyaré.
Valeria asintió, sintiendo una mezcla de gratitud y confusión. Agradecía su sinceridad, aunque no podía evitar sentir que su confesión solo complicaba más las cosas.
—Gracias por ser honesto, Mateo. Lo valoro mucho, pero… —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Ahora mismo, no sé qué pensar. Todo es tan confuso. Necesito tiempo para aclarar mis sentimientos.
—Tómate el tiempo que necesites. Solo quería que supieras que siempre tendrás un lugar en mi corazón.
Con esas palabras, el chico se alejó para dejarla sola con sus pensamientos. Valeria se quedó allí, inmóvil por unos momentos, mirando cómo Mateo desaparecía entre los árboles. Sentía una mezcla de alivio y angustia.
Esa noche, Valeria se encontraba en casa, sumida en sus pensamientos, cuando escuchó a Miguel llegar. Parecía cansado, pero había algo en su actitud que era diferente a las noches anteriores. Sus pasos eran más lentos y sus ojos, cuando se cruzaron con los de ella, mostraban una vulnerabilidad que rara vez permitía ver.
—Valeria, necesitamos hablar —dijo él con seriedad, mientras se acercaba y se sentaba en el sofá junto a ella.
La chica lo miró en silencio, esperando a que continuara.
—He estado pensando mucho en nosotros… y en todo lo que he hecho mal —Miguel bajó la mirada un momento, antes de continuar—. Sé que he sido un idiota. He sido distante, he ignorado tus gestos y me he aferrado a mi propio orgullo por mucho tiempo. Pero estos últimos días, ver cómo te alejabas, ver cómo otros hombres te miraban… me hizo darme cuenta de lo que realmente siento por ti.
El corazón de la joven se aceleró. Su marido hablaba con una sinceridad que no había mostrado antes y, por primera vez, sentía que estaba realmente abriendo su corazón.
—He estado ciego todo este tiempo —continuó con la voz casi quebrada—. Y lo peor es que lo sabía, en el fondo. Sabía que te estaba perdiendo, pero no quería admitirlo. No quería admitir que me estaba enamorando de ti, que me importabas más de lo que estaba dispuesto a aceptar.
Valeria sintió un nudo en la garganta al escuchar esas palabras. Era lo que había estado esperando por tanto tiempo, sin embargo, algo dentro de ella ya no estaba tan segura.