Dos años habían pasado desde aquella noche en que Valeria y Miguel se habían reencontrado y sellado su amor con un beso apasionado. La relación había sido todo un desafío, pero juntos habían encontrado la forma de reconstruir su matrimonio, esta vez con más confianza y entendimiento. Lo que antes había sido una unión impuesta por circunstancias y presiones externas, se había transformado en un lazo genuino, lleno de amor, risas y apoyo mutuo.
La joven había decidido centrarse en su carrera como escritora. Aunque al principio había sido difícil compaginar la vida de casada con su pasión por la literatura, Miguel la había animado a seguir adelante, incluso en los momentos de incertidumbre. Ahora, con su primera novela publicada y recibiendo excelentes críticas, Valeria sentía que por fin estaba viviendo el sueño que tanto había anhelado. La apuesta que había hecho con su padre parecía una memoria lejana, casi como si fuera una broma del destino. Pero aquella mañana, cuando se despertó con una sensación extraña en su cuerpo, supo que algo estaba a punto de cambiar para siempre.
Valeria se levantó al sentirse algo mareada. No le dio mucha importancia al principio, pensando que tal vez era el estrés o las largas horas frente al ordenador trabajando en su segunda novela. Sin embargo, cuando el malestar persistió durante varios días, comenzó a sospechar.
Una mañana, después de que Miguel se fuera al trabajo, la chica decidió hacerse una prueba de embarazo. El corazón le latía con fuerza mientras esperaba el resultado. Cuando finalmente vio las dos líneas rosadas marcadas en el test, una mezcla de incredulidad y felicidad invadió su cuerpo. Estaba embarazada.
No pudo evitar soltar una risa nerviosa mientras se llevaba una mano al vientre. La idea de ser madre la llenaba de emoción y un poco de miedo, pero sabía que Miguel estaría tan encantado como ella. En ese momento, todo cobró sentido: su vida, sus decisiones, su matrimonio. Estaba a punto de embarcarse en una nueva aventura, una que no solo la incluía a ella, sino también a un nuevo miembro de su familia.
Valeria decidió que la noticia debía compartirse de manera especial. No era solo un anuncio más; era la culminación de una apuesta, de años de amor y lucha, y de un largo camino de crecimiento personal. Decidió organizar una cena familiar en su casa, invitando a todos los seres queridos. Su marido no sospechaba nada, aunque en los últimos días la había notado más risueña y algo distraída, lo que le hacía preguntarse si ella planeaba algo.
La noche de la cena, la pareja recibió a la familia y a los amigos más cercanos. Su padre, siempre tan formal, llegó acompañado de su esposa, mientras que la madre de Miguel no paraba de hacer bromas sobre cuándo la chica y su hijo les darían un nieto. Valeria sonrió para sí misma, sabiendo que pronto todos tendrían la respuesta que tanto esperaban.
Después de servir la cena, llegó el momento que había estado esperando. Se levantó de la mesa, respiró hondo y, con una sonrisa radiante dijo:
—Maridito mío, familia, amigos… —hizo una pausa, disfrutando del suspenso—. Tengo una noticia que compartir con todos vosotros.
Los ojos de todos en la mesa se clavaron en ella. Su esposo la miraba con curiosidad, con las cejas alzadas y tratando de descifrar lo que iba a decir.
—Estoy embarazada —anunció con una mezcla de nervios y emoción.
Hubo un breve silencio antes de que la sala estallara en aplausos y exclamaciones de sorpresa y alegría. Miguel se quedó sin palabras por un momento, antes de levantarse rápidamente de su silla y abrazarla con fuerza.
—¿De verdad? —le susurró al oído, aún incrédulo.
—Vamos a ser padres —confirmó Valeria al sentir una enorme ola de amor hacia él.
Su padre, por su parte, observó la escena con una sonrisa en los labios y, después de unos segundos, alzó su copa.
—Bueno, hija, parece que has ganado la apuesta —dijo con un tono de orgullo y resignación—. Supongo que eso significa que seguirás siendo escritora.
Su primogénita rio mientras asentía llena de felicidad. Recordaba perfectamente la apuesta que había hecho con su padre, y no pudo evitar sentir una pequeña satisfacción al saber que no tendría que hacerse cargo de la empresa familiar, como él había deseado. En cambio, estaba siguiendo su propio camino, siendo fiel a sí misma, y ahora, con un bebé en camino, ese futuro parecía más brillante que nunca.
Por su parte, en esos dos años, Miguel había logrado algo igualmente impresionante. No solo había reconquistado a Valeria, sino que había hecho que las empresas de ambas familias crecieran hasta convertirse en las más grandes del país. La competencia que una vez existió entre sus padres era ahora una alianza sólida, gracias a los esfuerzos incansables del chico por mantener la paz y prosperar en los negocios. Para él, haber triunfado en ese ámbito no solo era un logro profesional, sino también un reflejo de lo que había aprendido sobre la importancia de las relaciones, tanto personales como profesionales.
Esa noche, cuando los invitados se marcharon, la pareja se quedó sola en el jardín de su casa, disfrutando de la brisa nocturna. Miguel la abrazó por detrás, rodeando su cintura, y apoyó la barbilla en su hombro.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó en voz baja.
Valeria sonrió, apoyando la cabeza en el hombro de él, cerca del cuello.