La asistente del Ceo

Capítulo 2: Mi historia

¿Cómo terminé liada con uno de los hombres más guapos y ricos del país?, bueno, no siempre me vi como me veo ahora, entonces, para mí contaba como una hazaña haber estado con él, solo que las cosas resultaron más complicadas.

Seis años atrás.

Sonreía emocionada al pensar en él: cabellos oscuros, ojos marrones, uno de los más simpáticos e inteligentes del campus, no era el típ

ico galán deportista que todas amaban, era el genio que todos sabían que sería billonario. Recreaba en mi mente cómo se acercó a mí una tarde después de la práctica de fútbol femenino, en el vestuario ya solo quedaba yo, como siempre esperaba a que se fueran todas para cambiarme: sentía vergüenza de mi corpulencia.

Me sobresalte al ver una sombra que no pude distinguir porque me quité las gafas para bañarme.

—Hola, ¿Hay alguien? Me quedé encerrado ¡Ayuda! —dijo con tono calmado.

Pasé saliva, sentí la garganta seca, apreté la toalla contra mi cuerpo y traté de regularizar mi respiración.

—Sí —grité desde la ducha, mi voz tembló así como mi cuerpo, no sabía que era él, no estaba familiarizada con su voz, yo era estudiante del primer año de economía y él estudiaba ingeniería e iba ya en segundo o tercer año.

—Hola, soy Bruno. Bruno Ducati ¿Puedes ayudarme? ¿Eres de las chicas del equipo de fútbol?

En mi garganta se acumulaban nudos que deshacía tragando sin cesar, me costaba articular palabras.

—Sí, soy Rachel .

—¡Rachel! Defensa, te he visto jugar, eres toda una pared, ninguna jugadora pasa por tu lado.

«La mole, así me dicen», pensé y sentí mi corazón arrugado, tenía dieciocho años y no era el halago que esperaba, sin embargo era el que recibía.

Mi aliento se cortó, era incapaz de moverme, los chicos no solían hablarme más que para burlarse de mí, decirme cosas hirientes o hablar de fútbol con interés genuino. Avancé fuera de la ducha y tomé mis gafas, me las puse con nerviosismo y lo vi a la entrada del vestidor con las manos en sus bolsillos y mirando a todos lados.

—¿Por qué te quedaste encerrado? —pregunté y relamí mis labios secos.

Giró todo su cuerpo en mi dirección, aunque seguía lejos para verme.

—Estaba leyendo mientras transcurría el partido y me quedé dormido en las gradas, me caí del otro lado, cerraron la cancha y ahora no sé cómo salir. Mi teléfono está sin batería.

—Ya te ayudo —grité desde la ducha, tomé la ropa que me iba a poner y me vestí de prisa, un mono deportivo azul y una franela blanca, un suéter azul talla grande, me puse medias y mis tenis blancos. Tomé mi bolso y como idiota miré mi reflejo en el espejo, no me gustaba verme, pero Bruno era un chico guapo, fue un impulso tonto.

Mi cabello rizado castaño claro y corto hasta los hombros estando húmedo me hacía ver como un chico regordete, pasé saliva y negué, no podía hacer nada con mi apariencia a esas alturas, era una chica grande, gorda, alta y de facciones toscas, una cinta en el cabello no lo iba a arreglar.

Salí a su encuentro, pasé saliva cuando me sonrió y alzó las cejas, era realmente encantador, delgado, alto y con un cuerpo definido, no era de los deportistas que se la pasaban haciendo ejercicios, pero tenía buen porte.

—Hola, Rachel, sácame de aquí, por favor, tengo que terminar un par de códigos antes de las seis de la tarde.

—Por aquí salgo cuando termina la práctica, tengo la llave —dije señalando la salida. Sentí vergüenza y me alejé, él era apenas un par de centímetros más alto que yo y definitivamente mucho más delgado.

El vigilante nos vio y nos saludó con una mano. Si no me hubiese encontrado allí no habría tenido cómo salir a menos que el vigilante hiciera una ronda nocturna por el otro lado y lo viera, me sentí importante.

Sonreí nerviosa y asentí mientras caminaba hacia la salida del vestidor, él me siguió en silencio, cuando estuvimos afuera, se giró a verme y me sonrió exponiendo toda su dentadura perfecta, recordé que su madre era odontólogo.

—¿Cómo te vas? Déjame darte un aventón.

—No hace falta, voy a tomar el autobús en la esquina.

—Hoy no, gracias por rescatarme, creí que me iba a tocar dormir aquí, tengo trabajo que hacer, los nervios me estaban consumiendo.

—Está bien —dije porque no quería ser descortés con él, era el primero chico que me hablaba que no era hiriente o indiferente hacia mí.

Me condujo hacia el estacionamiento, vi aparcado su auto que era un Porsche, su familia era acomodada, él era guapo e inteligente, prácticamente un genio, su vida estaba destinada a ser perfecta, abrió la puerta del copiloto y me subí, me abracé a mi bolso y miré alrededor antes de que él subiera, tomé un par de respiraciones y traté de calmar mis nervios, era un chico agradecido, no sería malo conmigo.

—Rachel, te prometo que haré barra por ti en los próximos partidos.

—¿Vienes a verlos siempre?




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