La caída de Izan

Capítulo 4: Izan

Seco mis manos sobre mis pantalones gastados y llamo al timbre de la casa de Nora.

Venir hasta aquí es un riesgo a mi vida que da a pensar que tengo poco respeto por esta o tendencias suicidas, si es que antes no termino preso por acoso, sin embargo, quiero saber como está Nora, ya que me preocupé cuando fui a hablar con Drago y este me dijo que Nora no había ido a trabajar y pidió unos días. Claro no me dio detalles porque salió corriendo a una reunión con no sé quien, no seguí escuchando lo que decía.

Silver no me dio mucha información, solo que la hermana de Nora murió y dejó a la hija desamparada. Nora no hablaba hace años con la hermana y ni sabía que tenía una sobrina.

Escucho pasos del otro lado y Nora asoma. Vaya, parece como si se hubiera peleado con la almohada y el cepillo y ambos le ganaron.

—Lo único que me faltaba. No estoy de ánimos para lidiar contigo, Izan. Tengo un día malo.

Dicho eso, cierra la puerta en mi cara.

Bueno, esperé hostilidad, mas no a ese nivel.

Toco el timbre y me cuelgo de este como niño sin límites. La puerta vuelve a abrirse.

—Oye, solo quería saber como estás.

—¿Por qué te importa? Vete.

—Créeme que ni yo lo entiendo. Me pareció raro que no fueras a trabajar—le muestro la bolsa de papel—. Vengo en paz. Traje tu café favorito y el muffin de arándanos que tanto te gusta.

—¿Sabes cuál es mi café favorito?

—Sí, vainilla latte con caramelo. Presto atención a las cosas o personas que me interesan.

—Ese es otro nivel de acoso que me gustaría discutir en otro momento. Hoy no.

Y apenas termina de hablar se escucha un fuerte golpe. Ella maldice y se da vuelta, logro detener la puerta antes de que se cierre en mi cara, otra vez.

Entro en la casa como si fuera la mía propia, dejo la bolsa sobre la mesa de la entrada y busco el lugar de donde proviene el escándalo.

Linda casa. Es la casa donde vivía Silver, solo que más ordenada y organizada. Si viera mi departamento se muere de infarto. Organización no es mi fuerte.

Al final del pasillo llego a una habitación que parece de invitados y visualizo a Nora discutiendo con una niña en pijama de barbie. No necesito ser muy inteligente para saber que es la sobrina.

—Déjame en paz. —exclama la niña.

—No se me da la gana. Te guste o no estás a cargo mío y eso significa que debes obedecerme, así que deja los dramas, quítate el pijama y ponte ropa.

—Yo dije que no quiero—se cruza de brazos y mira con bronca a Nora—. No puedes obligarme.

—Y yo me creía caprichoso y rebelde de pequeño, esta niña me gana.

Nora me mira con los ojos abiertos.

—¿Cómo entraste, Izan?

—Utilicé mis poderes de hombre araña y entré por el techo—ella rueda los ojos—. Por la puerta que casi azotas en mi cara por segunda vez, logré que eso no pasara—sonrío y miro a la niña—. Yo que tú, niña, me saco ese pijama ridículo de barbie y me pongo algo de ropa.

Ella arruga el ceño.

—Yo que tú, barbudo, no me meto en asuntos de otros.

Miro a Nora, quien se encoge de hombros.

—Ese comentario fue amable. —informa.

—Pelea fuerte—comento riendo y pasando la mano por mi barba—. Si quieres insultarme, inventa algo mejor. Te diré algo, puedes quedarte ahí haciendo berrinche, odiando al mundo con ese horrible pijama o cambiarte e ir a desayunar waffles y batido de chocolate.

—Izan…

Agarro la mano de Nora y la arrastro fuera de la habitación.

—¡Tienes diez minutos para decidir o nos vamos sin ti! —grito.

—¿Qué haces? No puedes intentar apagar el capricho cumpliendo otro.

—Oye, esa niña perdió a sus padres, se tuvo que mudar con una tía que apenas conoce a un lugar completamente diferente y nuevo. Está triste y enojada.

—¿Crees que no lo sé? Y lo que descubrí, según dijo la vecina que la cuidaba, es que sus padres no estaban muy presentes en su vida. Me da mucha impotencia—suspira—. De regreso a Perth fue un dolor de parto.

—Nunca tuve un parto para saber, mas comprendo.

—Mejor ni te cuento.

—Bueno, con más razón debes ser comprensible.

—Ni siquiera sé que haré. Mi única experiencia con niños es con Liam y tú ya lo conoces.

—Demuéstrale que estás para ella proporcionándole un poco de espacio. Es lo que mamá hacía con mis hermanos y conmigo cuando nos enojábamos con ella o con papá.

Nora me mira de forma rara, bueno, rara para mí que suele mirarme como si quisiera tirarme por un acantilado.

—No te hacía tan maduro.

—Tengo mis momentos. No digas nada o arruinarás mi reputación. Oye, ¿me ves barbudo? —paso la mano por mi delicada barba de varios días.




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