La Chica De Ciudad Y El Vaquero

Capítulo 6: El enemigo

La tormenta amainó tan rápido como había llegado, dejando a su paso un mundo lavado, empapado y brillante bajo un sol que ahora parecía tímido. Dentro de la casa, el sonido de la lluvia golpeando el techo fue reemplazado por el goteo constante del agua desde los canalones.

Chloe, envuelta en una manta gruesa y con el cabello aún húmedo, temblaba frente a la chimenea donde Cade avivaba unas llamas chisporroteantes. El silencio entre ellos ya no era incómodo, sino cargado de una nueva comprensión y frágil como el vidrio.

Cade fue el primero en romperlo.

—No deberías haber salido corriendo ahí fuera —su voz áspera por el humo y la tensión.

Chloe apretó la manta alrededor de sus hombros.

—No iba a dejar que esos animales se ahogaran.

—No eran solo animales —masculló él, clavando la mirada en las llamas—. Son el futuro de este lugar. Cada uno representa una inversión, un voto de confianza en que esto puede seguir funcionando.

—Lo sé, por esa misma razón lo hice —aclaró Chloe. Y por primera vez, lo sabía de verdad. No era una partida en un libro de contabilidad. Era sangre, esfuerzo y vida.

El sonido de un motor que se acercaba, lento y potente, cortó el momento. Un vehículo todoterreno negro, impecable y con un aire agresivamente moderno, se detuvo frente a la casa, contrastando brutalmente con los vehículos polvorientos y desgastados.

La puerta se abrió y un hombre bajó. Vestía un traje de color caqui, demasiado elegante para el campo, y sus zapatos de cuero brillante se hundieron con disgusto en el barro. Llevaba una carpeta de cuero en la mano.

—¿Puedo ayudarle? —preguntó Cade, saliendo al porche con la postura rígida, instintivamente colocándose entre el recién llegado y Chloe, quien se apresuró antes que él.

—Jackson Pryce, vicepresidente de adquisiciones de Desert Core —dijo el hombre con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Su mirada escudriñó la casa, los establos, la tierra, con la avidez de un buitre, calculando el valor de una carroña—. Supongo que ya recibió nuestra oferta.

—La recibí —asintió Cade, con frialdad—. Mi respuesta no ha cambiado.

El hombre hizo un gesto de fastidio, como si estuviera tratando con un niño testarudo.

—Señor Walker, entienda. Nuestro proyecto en el Valle Escondido es de interés estatal. Traerá empleos, progreso. No somos el enemigo.

—¿Interés estatal o interés de sus accionistas? —intervino Chloe, avanzando para situarse a la altura de Cade. Su voz, clara y firme, sorprendió incluso a ella misma.

—La señorita Montgomery, supongo. ―Pryce la evaluó de arriba abajo, con una ceja ligeramente arqueada. ―He oído que es usted una mujer de negocios. Entonces entenderá que nuestra oferta es más que generosa. Es una oportunidad para salir de un… negocio en declive —explicó, con una mirada deliberada hacia los establos, donde el tejado mostraba claros signos de desgaste.

—El único declive que veo es el de su ética, señor Pryce —replicó Chloe, sin pestañear—. Acosar a la gente en su casa después de una tormenta no es precisamente una práctica de negocios ejemplar.

Por supuesto, el hombre había aprovechado el momento del desastre que dejo aquella tormenta. Una sombra de irritación cruzó el rostro pulcro del ejecutivo.

—No es acoso, es una última oportunidad de ser razonables. Porque si no aceptan vender voluntariamente, les garantizo que las cosas se van a poner… complicadas. Revisión de permisos de agua, disputas legales sobre límites… tenemos recursos para hacer la vida muy difícil a quienes se interpongan en el progreso.

La amenaza, sutil pero clara, flotó en el aire húmedo. Cade apretó los puños, quedando sus nudillos blancos.

—Mi familia ha estado aquí desde que Arizona era solo polvo —expresó, con una calma peligrosa—. No nos asustan sus abogados ni sus amenazas disimuladas.

—No es una amenaza, es una realidad —Pryce le tendió una tarjeta de negocios, que Cade no tomó, así que la dejó en el borde del barandal—. Piénsenlo. Es la oferta final.

El hombre giró sobre sus talones y subió a su vehículo, alejándose con la misma facilidad con la que había llegado, dejando una estela de silencio cargado.

Chloe observó cómo el todoterreno negro desaparecía en el camino. El miedo y frío, le recorrió la espina dorsal. Pero cuando volvió la mirada hacia Cade, vio que sus ojos ámbar verdosos no reflejaban miedo, sino una determinación feroz.

—No voy a vender mi parte —declaró Cade, su voz un susurro ronco—. Ni una pulgada.

—Yo tampoco —respondió Chloe.

Sus miradas se encontraron, y en ese instante, toda la animosidad, el resentimiento y el dolor del pasado palidecieron frente a la evidencia de un enemigo común. Ya no eran Chloe contra Cade. Eran el Rancho Cielo Azul contra Desert Core.

—Esa discrepancia en los límites que mencionaste —dijo Cade, rompiendo el silencio—. Necesitamos resolverla. Ahora.

Ella asintió, sintiendo una oleada de determinación al igual.

—Y necesitamos hablar con los otros dueños de los demás ranchos. Con los Grant, con los Blackwood. Si Desert Core quiere el valle, tendrá que pasar por encima de todos nosotros.

Era una alianza forzada, nacida de la necesidad y la supervivencia. Y si hacia falta, ambos iban a luchar con las uñas y dientes por proteger su rancho del enemigo.




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