La apuesta del corazón

Capítulo 14

Miguel miraba por la ventana de su despacho mientras la ciudad se extendía ante sus ojos con una mezcla de luces y sombras que no lograba distraerlo de la sensación constante que lo acechaba desde hacía semanas. A pesar de tener a Laura a su lado, la sensación de vacío se hacía más profunda. Era como si algo importante se le escapara de las manos, algo que no podía recuperar con facilidad. Y no era difícil saber qué era: Valeria.

La bailarina estaba en la sala contigua, revisando unas coreografías para su próxima presentación. Todo parecía perfecto. Desde fuera, cualquiera diría que Miguel tenía la vida soñada: una hermosa y talentosa mujer a su lado, éxito en los negocios, libertad para hacer lo que quisiera. Pero por alguna razón, todo se sentía hueco. La vida con Laura no era lo que había imaginado. No podía dejar de pensar en los momentos pequeños, en las cosas que había compartido con su esposa.

Echaba de menos su risa a media noche cuando estaban viendo alguna película absurda. Extrañaba los almuerzos que ella preparaba con esmero cada mañana, esos pequeños gestos que al principio había dado por sentado, pero que ahora anhelaba. Sentía la falta de su presencia, la seguridad de saber que ella estaba allí, aunque las cosas hubieran sido complicadas entre ellos.

—¿Miguel? —Laura asomó la cabeza por la puerta, con su típico tono dulce y algo distante—. ¿Estás bien?

—Solo… pensaba.

La chica sonrió, pero Miguel notó algo en su mirada. Quizás ella también lo sentía: esa distancia que había crecido entre ellos, esa falta de conexión real. Y aunque ambos habían intentado mantener la relación, sabía que ya no funcionaba.

Esa noche, después de la cena, Miguel decidió que no podía seguir así. Laura era increíble, pero no era Valeria. Nunca lo había sido y nunca lo sería. Cuando lo comprendió, algo dentro de él se rompió. Sabía lo que tenía que hacer, por doloroso que fuera.

—Laura, tenemos que hablar —dijo en voz baja, mientras la miraba desde el otro lado del sofá.

Ella lo miró, entendiendo inmediatamente el tono de su voz. Sus ojos se suavizaron, pero también mostraban resignación.

—Lo sabía —murmuró con una sonrisa triste—. Sabía que esto iba a pasar tarde o temprano.

—No quería hacerte daño.

—Lo sé. Y no lo hiciste a propósito. Pero lo he visto en ti desde hace tiempo, Miguel. Sigues enamorado de ella.

El chico no respondió de inmediato, pero Laura había dado en el clavo. No tenía sentido seguir negándolo.

—Lo siento, Laura —susurró finalmente—. Es cierto.

La chica asintió con los labios apretados en una sonrisa forzada.

—Pensé que podría cambiarlo. Que podrías olvidarla.

El silencio que siguió fue doloroso, pero honesto. Ambos sabían que era el final. Laura se levantó y, con una despedida tranquila, recogió sus cosas y se marchó, dejándolo solo con sus pensamientos. Miguel no se sintió aliviado, sino lleno de una mezcla de nostalgia y remordimiento. Pero también sabía que ahora estaba libre para luchar por lo que realmente quería.

El día que Miguel y Valeria debían firmar el divorcio, él lo tenía todo claro. No podía perderla sin antes confesarle lo que realmente sentía. Durante semanas, había vivido con la convicción de que su matrimonio estaba muerto, que no había forma de recuperar lo que una vez tuvieron. Pero ahora que estaba al borde del abismo, no podía dejar que eso sucediera sin luchar.

Cuando la chica llegó a la oficina del abogado, estaba nerviosa, pero decidida. Habían compartido años de vida, pero los últimos meses los habían desgastado tanto que ahora solo quería cerrar esa etapa y seguir adelante. A su lado, Mateo había sido un apoyo constante, pero incluso él no podía llenar el vacío que Miguel había dejado.

Su marido la miró desde el otro lado de la sala mientras firmaban los documentos. El proceso era frío, legal, como si todo lo que habían compartido se redujera a unas cuantas páginas. Sin embargo, antes de que el abogado pudiera concluir la reunión, Miguel habló:

—Valeria, espera.

Ella lo miró, sorprendida por el tono que había usado; firme y lleno de emoción. ¿Qué estaba haciendo? Ya estaban a punto de terminar con todo, ¿por qué detenerse ahora?

—¿Qué pasa? —preguntó ella sin entender nada.

—No puedo seguir con esto sin decirte lo que siento —el chico se levantó y, con una seriedad que no había mostrado en mucho tiempo, la miró a los ojos—. He sido un idiota, lo sé. Te di por sentado y no supe valorar todo lo que hacías por mí, por nosotros. Pero la verdad es que nunca dejé de pensar en ti. Me di cuenta tarde. Aún te amo, Valeria. Y no puedo dejar que firmemos estos papeles sin que lo sepas.

La joven se quedó sin palabras. Las emociones se arremolinaban en su interior. No sabía si debía sentirse enfadada, conmovida o confundida. Todo esto llegaba demasiado tarde, o al menos eso pensaba. Antes de que pudiera procesar lo que su marido acababa de decir, el sonido de la puerta al abrirse interrumpió la escena. Era Mateo, que había estado esperando fuera.

Miguel y Valeria intercambiaron una mirada incómoda y Mateo frunció el ceño al notar la tensión en el aire.

—¿Todo bien aquí? —quiso saber con un tono tranquilo pero claramente en alerta.




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