La asistente del Ceo

Capítulo 10: Decisiones

Desperté a Estela cuando estábamos llegando, el taxista estacionó frente a la casa y al darle el dinero le avisé que el día siguiente le explicaría como haríamos con la logística para el servicio. Tendría que hacer ajustes ya que el reptiliano no quería que me fuera antes que él y no parecía un tipo que saliera a tiempo de la oficina.

—Te dormiste, Estela.

—Sí, mami, estaba cansada ¿Puedo volver a las clases de ballet con las otras niñas?

Me detuve antes de entrar y me agaché para ponerme a su altura.

—Te prometo que pronto, quiero asegurarme de que vas a estar bien.

Sacudió su pelito hacia atrás y alzó el mentón con coquetería.

—Ellas son mis amigas, mami, no se burlan de mí.

—Pero es un tema médico también, Estela, y la profesora debe dedicar un poco más de tiempo a ti —le dije mientras pasaba mi mano por su flequillo, sus grandes ojos escaneaban los míos con serenidad, sentía un amor profundo por esa criatura que era demasiado inteligente para las tonterías que inventaba para hacerla fuerte, como yo no fui.

Arrugó la nariz y movió sus ojitos en dirección de la puerta de la casa. La abracé, la escuché soltar una carcajada. Cuando entramos, vi a mi tía Miriam en la sala leyendo un libro en su móvil.

—Preciosas, ya llegaron, vayan a lavarse las manos para que comamos, dejé todo listo para preparar unos emparedados —dijo entusiasmada.

—Tía, te dije que no tienes que cocinar, traje comida china, no quiero que estés cocinando como un servicio.

—Ay, tonta, me encanta experimentar con recetas que veo en internet, y yo amo consentirlas, la vida no me dio hijos, pero me dio una sobrina y una nietica —dijo mientras abrazaba a Estela a quien adoraba y mi hija la adoraba a ella.

Mi tia ya era mayor, así que cuando me fue mejor en el trabajo y ya estaba estable, me la llevé a vivir conmigo a la ciudad de nuevo, y dejamos un encargado en la floristería. Mis padres vivían cerca y entre los cuatro éramos la vida y soporte de Estela.

—¿Cómo les fue en la terapia hoy? —preguntó, sacamos los platos mientras Estela ordenaba los vasos en la mesa.

—Ah, bien tía, el doctor Gabriel es un amor.

Alzó las cejas y sonrió de medio lado, se apoyó en la nevera para carcajearse, agradecí que estuviéramos de espaldas a Estela.

—Y tan guapo.

—Tía, por favor.

—¿Qué dijo de la cirugía? —preguntó más seria.

—No, él evade el tema, dice que es muy pequeña.

—También lo creo, la terapia es suficiente así como sus zapaticos y plantillas.

Suspiré recordando lo que mi pequeña adoraba el ballet y de cómo su dismetría podría ser un problema.

—¿Y el trabajo? ¿Tu jefe es tan frío como dicen que es?

Rodé los ojos, puse un plato servido en cada puesto. Lo último que quería era nombrar a esa persona, pensar en él o recordar el pasado.

—Es peor, es un tipo raro. Por ahora creo que tengo el trabajo asegurado, no sé si mi estómago lo soporte mucho, lo hago por Estela, y por ti, lo mejor es el seguro, tiene una cobertura amplia y con las terapias de la niña de verdad que me siento satisfecha. No quiero perder eso.

—Mami, me duele mucho la pierna.

—Lo sé, amor, ¿quieres comer en la cama?

Asintió con suavidad, haciendo pucheros.

—Vamos, princesa preciosa de mami.

Mi hija sufría de dolores porque nació con una diferencia de más de dos centímetros entre sus piernas, lo que le causaba dolor, y limitaciones para que pudiera estar de pie por mucho tiempo o correr, incluso caminar largas distancias, y yo me desvivía para que tuviera una vida sana y completa. Incluso quiso bailar ballet y la inscribí, no quería privarla de nada en la vida.

Mi tia y yo terminamos comiendo con Estela en su habitación, ella puso música y reímos las tres felices hablando de cantantes y artistas. No se me iba de mi mente la imagen y el encuentro con Bruno Ducati, pero tenía que ser fuerte para soportarlo, al ver a mi hija y recordar lo que costaba el tratamiento, y las terapias, supe que debía aguantar por ella.

A mi hija no le faltaba nada, de eso me encargué yo, se me llenaba el cuerpo de rabia al recordar que el ambicioso de Bruno compró la empresa donde yo trabajaba y que al hacerlo me hizo de algún modo depender de él cuando nunca lo necesité: pude comprar carro, casa, teníamos tratamientos médicos, ropa, comida, no nos privabamos de nada, hasta buenas vacaciones nos dabamos y todo lo conseguí yo, me molestaba mucho que hubiese aparecido para manchar eso.

La floristería de mi tía representaba un buen ingreso extra, pero lo manteníamos como ahorro, era mi sueldo el que nos mantenía día a día.

Miré la carita hermosa de mi hija bella y reconocí que sus ojos eran como los de ese mal hombre, la forma como sonreía de medio lado y hasta como suspiraba. Se parecía a mí, pero tenía ese parecido a él que era innegable.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.