La Chica De Ciudad Y El Vaquero

Capítulo 9: El Llamado del Corazón

La mañana de la reunión, Chloe se despertó con los primeros rayos del sol filtrándose por su ventana. Bajó a la cocina en busca de café, aún con la mente nublada por el sueño.

Esperaba encontrarla vacía, como todas las mañanas, con Cade ya horas sumergido en sus labores. Pero esta vez, un aroma delicioso la envolvió desde que salió de su habitación: huevos revueltos, tocino crujiente y algo más, algo dulce y familiar que no identificó de inmediato.

Al entrar en la cocina, se detuvo en seco mientras el aire se le atoró en la garganta.

Cade estaba de espaldas a ella, frente a la estufa, y no llevaba camisa. Su espalda, ancha y musculosa, estaba marcada por las cicatrices tenues de una vida de trabajo duro bajo el sol. Su torso, bronceado y bien trabajado, brillaba con una fina capa de sudor mezclada con las salpicaduras de su reciente ducha. El agua había oscurecido su cabello castaño, peinado hacia atrás con los dedos, todavía húmedo en las puntas.

Cada movimiento de sus hombros y brazos, mientras manejaba el sartén con destreza, dibujaba un mapa de músculos trabajados bajo la piel. La respiración de Chloe se entrecortó.

"Por Dios, era un espécimen perfecto".

Él debió de sentir su presencia, porque se volvió. Sus ojos ámbar, del color de un whisky fino bajo la luz de la cocina, la miraron directamente. No había somnolencia en ellos, solo una intensidad serena que le aceleró el pulso.

—Buenos días —dijo él, su voz un poco ronca—. Tomé la libertad de prepararte el desayuno. Ocuparás muchas energías para esa reunión.

Chloe, todavía estaba recuperándose del impacto de encontrarlo así, solo consiguió asentir. Notó entonces la bandeja con gofres dorados sobre la mesa, el gesto inesperado que rompía todas sus dinámicas de desayunos solitarios.

—No sabía que cocinabas —comentó, acercándose para servirse café, consciente de su proximidad, del calor que emanaba de su cuerpo recién lavado.

—Hay muchas cosas que no sabes de mí —respondió él, volviéndose hacia la estufa, y Chloe no pudo evitar que su mirada descendiera, recorriendo la línea definida de su espalda baja hasta donde los vaqueros viejos se ajustaban a sus caderas.

Un rubor le subió por el cuello. Él era una ofensa a la razón, una tentación hecha carne.

Se volvió hacia la mesa y tomó asiento, evitando poner otra vez su mirada sobre ese perfecto hombre. Cuando él se acercó a colocar un plato bien generosamente servido enfrente de ella, fue consciente de su cercanía y esa atención que estaba recibiendo.

—Disculpa —murmuró Cade, y salió de la cocina.

Regresó minutos después con una camisa de franela verde oscura puesta, abierta sobre una camiseta gris. Pero en lugar de sentarse, tomó un gofre del montón, se llenó una taza de café y se apoyó en el mostrador, observándola mientras ella comía.

—¿No vas a desayunar? —preguntó Chloe, sintiendo el peso de su mirada.

—Con esto me basta —respondió él, levantando ligeramente el gofre—. Además, esto era para ti.

Chloe sintió un calor que no tenía que ver con la comida recorrer su pecho. Bajó la mirada hacia su plato, pero podía sentir sus ojos ámbar en ella, estudiando cada uno de sus movimientos. Cada vez que alzaba la vista, encontraba la suya, intensa y persistente. El aire en la cocina se cargó de una tensión dulce y peligrosa, tejida con miradas sostenidas y sonrisas casi imperceptibles.

Cuando terminó, Cade se acercó inmediatamente.

—Yo limpio —dijo, tomando su plato antes de que ella pudiera protestar.

Sus dedos rozaron los suyos, y esa chispa familiar, esa electricidad que siempre parecía latente entre ellos, volvió a encenderse. Chloe retiró la mano como si la hubiera quemado, pero no pudo evitar notar cómo la mirada de Cade se oscureció por un instante, como si también él hubiera sentido la descarga.

Él se volvió hacia el fregadero, y Chloe aprovechó para escapar al porche, necesitando aire para aclarar sus pensamientos. Desde allí, lo observó mientras él salía minutos después, dirigiéndose al corral

Chloe lo observó desde la puerta, reclinada en el marco, lleva todavia su taza con cafe en sus manos. Lo vio ensillar a Apache, uno de los caballos, con esa eficiencia que lo caracterizaba, cada gesto preciso, cada nudo seguro. El sol de la mañana doraba su perfil. De pronto, Cade montó el caballo con familiaridad, tomando las riendas con una mano. Entonces se volvió, y sus ojos encontraron los de ella.

—¿Hace cuánto que no montas? —preguntó.

—Demasiado. —Chloe bajó la mirada hacia su taza. —Ya debo de haber olvidado cómo se hace.

Sin mediar palabra, Cade extendió su mano hacia ella. Una invitación silenciosa.

El corazón de Chloe galopó. Dudó un instante, pero luego dejó la taza en una mesita del patio y caminó hacia él. Al llegar, estiro su brazo y deslizó su palma sobre la de él, áspera y caliente.

En un movimiento fluido y poderoso, Cade se inclinó, cerró su mano alrededor de la de ella y la rodeó con su otro brazo por la cintura, elevándola del suelo. Por un instante eterno, sus rostros estuvieron separados por un suspiro. El aliento de él le acarició los labios. Chloe podía contar cada pestaña que rodeaba esos ojos ámbar que la miraban con una profundidad que le hizo olvidar cómo respirar.

Él fue el primero en romper el hechizo, colocándola con suavidad delante de él en la silla. Su espalda quedó pegada a su pecho sólido, y Chloe sintió el latido de ambos fundirse.

Cade tomó las riendas, rodeándola con sus brazos, y se inclinó hacia su oído.

—Iremos montando hasta el salón —susurró, su voz un rumor íntimo que solo ella pudo escuchar.

—Cade, yo... —comenzó a protestar, pero Apache ya se movía.

El caballo partió al trote, y Chloe sintió cada movimiento amplificado por el contacto con el cuerpo de Cade. Su brazo derecho se tensaba alrededor de su cintura para mantener el equilibrio, su pecho contra su espalda transmitiendo calor a través de las capas de ropa. El viento le azotaba el rostro, pero lo único que podía sentir era a él—su fuerza, su proximidad, la manera en que su respiración rozaba su cuello.




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