Al día siguiente, me despedí de mis hermanos con un abrazo ―a pesar de que Marshall forcejeó―, sentí que casi iba a llorar, es cierto que la idea de ser independiente se me hace bastante atractiva, sin embargo, eso no quita mi miedo a no poder encajar en este pueblo, o peor aún, que siga siendo acosada por Eldes.
Me entretuve ese día acomodando las repisas de mis libros, los dividí por las secciones que estoy acostumbrada a usar: romance, ciencia ficción, misterio, libros de asignaturas; a parte, tengo una estantería exclusiva solo para mis estudios de magia, desde el más básico hasta el más avanzado.
También ocupé mi mente en jugar un poco con Tedhore, quien a veces le encantaba abandonar su jaula para meterse en el bolsillo de mi camisa, a veces dormía mucho.
El día avanzó normal en lo que cabía, me ocupé mucho limpiando mi nuevo hogar que pensé en ir a saludar a los vecinos el día siguiente. Colgué un atrapasueños en la puerta trasera con plumas pintadas de rosa y amarillo neón, que podrán brillar en la oscuridad como mis ojos.
―¿Qué me falta? ―murmuré intentando pensar con claridad.
Tedhore no deja de acomodarse en mi bolsillo como si fuese su nido especial. Miré el invernadero desde la distancia, el sendero estaba lleno de hojas, no hay más remedio, tengo que barrer, con algo de energía, pude invocar un pequeño remolino de viento que atrae la escoba hacia mí.
―¿Te molesta que salga un poco contigo, Tedhore?
Si los hámsteres roncaran, Tedhore estaría roncando en este momento.
Intenté barrer de una manera para que mi hermosa mascota no se despertara, recogí todas las hojas que cubrían el terreno de laja y de repente se me ocurrió una idea: en poner arbustos con flores decorando alrededor del sendero; es una idea un poco alocada, ya que el único arbusto que puede aguantar cualquier temperatura, es las de bayas esmeralda, son costosas a comparación de un arbusto común, pero vale la pena gastar cada moneda.
Está venteando mucho, cuando desvié mi mirada al invernadero, veo algo dentro de él, como un árbol, me asustaría si no fuese porque el propietario anterior me advirtió que cada cierto tiempo aparece un árbol con frutas de cristal dentro del invernadero, me explicó que solo pasa cuando el dueño de la propiedad empieza a quedarse sin energía. «Parece que el árbol me reconoció como dueña».
No dudé en entrar al invernadero para agarrar algo de fruta de cristal, me sorprendió el tamaño del árbol, es enorme a comparación de los árboles fruta de cristal promedio, su tronco gris es tan grueso que sería una pesadilla para los taladores; por un momento, pensé que se me haría imposible bajar una de esas frutas, si no fuese porque una cayó al suelo y quedó intacta, me hizo cuestionar la dureza de su superficie.
―¿Qué…?
Agarré la fruta del suelo, la limpié un poco y no sentí que fuese dura, ¿cómo es que pudo quedar intacta ante semejante caída de aproximadamente diez metros o quince? Salí del invernadero para lavar la fruta antes de comerla. Cuando volteé a ver al invernadero, el árbol ya no se visualizaba, esto es una locura fascinante.
Suspiré y volví a retomar mi camino a la casa, empecé a sentir un dolor en mi tobillo, como si me estuviese quemando la piel a fuego lento. Me senté en los escalones de la entrada trasera para revisar mi tobillo que no deja de sentir esa quemazón, hice una mueca de dolor y fruncí el ceño al encontrarme con una extraña marca de una pluma negra en el tobillo, parece un tatuaje, ¿de dónde mierda habrá salido?
No sé qué sea, pero no soporto esta sensación de quemadura en mi piel, tengo la extraña sensación de que vi ese símbolo antes, intenté calmar mi respiración, cuando pude sentir que la sensación se aminoraba, me puse más tranquila.
Tedhore está más inquieto de lo normal, incluso chilla.
―¿Qué pasa, Tedhore?
Levanté la mirada y vi la figura de un hombre frente al invernadero, lo que hizo que mi corazón se acelerara del pánico, por alivio, no se trata de un Elde, pero me sigue dando una sensación extraña al mirarlo, él también me está mirando a mí, noté su piel pálida como la cal y sus ojos negros «oh, no, es un Kaián».
A pesar de que no tengo lindos recuerdos recientes de los Kaián por su obsesión de cazarnos, no veo que el hombre tenga algo encima con lo cual pueda hacerme daño.
―¿Hola? ―intenté saludar con cortesía―. ¿Vives por aquí?, un gusto, soy nueva en este lugar.
Pude ver con claridad cómo el hombre abre tanto los ojos, como si le pareciera una sorpresa ser saludado o algo así; miró detrás de él y a los lados, intenté seguir hablando con él, no quiero dar una mala impresión para un habitante de este pueblo:
―No sabía que hay personas de Kaián habitando por Fireflage.
Pareció volver a centrar su mirada en mí y por fin habló:
―¿Tú… puedes verme?
―¿Ah?
¿Qué clase de pregunta extraña es esa?, ¿es acaso una costumbre de por aquí o de Kaián el hacer una pregunta como esa a la hora de saludarse? Me levanté del escalón dejando la fruta a un lado y me acerqué a él, estoy tan acostumbrada a no tener vergüenza cuando hablo con hombres que mi madre me reprende, ella siempre me advertía de ser precavida a la hora de hablarle a un hombre, pero me era casi imposible hacer eso, estuve tan rodeada de hombres que se me hace normal saludarlos y conversar un poco con ellos.
Él pareció retroceder a dos pasos, agarro su mano y la estrecho para que el saludo fuese más formal, me sorprende lo fría que está, no creo que esté haciendo el frío suficiente para que su temperatura corporal sea tan baja.
―Mi nombre es Alana Hallowedroot, ¿y el suyo?
Viéndolo bien, aparenta la edad de Ajshalon, como unos veintitrés o algo así. El desconocido apartó su mano con urgencia y luego salió corriendo, lo que me dejó un poco atontada.
«Qué hombre tan extraño, ¿tendrá wiccaphobia o qué?», el miedo a las brujas es normal en las personas de Kaián, incluso los que viven en pueblos habitados por brujas y magos, no dejaban de experimentar ese temor, es muy común en niños de Kaián, pero ¿en un adulto?