La Bestia en un cuento mal contado.

Capítulo 14: La Sombra del Rival

El hielo tintineó en el vaso cuando Bruno sirvió el whisky. El licor ambarino era su única compañía en la quietud de su penthouse, su verdadero santuario. Había regresado de la mansión de Livia hacía menos de una hora, pero la confrontación seguía vibrando bajo su piel.

Se dijo a sí mismo que había sido una jugada necesaria. Lógica. Ella tenía que entender los parámetros de su nueva existencia. Tenía que saber que no había rincones en su vida donde él no pudiera ver, que la libertad que creía tener era solo una ilusión que él le permitía. Era una cuestión de control. De orden.

Pero era una mentira, y lo sabía.

Cerró los ojos y la imagen que sus hombres le habían enviado apareció en su mente: Livia, una figura menuda y solitaria sentada en un banco de parque. Ese banco. El lugar donde había terminado su compromiso. La rabia, una emoción caliente y corrosiva, lo recorrió. No era una rabia fría y calculadora como la que sentía hacia Don Agustín. Era algo más primitivo, más personal.

"No son celos", se dijo a sí mismo, la voz de su conciencia sonando como una burla. "Es una cuestión de propiedad. Un activo no puede estar dañado por apegos a un acuerdo anterior". Intentó reducirlo a términos de negocios, el único lenguaje en el que se sentía completamente seguro. Livia de Alba era su adquisición más importante, y la sombra de Sebastián Beltrán era un defecto, una mancha en su trofeo que debía ser eliminada.

Para reafirmar su dominio, abrió su laptop sobre el escritorio de ébano. Con unos pocos clics, accedió a sus archivos encriptados y abrió el perfil que su equipo había compilado sobre Sebastián Beltrán. En la pantalla apareció el rostro de un hombre sonriente, de facciones amables y ojos cálidos. El tipo de belleza segura y sin complicaciones de quien nunca ha tenido que luchar por nada en su vida. Bruno sintió una oleada de desprecio.

Leyó el informe: familia respetada, carrera prometedora en la banca de inversión, una vida perfecta trazada desde la cuna. Todo lo que a él le habían negado. Una vieja herida, la del chico de dieciséis años juzgado y humillado, punzó en su interior. Con un movimiento brusco, abrió otro archivo, uno que detallaba la precaria situación financiera de las empresas Beltrán. Una sonrisa fría y carente de humor se dibujó en su rostro. "Una llamada mía", pensó, "y tu futuro perfecto se convierte en polvo". El pensamiento le devolvió una grata sensación de poder.

Justo en ese momento, su teléfono personal vibró a su lado. El nombre de Gala iluminó la pantalla.

«Pensando en nuestra copa. ¿Repetimos pronto, rey de Aeterna? 😉»

La tensión en sus hombros se aflojó un ápice. El recuerdo de Gala era un bálsamo. Sencillo. Limpio. La chica de su pasado, la única luz en esa época oscura. No había complicaciones con ella, solo la cálida nostalgia de lo que pudo haber sido. La comparó con la ira helada que Livia provocaba en él, y la elección era fácil. Gala era un refugio; Livia era un campo de batalla.

«Pronto, Gala. Te avisaré», respondió, permitiéndose una pequeña sonrisa.

Guardó el teléfono. La breve distracción había terminado. Sus pensamientos volvieron, inexorablemente, a Livia. Cerró el archivo de Sebastián Beltrán, pero la imagen del hombre sonriente seguía grabada en su mente.

Se dio cuenta de que su venganza estaba incompleta. No bastaba con poseer el imperio de Alba. No bastaba con tener a su princesa encerrada en una jaula dorada. Mientras la sombra de otro hombre siguiera ocupando un lugar en la mente de ella, la victoria no sería total.

Se levantó y caminó de nuevo hacia el ventanal, mirando las luces de la ciudad. Suya. Como la casa de allá abajo. Como la mujer dentro de ella.

Compré su futuro, pensó. Pero su pasado sigue siendo de él. Un error de cálculo que debo corregir.

Su rostro se endureció hasta convertirse en una máscara de granito. Su misión ahora era otra. Más oscura. Más íntima.

"Ella es mía", se juró a sí mismo en el silencio de la noche. "Su cuerpo, su nombre y hasta la última de sus memorias. Voy a arrancarle la sombra de Sebastián Beltrán de raíz".

La bestia ha mostrado sus verdaderos colmillos: la posesión total.




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