El fantasma de la visita de Jackson Pryce se instaló en el Rancho Cielo Azul, un intruso silencioso que envenenaba el aire. La discusión sobre los granos, los límites de la propiedad, incluso el roce accidental de sus manos, todo palideció ante la amenaza clara y presente que Desert Core representaba. La tormenta había pasado, pero una más grande se cernía sobre ellos.
Fue Cade quien rompió el hielo a la mañana siguiente. Encontró a Chloe en la oficina, ya frente a su laptop, con documentos legales descargados y la pantalla llena de pestañas de investigación sobre leyes de propiedad de agua y derechos mineros en Arizona.
—No podemos seguir así —expresó desde el umbral, su voz menos áspera de lo habitual.
Chloe alzó la vista, sorprendida. Él estaba allí, con su sombrero en las manos, retorciendo el ala con un nerviosismo que no le había visto antes.
—¿A qué te refieres?
—A esto. A nosotros. A estar en guerra en nuestro propio espacio mientras un depredador espera para devorarnos a los dos —explicó, dando un paso al interior de la habitación. Su mirada se posó en la pantalla—. Tú… entiendes todo esto. Los papeles, las leyes, las palabras que enredan.
—Es lo que hago —asintió Chloe con cautela—. Construyo y protejo cosas. Solo que normalmente son edificios, no… legados.
Cade asintió, una aceptación sombría en sus ojos.
—Yo no entiendo de eso. Yo entiendo de esta tierra. Sé por dónde fluye el agua realmente, no lo que dice un mapa. Sé quién en este valle mantiene su palabra y quién vendería a su propia hermana por un dólar. Sé cómo se defiende un territorio, no en un juzgado, sino en el campo.
Se acercó al escritorio, colocando sus manos grandes y callosas sobre la madera, enfrentándose a ella no como un adversario, sino como un general evaluando a un aliado potencial.
—Ellos tienen dinero y abogados. Nosotros tenemos esto —dijo, y su gesto abarcó no solo la habitación, sino todo el rancho que se extendía más allá de la ventana—. Pero no es suficiente si estamos divididos.
Chloe contuvo el aliento. Era lo más cerca que había estado de una oferta de paz en diez años.
—¿Qué estás proponiendo?
—Una tregua —declaró, clavándole la mirada—. Una alianza. Tú usas tus armas —señaló la laptop— y yo usaré las mías. Juntos. Para salvar el rancho.
El corazón de Chloe latió con fuerza. Era lógico. Era sensato. Y era tan peligroso como tentador. Significaba pasar días, tal vez semanas, trabajando codo con codo con el hombre que le había roto el corazón. Significaba confiar en él.
—¿Y después? —preguntó, su voz apenas un susurro—. ¿Cuándo esto termine?
Quería a averiguar que más iba a pasar entre ellos, cuando todo estuviera solucionado. La pregunta flotó en el aire como el polvo en un rayo de sol. Cade la sostuvo por un largo momento.
—Después… ya veremos. Pero el rancho seguirá en pie. Eso es lo único que importa ahora, ¿no?
Era una evasiva, pero era honesta. Chloe asintió lentamente.
—De acuerdo. Tregua.
Extendió su mano sobre el escritorio, un gesto formal y profesional. Cade miró su mano, luego su rostro. Por un instante, algo indescifrable cruzó sus ojos. Luego, su mano envolvió la de ella. No fue el roce eléctrico del día anterior, sino algo más sólido, más firme. Un pacto. Su piel áspera y caliente contra la suya, más suave y fría. Una unión de dos mundos opuestos.
—Lo primero —continuó Chloe, retirando la mano y volviendo a la pantalla, intentando ignorar el calor que persistía en su piel—, es que necesito entender todos los recursos del rancho. No solo los financieros. Los reales. Derechos de agua, servidumbres, permisos de pastoreo.
Cade asintió, serio.
—Te los muestro. Hoy.
La "oficina" de Cade, resultó ser, el propio rancho. Pasaron horas recorriéndolo en su camioneta. Él conducía con una mano, señalando con la otra. Le mostró el pozo principal, escondido entre unos mezquites, y explicó los intrincados derechos de agua que regían el valle, una red de acuerdos verbales y documentos antiguos que Chloe anotó frenéticamente en su tableta.
—Los Henderson —dijo él, señalando hacia unas colinas al este—, tienen el pozo más profundo. Si Desert Core se acerca a ellos, estaríamos perdidos. Son… pragmáticos.
—¿Y los Grant? —preguntó Chloe, recordando la discusión sobre el alimento del ganado.
—Logan Grant es un hombre de palabra —afirmó Cade con convicción—. Pero está ahogándose en deudas. Su rancho, Mesa Roja, es clave. Si cae, como una ficha de dominó, los demás caeremos después.
Era una perspectiva aterradora. Chloe veía el valle ahora no como un paisaje, sino como un tablero de ajedrez, y Desert Core estaba moviendo sus piezas.
Al atardecer, estaban en el punto más alto de la propiedad, el mismo mirador donde el mapa se había dirigido volado. El valle se extendía a sus pies, bañado en tonos dorados y púrpuras.
—Es hermoso —murmuró Chloe, sin poder evitarlo.
—Sí —asintió Cade, y su voz sonó diferente, más suave—. Lo es.
Ella se volvió hacia él. El sol poniente iluminaba su perfil, suavizando sus facciones duras.
—¿Por qué te quedaste, Cade? Después de que yo me fui. Podrías haber vendido y empezado de nuevo en cualquier parte.
Él no la miró, mantuvo la vista fija en el horizonte.
—Porque esto para mí no es solo es un lugar —dijo, con una simpleza que conmovió a Chloe hasta las lágrimas—. Es mi hogar. Y cuando todo lo demás se va, uno se aferra a su hogar, incluso si duele.
Sus palabras eran un eco de su propio sentimiento de vacío en Nueva York. Ella había construido una vida, pero no un hogar. Y él se había aferrado a un hogar, aunque le costara tener una vida.
—Mañana —comentó Chloe, rompiendo el hechizo del momento—, iré a la ciudad a recoger los informes de catastro oficiales. Y luego, necesitamos una reunión con los otros dueños de los rancheros.
Cade asintió, finalmente volviendo su mirada hacia ella.