El eco de las llaves girando en la cerradura resonaba en el apartamento vacío. Valeria entró en su nuevo hogar, un pequeño y acogedor estudio en el centro de la ciudad, muy diferente de la casa espaciosa y elegante que había compartido con su marido. Aunque este lugar era mucho más modesto, era suyo. Era el símbolo de su nueva vida, de su decisión de poner fin a su matrimonio y de apostar por sí misma, aún teniendo la opción de perder la apuesta que había hecho con su padre.
Se acercó a la ventana, mirando la ciudad bajo la luz de las farolas. Los últimos días habían sido extraños. Vivir separada de Miguel, algo que en teoría debería haberle traído paz, solo la había sumido en una confusión más profunda. En el fondo, lo echaba de menos. La rutina que habían compartido, las cenas tensas pero constantes, las pequeñas interacciones que, aunque forzadas, habían formado parte de su vida. Y, sin embargo, ahora todo eso se sentía lejano.
No podía retroceder. Había tomado una decisión. Tenía que seguir adelante, aunque el camino fuera incierto.
Era viernes por la noche cuando todo comenzó a cambiar. Mateo la había invitado a cenar al sugerirle uno de sus restaurantes favoritos. Valeria aceptó sin pensarlo dos veces; necesitaba un respiro, una distracción de las emociones que la asfixiaban y la celebración de la firma de su contrato editorial. Mateo siempre sabía cómo hacerla reír, cómo aliviar su carga emocional, y eso era precisamente lo que necesitaba en ese momento.
Entraron en el restaurante y fueron recibidos por el cálido murmullo de conversaciones y el aroma de la comida recién servida. Se sentaron junto a una ventana y el ambiente se tornó rápidamente relajado. Mateo, con su sonrisa constante y su inquebrantable apoyo, le hablaba de la editorial y de los nuevos proyectos que se estaban desarrollando. Era refrescante para Valeria poder hablar de algo que no estuviera relacionado con su vida personal caótica.
Pero justo cuando estaba empezando a relajarse, lo vio. Allí, en una mesa no muy lejana, estaba Miguel. Su esposo. Su mirada recorrió el espacio y junto a él estaba Laura, la bailarina de ballet. Valeria sintió cómo su corazón se detuvo por un segundo antes de comenzar a latir con fuerza. Parecían estar disfrutando de una cena íntima, riendo y conversando de manera casual. Algo en su estómago se revolvió. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Por qué tenía que estar en el mismo restaurante, esta noche?
—¿Estás bien? —preguntó Mateo, notando el cambio en su expresión.
La chica asintió con un gesto mecánico, pero sus ojos no podían apartarse de la otra mesa. ¿Miguel la había visto? No estaba segura, sin embargo, en ese momento, Laura se levantó para ir al baño, dejando al chico solo.
—Espera aquí —murmuró Valeria a su acompañante antes de levantarse.
Cruzó el local con pasos decididos, aunque en su interior una tormenta de emociones se desataba. Al llegar a la mesa de Miguel, él levantó la vista, sorprendido al verla.
—¿Valeria? —preguntó, claramente confundido.
—Qué coincidencia verte aquí —dijo ella con una sonrisa tensa, tratando de controlar el temblor en su voz—. No esperaba encontrarte en este lugar.
Su marido la miró fijamente, con una ligera expresión oscura. Había algo en sus ojos que la chica no lograba descifrar, una mezcla de sorpresa y… ¿molestia?
—Tampoco esperaba verte —respondió él con voz fría, más de lo que ella hubiera imaginado—. Parece que ambos tenemos buenos gustos en restaurantes.
La joven frunció el ceño al sentir cómo la tensión entre ellos aumentaba.
—Así que, ¿es una cita? —inquirió ella al señalar con la cabeza en dirección a la silla vacía donde antes había estado la bailarina.
—Es una cena —contestó él con indiferencia y un encogimiento de hombros—. Nada más.
—Nada más —repitió sin poder evitar que el sarcasmo se filtrara en sus palabras—. Tú y Laura. Siempre tan cerca.
Miguel entrecerró los ojos, visiblemente irritado.
—¿Y tú? —la acusó al señalar la mesa donde Mateo la esperaba—. ¿Qué hay de tu compañero de mesa? Parecéis estar disfrutando bastante.
Valeria sintió cómo el calor subía por su cuello. Mateo y ella eran amigos, nada más. Pero sabía que la insinuación de su marido no era accidental. Se estaba jugando algo más en esta conversación, algo que ambos no querían admitir.
—Mateo es solo un amigo —replicó ella con firmeza.
—¿Solo un amigo? —Miguel dejó escapar una risa corta—. Claro, porque no he visto cómo te mira. ¿O es que también vas a fingir que no hay nada ahí?
La muchacha cruzó los brazos, incapaz de controlar la frustración que empezaba a burbujear en su interior.
—¿Y qué importa si lo hay? —espetó, dando un paso más hacia él—. ¿Acaso tú no estás aquí con Laura? Parece que ambos hemos seguido adelante, ¿no?
La expresión de él se endureció. No respondió de inmediato, pero había algo en su mirada que parecía destellar brevemente antes de apagarse.
—Tal vez —dijo él por fin—. Pero sabes tan bien como yo que esto no ha terminado, Valeria.
Sus palabras la golpearon con fuerza, como un recordatorio de todo lo que había estado evitando. Tenía razón. A pesar de la separación, a pesar de los nuevos comienzos que ambos parecían estar buscando, había algo entre ellos que seguía sin resolverse.