La asistente del Ceo

Capítulo 3: Mi historia 2

Después de nuestro primer encuentro no respondió más mis mensajes, no me llamó, no me buscó, pensé que yo le habría desagradado demasiado, que había hecho algo que no debía, pensé que había pasado algo malo con su emprendimiento, pasé todo ese fin de semana mirando el teléfono, con nuestro chat abierto, pero él ya no estaba en línea, no podía ver si se conectaba o no.

Lloré, lloré pensando que yo era demasiado fea para soportar y que él después de todo no lo había soportado, el lunes cuando llegué al campus todo se aclaró: él fingió no conocerme y siguió de largo cuando me vio, lo seguí, nada me importaba, me ignoró de tal manera que debí quedarme del lado de afuera de la biblioteca.

Ricardo Smith, el capitán de uno de los equipos de baloncesto se me acercó, abrí mucho los ojos, él se carcajeó en mi cara.

—Déjalo, ballenita. Nos mostró la foto de él contigo en la cama, desde su teléfono, es muy caballero, no dejó que la foto circulara y también nos mostró desde lejos fotos de tus grandes calzones manchados, pasó la prueba, desde el viernes Bruno Ducati es miembro de la mejor fraternidad de la universidad.

Las lágrimas recorrían mis mejillas porque entendía todo lo que me estaba diciendo, aunque no quisiera creerlo, mi garganta se trancó y mi cuerpo comenzó a temblar, sentí que me iba a desmayar, no me movía, aunque a mi alrededor ya la gente nos miraba con extrañeza: ¿por qué él me hablaría? Yo no era nadie.

—No sé de qué hablas —susurré y miré hacia dentro de la biblioteca, Bruno estaba inclinado sobre una mesa explicando algo mientras a su alrededor todos lo miraban atentos.

—Nos despreció desde que llegó, se creía mucho porque tenía dinero y las mejores calificaciones, pero olvidó que cuando pretendes ser un empresario, cuando tienes una idea: si no tienes a quien venderla, si no tienes conexiones, eso de nada sirve. Su penitencia para entrar a la fraternidad fue desvirgarte, porque había apuestas sobre que eras virgen, era lo que él debía probar, lo probó y ahora es un miembro de la fraternidad con acceso a los mismos contactos que el resto.

—Es mentira —murmuré con los ojos inundados de lágrimas.

—Agradece que quiso cuidarte, se negó a grabar, o a circular videos y a exponerte, quedó entre nosotros, yo me gané cinco mil quinientos dólares con la apuesta, sabía que nadie había tocado tu cuerpo de ballenita. También la apuesta incluía que eras lesbiana o un chico.

Salí corriendo de allí ante las miradas curiosas de algunas personas, no podía entrar a clases así, y él no me dejaría acercarme, tuve miedo y sentí asco, y lo mejor que se me ocurrió hacer fue irme a casa, lloré durante todo el camino, me encerré en mi habitación y cuando llegué dando una excusa a mi madre sobre una supuesta reacción alérgica.

Me pidió una foto cuando estábamos en la cama, yo avergonzada de mi físico no quise, él insistió con amabilidad, me pidió que me cubriera hasta el cuello con las sábanas y eso hice. Una sola foto, no me la compartió, me quedé dormida por unas horas, ¿quién sabe qué hizo mientras yo dormía? ¿Cuántas fotos habrá tomado?

Tomé el teléfono y seguí escribiéndole, le escribí todo lo que me dijo Ricardo, lo llamé sin descanso, me quedé helada cuando me respondió por fin.

—¡Bruno!

—Lo siento, lo siento mucho —dijo y colgó.

Cerré los ojos y me entregué a un llanto y a una depresión que me mantuvo en cama por semanas, mis padres me gritaban porque estaba perdiendo clases, las prácticas, mi empleo de medio tiempo que nos hacía falta, pero yo no podía levantarme de la cama, y no podía explicar lo que me pasaba, sentía tanta vergüenza.

Un día mi padre me dio un ultimátum, o regresaba a mi vida o me tendría que ir de la casa, con mi corazón deshecho y sin ánimo de vivir, me levanté de la cama, me duché y me vestí para ir a la universidad, solo pensaba en no cruzarlo a él o alguno de la fraternidad a la que pertenecía, chicos que eran bien conocidos por lo que se me haría fácil esquivarlos.

Algunos pasaban y al verme se reían, pero eso era normal, otros me llamaban necesitada y seguían su camino, yo no tenía fuerzas para discutir o pelear, desviaba la mirada y seguía. Renuncié por completo a las prácticas de fútbol, quería pasar el menor tiempo posible allí, el necesario nada más.

Curiosamente no lo vi más, tampoco es que antes lo viera mucho, de vez en cuando me acercaba a las canchas de fútbol a ver si lo veía en las gradas, pero no, pensé que me evitaba a toda costa, y era lógico. No tenía nadie con quien hablar, no tenía amistades, yo no le importaba a nadie, pero un día cambió todo.

Me hacía el chequeo de rutina para salir del equipo de fútbol cuando hice oficial mi retiro, era un examen que hacían todos para evitar demandas luego por cualquier lesión que surgiera y que no hubiese sido reportado o se inventara, la doctora me llamó a su consultorio, lo que no era común, pensé que me diría de nuevo que tenía sobrepeso y que debía cuidar mi azúcar en la sangre.

—Rachel, no sé si estás al tanto, o si te daré la noticia yo.

—Salí del equipo, yo renuncié —me adelanté a responder pensando que me hablaría sobre las vacantes cubiertas en el equipo, alzó la cara y negó.




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