La asistente del Ceo

Capítulo 9: En las manos equivocadas

A las 4:00 en punto me levanté y caminé hacia su oficina. Me alise la falda y acomode mi cabello, tras un par de ejercicios de respiración durante los que mantuve los ojos cerrados, toqué a la puerta.

—¡Adelante! —dijo su asistente, debía de ser él pues la voz era aguda. Si iba a entrar al matadero debía hacerlo con la cabeza en alto, bastantes humillaciones recibí en mi vida y no estaba dispuesta a tolerar más, de nadie, nunca.

Abrí e hice contacto visual de inmediato con la persona más poderosa de la habitación, es decir: el reptiliano de sexta dimensión, sacudí mi cabello y abrí un poco las piernas demandando espacio en el lugar mientras me llevaba una mano a la cadera.

—Usted me dirá, señor.

Frunció el entrecejo y desvió la mirada hacia su asistente, este se apresuró a adelantándose unos pasos y se inclinó sobre él sonriendo.

—Le he pedido que venga porque hay huecos en su hoja de vida, pasé su información por nuestra lista de verificación de persona pública con información sensible y no la pasó.

Así fue como descubrí que ese chico era un mentiroso, no me citó mi nuevo jefe, fue él. Bruno asintió y regresó la vista a mi mientras lo hacía sin pestañear y en algún momento, sentí un ligero alivio porque aún no sabía quién era yo.

—Rachel —dijo alzando el mentón—. Las circunstancias me han obligado a tomarte como empleada, entonces lo que haremos es blindar esta relación profesional.

Señaló el asiento frente a él. El asistente se sentó junto a mí.

—Tienes que firmar el acuerdo de confidencialidad, el acuerdo de no divulgación, y este otro contrato, dónde tomamos algunas previsiones sobre tu relación laboral como por ejemplo que debes informar si pretendes tener otro bebé, o casarte, mudarte, y debes, además, ofrecernos información detallada de tu círculo de amistades y familiares, así como...

—Un momento, pero ¿Qué es esto? ¿Un contrato de venta de alma? —pregunté, aunque no hubiese querido, las palabras salieron de mi boca sin pensarlo mucho.

Bruno soltó un suspiro cansado y se inclinó hacia atrás. Me miró de una forma que me hizo revolverme en el asiento como si estuviera cansado de tenerme en su presencia, aunque no dejaba de mirarme.

«No puedo ponerme bruta, me va a botar». Me quedé congelada en esa silla mirándolo mientras intentaba una expresión relajada.

—¿Te lo vuelvo a explicar? No tienes que firmarlo ahora, puedes hacerlo mañana —dijo Bruno.

—¿Mañana? —pregunté, pues pensé que aún era muy pronto.

Golpeó el escritorio con ambas palmas.

—No es un tratado comercial, son unos simples contratos —dijo alzando la voz. Tragué grueso y pasé las manos por mis piernas repetidas veces.

—Entendido —respondí resignada.

—¿Es necesario hacer esto en mi presencia? —preguntó aburrido.

—Por el poco tiempo que he tenido para investigarla, lo prefiero, señor, sobre todo por lo del hueco en su historia de vida.

Aspiré aire y ya no supe cómo calmar la aceleración de mis pulsaciones.

—Andy, ¿Qué hueco hay en su hoja de vida? —preguntó levantándose de la silla y acercándose a la ventana mirando hacia la calle.

«¿Qué le pasó que se volvió tan amargado o siempre fue así?», pensé.

Volví a mirar al flacucho quien enseguida sonrió de medio lado.

—Tengo perdido casi un año de la vida de esta señorita entre el momento que se graduó del liceo y entró a la universidad —dijo el tal Andy quien al hablar mordía sus labios para tratar de ocultar una sonrisa.

Sentí un hormigueo recorrerme el cuello, la nuca y mis manos. Mis piernas se sintieron débiles. El tiempo se detenía con cada palabra que el rubiecito satánico pronunciaba.

—Tomé un año de descanso como muchos jóvenes.

—Pero es curioso porque encontré su nombre en la universidad San Jorge.

—Nunca estudié allí —mentí, por tercera vez en el día con lo mismo.

Dejé de respirar, se hizo más pesado el ambiente de una forma que no sabría cómo medir, me costaba pasar saliva o moverme, quería salir corriendo de allí, cerré los ojos y pensé que ni el buen sueldo y excelentes beneficios que recibía valían tanta tortura; y como sospeché, por fin Bruno se mostró más interesado, caminó con pasos lentos hacia mí, lo oí respirar de forma agitada, se detuvo a mi lado.

Andy tosió.

—La confundí con otra Rachel entonces ¿Cierto? —preguntó mirándome con suficiencia.

Afirmé con energía.

—¿Filiaciones políticas?

—Ninguna —respondí escondiendo un suspiro de alivio de contrabando.

—Esto puede terminarlo en otro lugar, otro día —dijo Bruno con fastidio.

Me levanté enseguida, Andy se levantó también.

—Recibirás asesoría legal para firmar esto, no puedes sacarlo de estas instalaciones, así que esto se queda aquí, continuemos afuera.




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