La asistente indomable del jefe

Capítulo 33

Oigo la desagradable verdad, y mi rostro se contrae. Así que mi padre me «vendió» a cambio de ayuda y, cuando llegó la hora de pagar, decidió «rescatarme», lanzándome a los apretados brazos de Podolskyi, que está sentado en el otro extremo del sofá. Nos separa Smoky, que yace en medio y duerme plácidamente, con una pata tapándole el hocico.

¿Qué pienso de todo esto? Siento un profundo resentimiento… Me han engañado, me han tomado el pelo…

Y por eso Pasha mostraba una insistencia tan irrefrenable. Yo era una tarea para él, una petición de mis padres… Hizo todo lo posible para que me enamorara de él, ¿y él qué? ¿Siente algo por mí?

—¿Y aceptaste así sin más? —pregunto.

—No tenía otra opción. Las promesas hay que cumplirlas, y además, me lo pidieron encarecidamente.

Aparto la cabeza. ¡Que se lo pidieron! ¡Para empezar, no deberían haber convertido a su hija en una mercancía y haberla prometido a cambio de algo!

—¿Eso significa que en el club ya sabías que era yo? ¿Grabaste a propósito ese estúpido vídeo? ¿Sí? —vuelvo a girarme hacia él. Apenas me contengo para no echarme a llorar.

—Yo no sabía que eras tú…

—¿Pero no dijiste tú mismo que ya me habías visto alguna vez? —lo interrumpo con dureza, tanto que hasta Smoky se despierta. La gata me mira, desconcertada.

—Eso fue hace muchos años, en el aniversario de Fedir. ¿Acaso crees que tengo tan buena memoria?

—Cómo voy a saberlo.

—De verdad que en el club no sabía que eras tú —insiste—. Fui al bar para relajarme y divertirme. Vi a una chica guapa bailando en la barra, me gustó… Hasta quise acostarme con ella… Y bueno, lo demás…

Me da la risa. Acostarse con ella. Vaya…

—¿Y para qué grabaste el vídeo entonces?

Se encoje de hombros. No sabe la respuesta, y a mí ahora me dan ganas de matarlo.

—¿Y el viaje a Copenhague fue para que Oleg no me encontrara? ¿Verdad?

—Sí —confiesa Pasha—. Apareció antes de tiempo. Me lo dijo tu padre aquel lunes…

—¿Por eso estabas tan enfadado aquel día? ¿A que sí?

—Sí. No sabía qué hacer… Además, tú me estabas sacando de quicio, y el tiempo apremiaba, así que te llevé a Dinamarca con la excusa de que había que renegociar unos contratos y mientras pensaba en cómo…

—Cómo seducirme —añado con acidez—. Y por desgracia para mí, lo conseguiste. ¡Y no solo eso!

En este punto no aguanto más. Las lágrimas empiezan a brotar y continúo hablando:

—Me sedujiste, hiciste que me enamorara y luego me pediste matrimonio. ¿No es muy difícil interpretar el papel de enamorado? Sentía que algo no iba bien… pero no podía entender el qué… Bueno, claro, el sexo fue maravilloso. En eso no voy a discutir, pero después, a veces sentía una cierta frialdad.

Me seco las lágrimas. Qué mal me siento. Esto me está destrozando por dentro.

—Natalia, no te niego que al principio me quedé en shock al saber que eras tú. No tenía ni idea de cómo encontrar un lenguaje común contigo ni nada por el estilo. Pero con el tiempo…

—¿Ahora me dirás que me quieres? —intento no sollozar.

—Te quiero —responde bruscamente, y al oírlo, me echo a reír. Me tapo la cara con las manos y me hundo en estas emociones tan desagradables.

—Y no miento —continúa, y se sienta a mi lado. Intenta abrazarme, pero me pongo de pie y me alejo tres pasos del sofá.

—Estoy diciendo la verdad —se levanta él también. Me mira con compasión, pero no le creo. Después de todo lo que he descubierto, es difícil no tomar las palabras de alguien por una mentira.

—Pavlo Petrovych, deje de interpretar este papel —digo, forzando una sonrisa.

—Natalia, para ya —se acerca a mí y me abraza. Me aprieta con sus brazos, pero me libero casi gritando:

—¡No me toques!

Me suelta a regañadientes, apretando los labios…

—Para —digo en voz baja—. No quiero verte.

—Pero yo…

—¿Me estás oyendo? —alzo la voz casi hasta gritar, y él se cohíbe. Es la primera vez que me oye y me ve así.

—Te oigo —responde, y yo me doy la vuelta y me voy. Me duele verlo.

—¿Adónde vas? —me sigue de inmediato.

—No es asunto tuyo —digo entre sollozos mientras me pongo las bailarinas—. Déjame en paz.

—No te voy a dejar ir a ninguna parte —dice cuando me enderezo.

—¿Y por qué?

—Porque ahora mismo no eres dueña de tus emociones —me mira directamente a los ojos—. Necesitas calmarte y escucharme hasta el final. ¡Natalia, de verdad te quiero y quiero que estemos juntos!

—¡Qué bonita canción! —me doy la vuelta y agarro el pomo de la puerta, pero Podolskyi me vuelve hacia él. Intenta besarme, pero recibe una bofetada, sonora y dolorosa.

Se detiene, pero no retira las manos de mi cintura y mis hombros. Solo me abraza con más fuerza. Hace una mueca de dolor, aguantando con hombría.



#108 en Novela romántica
#48 en Chick lit

En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 05.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.