La asistente del Ceo

Capítulo 11: Tregua

Caminamos entre la gente mientras conversábamos sin vernos porque mirábamos a los lados con asombro, era una feria de libros al aire libre, y Rachel y yo parecíamos niños con algodones de azúcar. Era un día soleado a pesar de que había llovido y entre olor a hojas y tinta, el petricor resultaba. Ella no dejaba de sonreír.

—¿Habías venido? —pregunté.

Me miró con esos enormes ojos azules, negó con un solo gesto y apretó sus labios.

—No me gusta salir sola, y no tengo amigos.

Recordé que le sonreí e ignoré el vacío que sus palabras provocaron en mi estómago porque lo que le iba a hacer sería terrible, pero no tenía opción, ¿la tenía?

Cerré los ojos y me cubrí la cara por completo con mis manos apoyando los codos sobre el escritorio. Pensé que quizás debí averiguar dónde estaba ella y qué había sido de su vida, pero temía lo que pudiera encontrar, temía que la respuesta fuera que cometió una locura por mi culpa, que hubiese tomado una decisión muy drástica y que no estuviera bien.

«¿Debería ayudarla?», pensé. Recordé las palabras de mi guía espiritual: -sí ya pasó y lo confesaste y te arrepentiste, ya no pienses en eso-, y había sido así por un tiempo, pero cruzarme con la Rachel de la oficina activó todos esos recuerdos.

Rachel me parecía una chica guapa, fácilmente podría ser ella con la nariz más pequeña y sin el sobrepeso, por supuesto sin su arrolladora personalidad. Rachel era una mujer interesante.

Traté de recordar el nombre completo de la Rachel Maddox de la universidad, sin embargo mi cerebro era un enorme hueco, no podía recordarlos. Sabía que debía dejar de pensar en eso y concentrarme en el aquí y el ahora, estaba a punto de lograr cosas asombrosas, avances nunca vistos, cosas que no habría podido lograr sin los contactos y las inversiones que conseguí en la universidad después de lo que pasó.

Se abrió la puerta de forma abrupta, Rachel me miró abriendo los ojos de forma exagerada y batió sus pestañas repetidas veces, miró su reloj de pulsera y regresó la vista a mi.

—Buenos días, señor —saludó con tono amable y dulce, muy diferente a cómo me había saludado antes.

Me alegró saber que era de las que estaban muy temprano en el trabajo, faltaba media hora para que iniciara la jornada y ella ya estaba llegando.

—Hola, Rachel. Tenemos pendiente la conversación sobre tu horario.

—No se preocupe, señor, si tengo que quedarme hasta que se vaya, lo haré, ajustaré los horarios.

—¿Algún problema médico?

—Sí, nada grave.

—¿Me cuentas? Si vamos a trabajar de cerca es mejor que sepamos qué inconvenientes pueden surgir.

Sacudió la mano y agitó la cabeza, terminó de pasar hasta mi oficina, vestía un vestido blanco y rosado floral y una americana blanca, tacones a juego, y el cabello amarrado en una cola de caballo alta, su rostro era perfectamente simétrico, sus labios llenos estaban pintados de un sutil rosa. Su imagen era impecable.

—No es nada grave, mi hija tiene una dismetría y hacemos terapia, es todo.

—Oh, ya veo, tienes una hija.

—Sí, cojea un poco, eso le causa algunos problemas. Nada que no esté ya bajo control.

—Entiendo ¿Cómo lo solucionaste? Me refiero a lo del horario.

—Mi padre se ocupará cada tarde para que busquen a la niña en el colegio y la lleven a terapia, luego a casa, mientras no tenga mi auto, con mi auto puedo resolverlo sola.

—¿Y el padre de la niña?

Abrió mucho los ojos, bajó ligeramente la mirada, fui imprudente, pero eso era algo que debía saber, igual saldría en la investigación de Andy, no podía darme el lujo de trabajar con gente cuyo círculo de relaciones fuera un misterio.

Alzó la vista.

—Soy madre soltera, no existe el padre. Sé que es difícil de comprender, pero es así.

—Solo que hayas quedado embarazada por obra y gracia del espíritu santo sería difícil de comprender. Es común que los hombres abandonen a las mujeres una vez que se embarazan, desgraciadamente.

—Es así, señor. Veo que llegó muy temprano, ¿quiere que llegue antes?

Negué y bajé la mirada hasta mi celular donde veía una foto de Rachel. La única razón por la que llegué más temprano de lo que debería era porque ni siquiera pude dormir recordando el pasado.

—No hace falta.

—¿Quiere beber algo? ¿Café? ¿Té? ¿Quizás tomar el desayuno?

Sonreí ante su tono amable y servicial. Esa era la chica que se parecía más a la que la junta directiva anterior me describió.

—¿Harías eso por mí?

—Es mi trabajo, haré todo lo que tenga que hacer para servirle y que esté cómodo.

Me crucé de brazos y la miré atento, era una mujer muy curiosa: primero se había revelado en mi contra, asumí que por lealtad a sus antiguos patronos, después se mostró servicial y profesional. Supuse que era, además, una mujer con ambiciones.




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