Podolskyi
Está claro que a Natalia se la encontrará, pero yo no puedo perder el tiempo. Cuanto más tiempo pase sola, más tonterías se le meterán en la cabeza.
Tengo que hablar con ella y demostrarle que mis sentimientos son sinceros. De verdad quiero estar con ella y convertirla en mi esposa.
Me siento en el coche y cierro los ojos. ¿Dónde puede estar? Tengo una idea. Y por alguna razón, ese lugar me atrae como un imán.
Tardo una hora y media en llegar. Entro en Bila Tserkva cuando ya es completamente de noche, pero todavía hace calor. Este año, el final del verano está siendo muy intenso. Quiere achicharrar la tierra.
¿Y por qué he venido precisamente aquí? Tengo el presentimiento de que Natalia está aquí. ¿Adónde más podría haber ido? Además, la he estudiado un poco. Por eso descarto la versión de que pueda estar ahora mismo en Brovary o en Zhytomyr. La chica está en algún lugar cercano.
No me equivoco. Cuando aparco cerca del hotel, veo su coche. Sonrío. Aunque todavía es pronto para cantar victoria. Tengo que demostrarle a Natalia que todo entre nosotros es sincero.
Un minuto después, estoy en la recepción, donde está sentada la chica que ya conozco. Creo que es la misma que estaba la primera vez que vinimos.
—¡Buenas noches! —levanta la cabeza y me envuelve con una mirada amable—. ¿En qué puedo ayudarle?
Aquí me quedo en blanco. ¿Qué digo? ¿La verdad o una mentira? Elijo lo primero. Ya he tenido suficiente de mentiras.
—Quisiera saber si hoy se ha alojado en su hotel una chica llamada Natalia Kulyk.
—Lo siento, pero no proporcionamos información sobre nuestros huéspedes —responde educadamente sin borrar la sonrisa de su rostro.
—¿Y si le digo que es mi prometida, que se ha enfadado conmigo porque se ha enterado de algo desagradable, ha venido desde Kiev hasta aquí y ahora está llorando en silencio en su habitación?
La empleada se limita a parpadear.
—De acuerdo —agito la mano—. Entiendo que no puede decírmelo. Así que lo haré de otra manera: ¿tienen habitaciones libres?
—Sí.
—Pues quiero una para una noche.
La chica me dice cuáles hay disponibles. Cojo una de ellas y, un instante después, me da las llaves y me pregunta en voz baja:
—¿De verdad es usted su prometido?
—Sí —respondo.
Ella frunce los labios, mira de reojo hacia un lado y luego a la pantalla del ordenador.
—La habitación 345, pero yo no le he dicho nada —dice en un susurro casi inaudible.
—Usted no me ha dicho nada —respondo y me voy, repitiendo en mi cabeza: 345. Eso significa que es la tercera planta.
Estoy de pie frente a la puerta tras la cual debería estar Natalia. Intento ordenar mis pensamientos y, cuando parece que lo consigo, llamo a la puerta, que se abre unos segundos después.
Ahí está mi encantadora fugitiva. De pie, sorprendida, agitando sus largas y oscuras pestañas. También ha estado llorando. Esto último me hace sentir un poco mal.
—¿Me dejas pasar? —le pregunto.
—¿Acaso tengo otra opción? —se hace a un lado para dejarme pasar.
Entro y empiezo a maldecirme. Al menos podría haber traído flores… He venido a reconciliarme…
—¿Puedo sentarme?
—Sí —responde.
Me acomodo en la cama y ella se sienta a mi lado, pero a cierta distancia. Inclina la cabeza y entrelaza los dedos. La miro y quiero empezar la conversation, pero todas las palabras que había preparado se me escapan de la cabeza. Es casi la primera vez en mi vida que me quedo tan bloqueado.
—¿Y cómo me has encontrado? —pregunta en un susurro.
—Intuición —respondo.
—Ya veo… ¿Y para qué estás aquí? —gira la cabeza y me muestra de cerca sus ojos llorosos.
Bajo la mirada y ella vuelve a inclinar la cabeza. Mantengo un breve silencio y, después, digo:
—Natalia, he venido a reconciliarme contigo y a decirte que mis sentimientos por ti ahora son de verdad. Te quiero de verdad y deseo con todas mis fuerzas que estemos juntos.
Me acerco más a la chica. Quizá no debería hacerlo. Conociendo a Natalia, todavía podría ganarme una bofetada por esto, pero me arriesgo.
—¿De verdad? —no reacciona de ninguna manera a que esté a su lado.
—Sí —le toco las manos frías, que tiene entrelazadas—. Créeme. Por favor…
—¿Y cuándo dejaste de mentirme?
—Después de Copenhague —respondo—. Comprendí que eras más que una tarea, y cuando dijiste que me querías, entonces… Me cuesta explicarlo.
—¿Eso significa que tu confesión de amor de entonces fue una medio verdad? —me interrumpe y vuelve a examinarme con la mirada.
—Supongo —me encojo de hombros—. ¿Pero acaso importa eso ahora? Entiendo que todo empezó de una forma muy estúpida e incorrecta. Pero, ¿qué más da cómo fue todo, si tú me quieres y yo te quiero?