El traqueteo rítmico de los cascos de Apache sobre el camino de tierra era el único sonido que acompañaba el latido acelerado del corazón de Chloe. Cada movimiento del caballo la mecía contra el pecho de Cade, una proximidad que ya no sentía como una invasión, sino como un refugio. El calor de su cuerpo la envolvía, y el brazo que mantenía firme alrededor de su cintura era a la vez una ancla, como si la protegiera de cualquier daño que pudiera hacerse.
Ninguno de los dos habló durante el trayecto. No hacía falta. La tensión sexual que crepitaba en el aire era un lenguaje en sí mismo, tan elocuente como cualquier confesión.
Al llegar a las afueras del salón comunal, Cade desmontó con su agilidad y, antes de que Chloe pudiera siquiera pensar en cómo bajar, alzó los brazos hacia ella. Ella se deslizó entre ellos, y por un brevísimo instante, sus cuerpos estuvieron pegados de nuevo. Chloe contuvo el aliento, mirándolo fijamente. Los ojos ámbar de Cade ardían con una intensidad que le secó la boca.
—¿Lista para enfrentar al enemigo? —preguntó él, su voz un susurro ronco, y Chloe no supo si se refería a Desert Core o a lo que estaba surgiendo entre ellos.
Dentro del salón, el ambiente era tenso. Los rancheros, hombres y algunas mujeres, de rostros curtidos por el sol y las dificultades, guardaron silencio cuando Cade y Chloe entraron juntos. No pasó desapercibida la manera en que él colocó una mano sutil en su espalda baja para guiarla hacia el frente, un gesto de posesión y protección que hizo que varias cejas se alzaran.
Chloe, con las mejillas aún sonrojadas por el viaje y la proximidad de Cade, comenzó a hablar. Expuso los hallazgos sobre Desert Core, su historial de contaminar fuentes de agua y sus tácticas intimidatorias. Pero esta vez, no lo hizo solo con la fría lógica de una arquitecta, sino con el fuego de alguien que había llegado a importarle profundamente la tierra que defendía.
—No se trata solo de propiedades —dijo, su voz clara resonando en el salón silencioso—. Se trata de nuestro hogar. Del legado que dejaremos a nuestros hijos. Desert Core no ve eso. Solo ven números. Pero nosotros... nosotros sabemos el valor de lo que tenemos.
Cuando terminó, fue Cade quien tomó la palabra. Se plantó firme junto a ella, su presencia una fortaleza a su lado.
—Chloe tiene razón —dijo, su voz grave cargada de una autoridad que todos en la sala reconocían—. Podemos sentarnos a esperar a que vengan por nosotros uno a uno, o podemos unirnos. —Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran. Su mirada se encontró con la de Logan Grant, quien, tras un momento de duda, asintió lentamente—. Formemos una asociación. Una sola voz. Un solo frente.
La propuesta, que semanas atrás habría sido recibida con escepticismo, ahora encontró terreno fértil. La determinación de Chloe y el respaldo inquebrantable de Cade resultaron ser la combinación perfecta. Uno a uno, los rancheros comenzaron a asentir, a murmurar su acuerdo. No fue una victoria absoluta—aún quedaban batallas legales por librar—pero era un comienzo. Un frente unido.
Al final de la reunión, mientras los rancheros se agrupaban para hablar, Martha Green se acercó a Chloe.
—Has hecho lo que nadie pudo en años —dijo la mujer, con una sonrisa franca—. Lograr que ese terco de Cade Walker confíe en alguien lo suficiente como para compartir el liderazgo. Y conseguir que este grupo de testarudos rebeldes miren en la misma dirección.
Chloe sonrió, buscando a Cade con la mirada. Lo encontró al otro lado de la sala, hablando con un pequeño grupo, pero sus ojos ámbar ya estaban puestos en ella. La intensidad de su mirada le provocó un vuelco en el estómago.
El viaje de regreso fue diferente. La atmósfera entre ellos había cambiado. La tensión sexual seguía allí, palpable, pero ahora se mezclaba con una complicidad nueva, forjada en el éxito de la reunión. Cade no la sostuvo tan cerca como antes, pero cada roce casual, cada mirada furtiva, decía más que cualquier palabra.
Al llegar al rancho, Cade desmontó y la ayudó a bajar, sus manos firmes en su cintura. Esta vez, no se apresuró en soltarla.
—Lo logramos —murmuró Chloe, mirándolo a los ojos, sintiendo que hablaba de algo más que de la reunión.
—Solo el principio —respondió él, su mirada bajando a sus labios por una fracción de segundo que hizo que el corazón de Chloe se acelerara—. Pero fue un buen principio.
Entró a la casa, dejándola en el porche con el latido de su corazón resonando en sus oídos y el fantasma de sus manos en su cintura. La batalla contra Desert Core continuaba, pero en ese momento, Chloe solo podía pensar en la batalla que libraba dentro de sí misma, una batalla entre el miedo de cometer otra vez un error y terminar ambos heridos de nuevo, y el deseo abrumador de rendirse al hombre en el que, contra toda razón, estaba volviendo a confiar. A querer.
Porque la última vez que se había rendido a lo que sentía por Cade Walker, ella fue quien huyó. Y aunque ambos habían tenido culpa en lo que salió mal, fue ella quien tomó la decisión final de abandonarlo. La cicatriz de esa herida, propia y ajena, aún era demasiado fresca para ignorar el riesgo de que, esta vez, el daño fuera definitivo para los dos.