La asistente del Ceo

Capítulo 6: El nuevo CEO

Me quedé paralizada frente a la puerta de la sala de conferencias, me quité el cubrebocas y solté una respiración profunda, mi corazón bombeaba con fuerzas, verlo tan de cerca me afectó como no pensé que lo haría; creí que se me saldrían los ojos de la cara cuando me preguntó si había estudiado en la universidad San Jorge. Me parecía imposible que me reconociera.

Corrí a mi puesto y bebí agua de forma frenética mientras miraba hacía esa puerta. Había estado trabajando intensamente con la intención de dejar preparado todo para esa reunión, además, de coordinar con seguridad para mantener a raya a la prensa que se apostó desde la noche anterior en los alrededores del edificio, estaba agotada.

Saqué una pequeña polvera de mi bolso y me miré en el espejo, me puse de nuevo el cubrebocas, examiné mi imagen en busca de similitudes con aquella muchacha obesa que era llamada: la mole en la universidad porque era prácticamente una pared, bajé los brazos y curvé hacia abajo mi boca al recordar lo que me gustaba el fútbol.

Me habría encantado jugar de forma profesional, lo practique toda mi vida, hasta que salí embarazada y salí huyendo, después fue imposible o no busqué formas de hacerlo, la vida me cambió tanto por esa noche, por ese mes que compartí con ese reptiliano de cuarta dimensión. Vampiro energético, y anticristo.

Apenas lo vi sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo por completo, mi piel se puso de gallina, dejé de respirar por microsegundos, no fue fácil volver a verlo tan de cerca. Físicamente se veía igual que siempre, igual que en la prensa y en la televisión e igual que cuando lo conocí, pero su actitud era diferente, parecía más frío y despectivo de lo que lo recordaba.

No olvido que fue un cobarde que me usó para sus viles planes, sin embargo, también recuerdo que era accesible, al menos fingía ser agradable y tenía conversaciones con todo el mundo, sonreía y hacía chistes, verlo tan serio y mirando a todos por encima del hombre me impresionó un poco.

También tuve que odiarlo porque parecía incluso más joven que antes, era mayor que yo unos años, pero se veía aun mejor de cómo se veía en sus años de universidad a pesar de usar traje, por lo que pensé que quizás esas teorías de internet donde decían que había encontrada la fuente de la eterna juventud eran reales.

Hugo se asomó desde la puerta.

—¿Llegó el reptiliano?

—Sí, están reunidos ahora mismo —dije y señalé la puerta.

—¿Por qué traes eso en la cara? ¿Estás enferma?

Recordé que llevaba puesto el cubrebocas y me lo quité enseguida.

—No, es que me arde la garganta, estuve ordenando los archivos del señor Brito —mentí. Él pasó de forma apresurada acercándose a mi con gestos exagerados.

—¿Es tan guapo como se ve en la televisión?

Me crucé de brazos y volví la cara, me fingí muy interesada en ordenar mis papeles ya ordenados sobre el escritorio.

—Es un ser horrible que nos va a dejar sin empleo ¿Cómo puedes estar pendiente de su físico?

—No soy ciego, ¿está papacito, verdad? Pero vino en traje, ha debido de venir en camisa como siempre anda como si fuera pobre, para que pudiéramos ver sus brazos fuertes.

—Pues anda vestido feo, ese traje le queda enorme y no le luce, se ve más pálido y gris.

—Ahora somos celebridades, amiga: a todos he contado que Bruno Ducati será mi jefe.

—Es un ser triste, sin personalidad ni carisma, no tiene gracia, de hecho estuve investigando en internet y muchos lo consideran siniestro. Imaginate eso: siniestro. Un ser oscuro.

—La gente es muy ignorante, dicen eso porque no saben lo que hace una persona tan brillante como él, le tienen miedo a los avances de la inteligencia artificial.

—Pues se rumora que quiere integrar la inteligencia artificial con robots que andan en las calles, operan máquinas en distintos tipos de industria, y creo que es peligroso, Ducati es un hombre peligroso y raro.

—Parece que lo odiaras.

Me incorporé y sonreí mientras negaba con un gesto para restarle importancia a mi actitud.

—No, no es eso, ¿por qué lo odiaría? es que el señor Brito ha hecho tanto por esta compañía, le faltaba poco para jubilarse.

—Ay, no ¿Hasta cuando se va a jubilar? Ya se había jubilado y volvió, que deje que la gente joven haga, construya, no, que pereza con ese señor.

—No puedo creer que hables así del señor Brito y alabes a los enemigos.

—Te recuerdo que esos a los que llamas enemigos son tus jefes ahora. Si quieres conservar este empleo, deja los sentimentalismos y sé una profesional, amiga —dijo en tono serio, se dio media vuelta y se fue.

Mi intercomunicador se puso en amarillo, tomé una bocanada de aire con los ojos cerrados y me volví a poner el cubrebocas, me levanté y avancé hacia la sala de juntas con las piernas temblando, abrí y traté de sacarlo a él de mi campo de visión, Hugo tenía razón en algo: quería conservar el empleo.




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