CAMILA
¿Qué serían capaces de hacer si reciben una llamada de su mejor amiga de toda la vida a mitad de una reunión familiar diciendo que su novio le fue infiel y que no tiene a dónde ir? Yo, en lo que a mí respecta, no puedo soportar la noticia, comienzo a maldecir al idiota de Austin en todos los idiomas habidos y por haber, ¿cómo pudo ese idiota engañar a Melanie? ¡Siete años juntos, carajo! Siete años tirados a la mierda.
—¿En dónde estás ahora?
—No sé… No sé a dónde ir —murmura con la voz rota desde el otro lado de la línea—. Estoy a dos cuadras de la casa… Hice mis maletas y me fui, pero… no sé a dónde voy.
¡Austin es un imbécil! Y se merece una de mis famosas patadas a la entrepierna. Ojalá no se cruce conmigo, porque soy capaz de dejarlo sin descendencia.
—Mel, debes tranquilizarte.
Quiero matar a ese hijo de puta, hacer que sufra y enviarlo al infierno, que es lo que se merece por dañar a Mel, ¿cómo pudo hacer algo como esto? ¡Hace unos días le juraba amor eterno, por Dios! ¿Y ahora resulta que le fue infiel? De verdad quiero matarlo.
Okay, también necesito tranquilizarme.
Mi prioridad ahora es Melanie, no Austin.
—Ve a mi departamento —indico— y espérame ahí. En este mismo momento salgo para allá.
—Pero…
—Sin peros, Mel. Tú solo espérame, pobre de ti si llego y no te encuentro —advierto.
—Está bien.
Me despido de mi mejor amiga y subo las escaleras con una velocidad propia de atletas profesionales, voy hacia mi cuarto y tomo la mochila que traje, meto dentro las pocas pertenencias que alcancé a sacar y suspiro con cierto alivio. Vine a pasar el fin de semana con mi familia, pero esto es importante, no puedo dejar a Melanie en la calle en esas condiciones. Ella me necesita.
—¿Qué haces? —inquiere una voz a mis espaldas.
—Me voy. Surgió algo que debo resolver en casa.
Termino de acomodar todo y me giro hacia la puerta, allí me encuentro con los ojos color café de una de mis hermanas menores.
—¿Y es tan urgente como para que te vayas así?
—Tiene que ver con Mel, me necesita justo ahora. No puedo dejarla sola.
Isabella hace hacia atrás su larga cabellera castaña y deja escapar un suspiro, sabe bien que Melanie y yo somos mejores amigas desde la primaria.
Mel vivía en esta ciudad hace muchos años, estuvo aquí hasta los quince, fue entonces cuando sus padres decidieron mudarse a la capital, pero nuestra amistad no acabó. Mantuvimos el contacto hasta que me gradué de la escuela secundaria y me fui a estudiar en la misma ciudad que ella, ciudad en la que resido actualmente.
Una ciudad a cinco horas de aquí.
Mierda, debo apresurarme si quiero llegar antes de que anochezca. Pasa de la una de la tarde, si salgo cuando antes sé que estaré en la ciudad a las seis o siete, como mucho.
—Está bien, pero al menos despídete —dice—. No todos los días vienes a visitarnos, Cami, tenlo en cuenta.
Y se va dejándome con un nudo de culpa, aunque no pienso cambiar de opinión. Tomo la mochila y me la acomodo sobre los hombros antes de salir. Voy vestida con una chaqueta de cuero negra, unos jeans del mismo color y zapatillas deportivas… que también son negras.
Que no se note mi preferencia por los colores oscuros.
—¿Y esa mochila, Cami? ¿A dónde vas?
Detengo mis pasos a mitad de las escaleras y giro el torso, mi hermano mayor viene bajando por detrás de mí.
—Tengo que irme, Joel.
—¿Sucedió algo malo? Estás pálida.
La preocupación se refleja en esos preciosos ojos azules que posee, los cuales heredó de la abuela Trinidad, y su cabello es de color castaño, como el mío. Si no fuese por los ojos, la gente no se cuestionaría si somos hermanos de sangre o no.
—El novio de Mel… No, su exnovio. ¡El imbécil la engañó!
—¿Qué? —Arruga el ceño—. No me jodas, es un hijo de puta.
—Eso mismo opino yo —bufo—. Pero ese no es el caso, debo irme porque Melanie se fue de su casa y me necesita.
—Entonces ve cuanto antes, Cami.
—Gracias.
Joel, a diferencia de Isabella, lo entiende de verdad. Él conoce a Mel desde que ella y yo nos hicimos amigas. Crecimos todos juntos, él siempre fue como un hermano mayor para las dos, nos cuidaba mucho cuando éramos pequeñas pese a que solo tenga tres años más que nosotras. Siempre fue una figura de protección para Mel y para mí.
Terminamos de bajar las escaleras y llegamos a la sala, donde se encuentra el resto de mi familia: papá, mamá e Isabel juegan a las cartas, Isabella se limita a observar el juego, en su expresión distingo algo de desánimo… Mierda, detesto que mi partida la ponga así, ella tiene razón; no suelo venir a menudo y, ahora que vine, pasa esto y tengo que irme. Entiendo que esté molesta conmigo.
—Familia, lamento mucho esto que voy a decir, pero debo irme —anuncio sin rodeos.
Todos los presentes —excepto Isabella— levantan la mirada hacia mí y Joel me demuestra su apoyo poniendo las manos sobre mis hombros, signo de que está de mi lado en esto.
—Surgió algo y tengo que volver a la ciudad en este mismo instante —añado.
—¿Y es muy muy urgente? —inquiere Isabel—. Es sábado, Cami, y es nuestro primer fin de semana en familia en meses. ¿De verdad debes marcharte?
La espina de la culpa se incrusta en mi pecho con más ahínco, aprieto los labios al asentir. Vine a visitar a mi familia, pero Melanie es como otra hermana para mí, no puedo dejarla sola.
Las mellizas Isabel e Isabella son seis años menores que yo, es decir, tienen diecisiete, cursan su último año de escuela, por eso viven con nuestros padres todavía. Y esta es la primera vez que vengo de visita en más de medio año, comprendo que quieran pasar tiempo conmigo, no obstante, no puedo dejar de lado a Mel.
—Deja que se vaya, Isa —dice Isabella—. Su mejor amiga la necesita más que nosotras —masculla esa parte, aunque todos la escuchamos.