Toqué a la puerta con discreción y al escuchar un: -¡Adelante!-, pasé, hice contacto visual con él, a pesar de que había más gente en la oficina, incluido Andy, a quien decidí ignorar por completo al menos que se dirigiera a mi.
—¡Rachel! —dijo Bruno —, voy a necesitar que completes un entrenamiento de Lagos, sobre cultura, aún no podemos revelar dónde será, dura una semana, hablarás con Andy para que arregle todo y te de las indicaciones.
«¿Una semana sin ver a mi hija? ¿Una semana sin estar con ella?», pensé, pero sonreí en su dirección.
—Claro, señor.
—Es un voto de confianza, solo personal muy cercano a mí es invitado a ese entrenamiento.
—Lo aprecio, señor, gracias.
Me miró de arriba abajo, permaneció en silencio, sentí un vacío en el estómago.
«Reptiliano de segunda», pensé mientras no dejaba de sonreírle. Regresé a mi puesto y atendí mi teléfono que no dejaba de sonar.
—Rachel, llegó el técnico del aire acondicionado, no puedo ir a buscar a Estela, al menos que no la lleve a terapia, así si me daría tiempo —dijo mi papá.
Resoplé incrédula.
—No puedo traerla aquí, no puedo buscarla.
—Le digo al técnico...
—No, papá, está bien, veré que hago, pediré permiso por una hora, llamaré un taxi.
—Disculpa, Rachel, me planificaré mejor, en adelante podré, pero es que ha hecho mucho calor y tu madre se descompensa, pero puedo ir por ella y traerla.
—No, es importante que vaya a terapia. Puedo pedir una hora en el trabajo.
—¿Paso por ti para prestarte el auto?
—Atiende al técnico, no te preocupes.
Desde que quedé embarazada decidí que no dependería de nadie nunca, por más que mis padres e incluso mi tía se desbocaron por ayudarme, yo conseguí salir adelante sola, así que estaba acostumbrada a resolver.
Volví a la oficina de Bruno, me hacía sentir mal tener que pedirle algo, era un sentimiento que me atormentaba, pero me recordaba que era mi jefe, que no tenía opción, tendría que hacerlo con cualquier jefe.
—¡Adelante!
Le sonreí.
—Señor, sé que quedamos en algo y estamos comenzando esta relación laboral, sin embargo de verdad necesito un permiso al medio día, un poco antes y regresaré una hora después —pregunté ignorando a todos los demás una vez más.
—¿Comerás fuera? —preguntó sin mirarme. Su abogado y Andy se volvieron para verme con expresiones de sorpresa.
—No, yo...
—Digo, por si vas a verte con alguien que trabajó aquí. Ese tipo de cosas debemos saberlas.
—Solo llevaré a mi hija a su terapia, sé que le dije que había organizado todo, de verdad es una emergencia —exclamé indignada.
—¡Oh! Lo siento, Rachel. Claro que puedes, puedes ir, no hay problema —dijo con tono nervioso.
El ambiente se sintió raro, fue incómodo conversar con él con todos mirándonos pendientes de cada palabra y cada gesto, regresé a mi puesto esperando que Andy no se pusiera pesado conmigo.
Si tan solo no se hubiese quedado mirándome de la forma en la que lo hizo, incluso Andy y el abogado se daban cuenta de que me miraba de más, y mi estómago reflejaba todo el temor de que me dijera: «¡Eres la mole! Eres tú». Escuché el sonido incesante de mis uñas contra el escritorio, y reaccioné, mis manos temblaban, Andy salió de la oficina de Bruno y se acercó con el mentón alzado.
—Madre soltera, esa es la diferencia entre tú y yo, no tengo esas limitaciones.
—¿Limitaciones? Las limitaciones las tienes en el cerebro.
Se echó atrás y me miró sorprendido. Cerré los ojos al darme cuenta de que caía en su provocación y no debí.
—¿Disculpa?
—Lo siento, soy madre y reaccioné, lo siento.
—Que no se repita lo de pedirle permiso directamente al señor Bruno, la próxima vez vienes conmigo primero. Necesito que te vayas ubicando, trabajar con él no es igual que trabajar con la gente a la que estás acostumbrada.
—Lo siento, no lo haré más.
—Todavía no decido qué hacer con la información que sé de ti y que no quisiste revelar.
Lo miré atenta sin atreverme a pestañear.
Se dio la vuelta y se perdió hacia la oficina que ocupaba, tenía varios jefes, porque el abogado también se ponía a darme órdenes. Me concentré en mis tareas pensando en que debía dejar de preocuparme porque Bruno me reconociera, pero necesitaba que Andy no le contara esas cosas de mí, así que no podía estar de malas con él.
Cuándo fue la hora de irme, tomé mi bolso y salí a toda prisa, hacia tiempo que Bruno y sus lamebotas habían salido de la oficina, al salir del ascensor en el lobby del edificio vi a Bruno y a su séquito, rodé los ojos y recé por hacerme invisible.
No me giré a verlos, me hice la desentendida, al llegar miré hacia la avenida a esperar el taxi de la aplicación que se estaba tardando más de lo habitual, de repente vi a Bruno cuando bajó la ventana de su Mercedes.