El sonido de la cafetera llenaba la pequeña cocina mientras Valeria se apoyaba en el marco de la puerta, mirando cómo el sol de la mañana se filtraba a través de las ventanas. La noche anterior había sido larga, llena de lágrimas y pensamientos turbulentos, pero finalmente había llegado a una conclusión que sabía que debía tomar. Ya no podía seguir esperando por algo que quizás nunca llegaría. Era el momento de apostar por algo más.
Tomó una taza de café caliente y salió al pequeño balcón de su apartamento. El aire fresco de la mañana la envolvió, calmando un poco el nudo en su pecho. Recordó la escena de la noche anterior: Miguel y Laura, juntos. Ese beso había sido la chispa final, la confirmación de lo que ya había sospechado durante algún tiempo. Su marido no estaba listo para ser el esposo que ella necesitaba. No lo había estado desde el principio y, aunque sus palabras de arrepentimiento eran sinceras, ya no bastaban.
Valeria ya no podía quedarse atrapada en la confusión. Había alguien que, desde el principio, había estado allí para ella: Mateo. Su mejor amigo, su confidente, y el chico que había dejado claro que la amaba, sin rodeos ni dudas. El joven la había esperado pacientemente, sin presionarla, ofreciéndole su apoyo incondicional incluso cuando su corazón estaba atrapado en la maraña de su matrimonio.
Era el momento de darle una oportunidad.
Tomó su teléfono y, con manos temblorosas, envió un mensaje corto a Mateo: “¿Nos vemos en el parque de siempre?”.
Unos minutos después, llegó la respuesta: “Claro, estaré allí en media hora”.
La chica exhaló, sintiendo cómo una nueva calma la invadía. No estaba segura de qué le diría exactamente, pero sabía que hablar con él era el primer paso hacia ese nuevo comienzo que tanto necesitaba.
El parque estaba tranquilo cuando Valeria llegó. Los árboles se mecían suavemente con el viento y las hojas caían llenando el suelo con un manto dorado. A lo lejos, vio a Mateo esperándola, sentado en el banco donde tantas veces habían hablado sobre todo y nada, compartiendo sus sueños y preocupaciones de la infancia.
Cuando la vio acercarse, el chico se levantó con una sonrisa cálida en el rostro, pero también con una ligera preocupación en sus ojos. Sabía que algo importante estaba por suceder, lo había sentido en la forma en que ella le había escrito.
—Hola, Val —la saludó usando el apodo que solo él solía emplear, como un recordatorio de su antigua conexión.
—Hola, Mateo —respondió ella con una sonrisa suave mientras se sentaba a su lado.
Hubo un breve silencio entre ellos, aunque no incómodo. Era el tipo de silencio que se produce entre personas que no necesitan llenar cada segundo con palabras, sino que se sienten cómodos solo estando juntos. Finalmente, Valeria rompió el silencio.
—He tomado una decisión. Anoche fue el punto final para mí. Miguel y yo… —vaciló por un momento para luego continuar—. Él regresó con Laura y yo ya no puedo seguir esperando. No quiero seguir esperando.
Mateo la miró en silencio, escuchando cada palabra con atención. No quería interrumpirla, pero su corazón latía con fuerza, esperando lo que vendría a continuación.
—Tú siempre has estado aquí para mí, Mateo —prosiguió ella mientras se volvía hacia él para mirarlo a los ojos—. Y no puedo ignorar lo que siento cuando estoy contigo. Sé que al principio no lo veía, pero ahora… ahora lo entiendo —su voz temblaba—. Quiero intentarlo contigo. Quiero saber qué podría pasar si nos damos una oportunidad más allá de la amistad.
La sonrisa que se formó en el rostro del joven fue de pura felicidad, aunque también había una mezcla de alivio. Era como si todo lo que había esperado durante tanto tiempo finalmente estuviera tomando forma.
—Val, no sabes cuánto he soñado con escuchar eso —su voz era suave, pero cargada de emoción—. No voy a presionarte ni a hacerte sentir que tienes que decidir todo ahora, pero… gracias por darme esta oportunidad. Te prometo que no te voy a fallar.
La chica sonrió al sentir que, por primera vez en mucho tiempo, estaba tomando una decisión basada en lo que realmente deseaba, en lugar de en lo que los demás esperaban de ella.
—Solo quiero ir despacio —advirtió ella al sentirse vulnerable y segura al mismo tiempo—. Necesito tiempo para sanar todo lo que ha pasado.
—Y lo tendrás —aseguró él al tomar su mano con suavidad—. No hay prisa, Val. Solo quiero estar a tu lado, como siempre.
Se quedaron allí, sentados en el banco, observando cómo el sol comenzaba a ascender en el cielo. Después de mucho tiempo, la chica sentía paz, como si todo estuviera volviendo a su lugar.
Después de unos minutos de silencio cómodo, Mateo se giró hacia ella, como si recordara algo importante.
—Por cierto, hay algo que debo contarte, y creo que te hará muy feliz.
—¿De qué se trata? —la chica lo miró con curiosidad.
Mateo sacó un sobre de su chaqueta, con una expresión traviesa en su rostro.
—¿Recuerdas cuando mandé tu manuscrito a un compañero de la editorial? Pues… —le entregó el sobre, con una sonrisa más amplia—. Han decidido publicarla. Tu novela va a ser una realidad, Val.
Valeria sintió que su corazón se detenía por un segundo antes de acelerarse con una mezcla de incredulidad y emoción.